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La receta infalible del doctor Doctor Who es una institución en Gran Bretaña, una serie fantástica que lleva 50 años en el aire, una "tan sencilla como para que la sigan los adultos, y tan compleja como para atrapar a los chicos" Con una historia que abarca más de 50 años y 802 episodios, Doctor Who es una institución de la TV del Reino Unido, que dejó una marca indeleble en la cultura popular de su país. En el nuestro, en cambio, nunca se emitió por un canal de aire (se ve en BBC HD y esporádicamente, en OnDirecTV) y es un programa desconocido para el gran público. Dado que existe un archivo desalentador que incluye no sólo 33 temporadas y numerosos programas especiales, sino también dos series derivadas ( Torchwood y The Sarah Jane Adventures) parece razonable preguntarse si a esta altura es posible ingresar en este universo y, sobre todo, si vale la pena. BbC Jenna Coleman y Peter Capaldi, en una escena de la nueva temporada del ciclo, sobre un viajero del espacio y el tiempo Por suerte, esta semana se abrió un portal de acceso: su flamante temporada 34, además, presenta a un nuevo Doctor. Es que, en la ficción, el Doctor escapa a la muerte regenerándose en un nuevo cuerpo, con el que viene una nueva personalidad (tras lo que es interpretado por un actor distinto), sin romper la continuidad de la serie. La idea apareció tras la partida del primer intérprete del personaje, William Hartnell, y se volvió uno de los pilares de la longevidad del programa. El actual avatar del Doctor, el duodécimo, es Peter Capaldi (el neurótico y manipulador Malcolm Tucker de la extraordinaria sátira política The Thick of It), quien aporta a su encarnación un mayor peso dramático que sus antecesores y su espeso acento de Glasgow ("¡Soy escocés! –descubre el doctor tras su regeneración–. Eso quiere decir que puedo quejarme de todo"). Este inicio de temporada fue concebido para estrenarse simultáneamente en la TV y en salas de cine (aquí se vio anteayer, en Cinemark) y, por ello, resulta demasiado orientado al público infantil, que es el que vende más entradas: hay un exceso de slapstick y un dinosaurio completamente gratuito que posponen la llegada del primer plot point hasta un punto de no retorno (la dirección de Ben Wheatley, autor del desconcertante film A Field in England, es indetectable). El humor familiar, aunque tiende a expulsar a los mayores, es parte orgánica de un programa que fue planeado originalmente como una ficción didáctica en la que un viajero temporal llevaba a un chico a diferentes momentos de la Historia. Recién en el segundo arco argumental se incorporó al adversario que convertiría al show en un éxito: los daleks, mutantes diseñados genéticamente para el odio y encapsulados en un armazón que les da el aspecto de un salero gigante. Su mantra ("¡exterminar, exterminar!"), gritado con voz metálica mientras vibran de ira, se volvió una muletilla folklórica en su país. Junto con el Tardis, la máquina del tiempo camuflada como garita policial que lleva al doctor a cualquier era y lugar del universo, son los emblemas del programa. La dalekmanía declarada en 1964 (que también convirtió a su tema original, creado por el BBC Radiophonic Workshop, en el primer hit de la música electrónica) provocó un golpe de timón, de la lección de historia hacia la ciencia ficción, tal como era entendida en el período, es decir, un caldo de cultivo para alienígenas robóticos, reptílicos o con ojos de insecto. Pero la serie perduró porque, además de chistes blancos y seres viscosos, mostraba una poderosa sensación de perplejidad ante un universo de posibilidades infinitas. Si bien los capítulos del período "clásico" (de 1963 a 1989) son difíciles de ver por su aletargado ritmo narrativo y su realización estática y torpe, rebosan de ideas extravagantes que provocan, aún hoy, genuina sorpresa. El consenso señala que el mejor episodio de ese período es "City of Death" (1979), escrito por el novelista Douglas Adams ( La guía del autoestopista galáctico), en la que un alien se propone deshacer el acontecimiento que produjo el origen del género humano en una trama compleja que también involucra a Leonardo Da Vinci y a una falsificación de la Mona Lisa. La influencia de Doctor Who en la cultura popular británica se hizo mucho más palpable cuando los chicos que devoraban esos episodios crecieron y empezaron a producir sus propias obras. Uno de ellos fue el guionista Russell T. Davies (creador de Queer as Folk, cuyo protagonista era un whoviano declarado), quien propuso varias veces a la BBC reinventar la serie. En 2005, su proyecto finalmente fue aprobado y, tras quince años de ausencia (el programa fue levantado en 1989 por bajos ratings), el Doctor volvió a la pantalla. La nueva versión de Doctor Who, que ya lleva siete temporadas, construye sobre los méritos de la original: comparte su exploración imaginativa de los tópicos de la ciencia ficción pero con ritmo, puesta en escena y efectos especiales a tono con nuestra sensibilidad, dictada por las series norteamericanas. Los episodios son desparejos, pero las contribuciones de guionistas y fans como Neil Gaiman (Sandman, American Gods), que ganó un premio Hugo por "The Doctor's Wife" (2012), Mark Gatiss o Stephen Moffat (creadores de Sherlock) suelen levantar el promedio. Otra buena puerta de entrada a la serie es el debut de Moffat como showrunner en "The Eleventh Hour" (2010), inicio de la temporada 31 (o quinta desde el rebooteo), que también presenta a Matt Smith como el undécimo Doctor. Igual que todas las demás temporadas, está disponible en Netflix y constituye un buen paliativo mientras esperamos que el Doctor de Peter Capaldi levante vuelo.
La receta infalible del doctor Doctor Who es una institución en Gran Bretaña, una serie fantástica que lleva 50 años en el aire, una "tan sencilla como para que la sigan los adultos, y tan compleja como para atrapar a los chicos" Con una historia que abarca más de 50 años y 802 episodios, Doctor Who es una institución de la TV del Reino Unido, que dejó una marca indeleble en la cultura popular de su país. En el nuestro, en cambio, nunca se emitió por un canal de aire (se ve en BBC HD y esporádicamente, en OnDirecTV) y es un programa desconocido para el gran público. Dado que existe un archivo desalentador que incluye no sólo 33 temporadas y numerosos programas especiales, sino también dos series derivadas ( Torchwood y The Sarah Jane Adventures) parece razonable preguntarse si a esta altura es posible ingresar en este universo y, sobre todo, si vale la pena. BbC Jenna Coleman y Peter Capaldi, en una escena de la nueva temporada del ciclo, sobre un viajero del espacio y el tiempo Por suerte, esta semana se abrió un portal de acceso: su flamante temporada 34, además, presenta a un nuevo Doctor. Es que, en la ficción, el Doctor escapa a la muerte regenerándose en un nuevo cuerpo, con el que viene una nueva personalidad (tras lo que es interpretado por un actor distinto), sin romper la continuidad de la serie. La idea apareció tras la partida del primer intérprete del personaje, William Hartnell, y se volvió uno de los pilares de la longevidad del programa. El actual avatar del Doctor, el duodécimo, es Peter Capaldi (el neurótico y manipulador Malcolm Tucker de la extraordinaria sátira política The Thick of It), quien aporta a su encarnación un mayor peso dramático que sus antecesores y su espeso acento de Glasgow ("¡Soy escocés! –descubre el doctor tras su regeneración–. Eso quiere decir que puedo quejarme de todo"). Este inicio de temporada fue concebido para estrenarse simultáneamente en la TV y en salas de cine (aquí se vio anteayer, en Cinemark) y, por ello, resulta demasiado orientado al público infantil, que es el que vende más entradas: hay un exceso de slapstick y un dinosaurio completamente gratuito que posponen la llegada del primer plot point hasta un punto de no retorno (la dirección de Ben Wheatley, autor del desconcertante film A Field in England, es indetectable). El humor familiar, aunque tiende a expulsar a los mayores, es parte orgánica de un programa que fue planeado originalmente como una ficción didáctica en la que un viajero temporal llevaba a un chico a diferentes momentos de la Historia. Recién en el segundo arco argumental se incorporó al adversario que convertiría al show en un éxito: los daleks, mutantes diseñados genéticamente para el odio y encapsulados en un armazón que les da el aspecto de un salero gigante. Su mantra ("¡exterminar, exterminar!"), gritado con voz metálica mientras vibran de ira, se volvió una muletilla folklórica en su país. Junto con el Tardis, la máquina del tiempo camuflada como garita policial que lleva al doctor a cualquier era y lugar del universo, son los emblemas del programa. La dalekmanía declarada en 1964 (que también convirtió a su tema original, creado por el BBC Radiophonic Workshop, en el primer hit de la música electrónica) provocó un golpe de timón, de la lección de historia hacia la ciencia ficción, tal como era entendida en el período, es decir, un caldo de cultivo para alienígenas robóticos, reptílicos o con ojos de insecto. Pero la serie perduró porque, además de chistes blancos y seres viscosos, mostraba una poderosa sensación de perplejidad ante un universo de posibilidades infinitas. Si bien los capítulos del período "clásico" (de 1963 a 1989) son difíciles de ver por su aletargado ritmo narrativo y su realización estática y torpe, rebosan de ideas extravagantes que provocan, aún hoy, genuina sorpresa. El consenso señala que el mejor episodio de ese período es "City of Death" (1979), escrito por el novelista Douglas Adams ( La guía del autoestopista galáctico), en la que un alien se propone deshacer el acontecimiento que produjo el origen del género humano en una trama compleja que también involucra a Leonardo Da Vinci y a una falsificación de la Mona Lisa. La influencia de Doctor Who en la cultura popular británica se hizo mucho más palpable cuando los chicos que devoraban esos episodios crecieron y empezaron a producir sus propias obras. Uno de ellos fue el guionista Russell T. Davies (creador de Queer as Folk, cuyo protagonista era un whoviano declarado), quien propuso varias veces a la BBC reinventar la serie. En 2005, su proyecto finalmente fue aprobado y, tras quince años de ausencia (el programa fue levantado en 1989 por bajos ratings), el Doctor volvió a la pantalla. La nueva versión de Doctor Who, que ya lleva siete temporadas, construye sobre los méritos de la original: comparte su exploración imaginativa de los tópicos de la ciencia ficción pero con ritmo, puesta en escena y efectos especiales a tono con nuestra sensibilidad, dictada por las series norteamericanas. Los episodios son desparejos, pero las contribuciones de guionistas y fans como Neil Gaiman (Sandman, American Gods), que ganó un premio Hugo por "The Doctor's Wife" (2012), Mark Gatiss o Stephen Moffat (creadores de Sherlock) suelen levantar el promedio. Otra buena puerta de entrada a la serie es el debut de Moffat como showrunner en "The Eleventh Hour" (2010), inicio de la temporada 31 (o quinta desde el rebooteo), que también presenta a Matt Smith como el undécimo Doctor. Igual que todas las demás temporadas, está disponible en Netflix y constituye un buen paliativo mientras esperamos que el Doctor de Peter Capaldi levante vuelo.
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