Ni nada ha cambiado para la especie humana, ni somos mejores. Las semanas pasadas, en las que una primera pandemia global ha azotado al mundo, han hecho tambalear las bases de una sociedad que vivía ajena y despreocupada, inmersa en su...
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Ni nada ha cambiado para la especie humana, ni somos mejores.
Las semanas pasadas, en las que una primera pandemia global ha azotado al mundo, han hecho tambalear las bases de una sociedad que vivía ajena y despreocupada, inmersa en su confort y en las inercias y rutinas del capitalismo y el sálvese el que pueda. En cambio, el encierro forzoso que hemos padecido, ha servido para invitarnos a la reflexión, como un alto en el camino de nuestras vidas, gracias al cual hemos sido ―tal vez por primera vez de manera generalizada―, conscientes de que algo ha cambiado para siempre, y de lo mucho que habremos de cambiar. Y en busca de refugio y consuelo ante la enfermedad, el dolor y la muerte, hemos vuelto nuestros pasos hacia las esencias vitales, hacia la solidaridad y el cultivo de la filantropía. Es así como hemos descubierto que nada mejor, para ayudarnos en el nuevo trayecto a emprender, que la música. Ese algo que, desde siempre, ha servido, y sirve, para tratar de entender, para compartir, y para sentir.