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“¿Quién podía imaginar que yo tendría la tentación de perder la vida?”

El científico Carlos López Otín, Premio Nacional de Investigación, confiesa en un libro que pensó en suicidarse tras sentir "el aliento del acoso laboral"

Manuel Ansede
El bioquímico Carlos López Otín posa tras la entrevista, en un hotel de Madrid.
El bioquímico Carlos López Otín posa tras la entrevista, en un hotel de Madrid.KIKE PARA

Dice Carlos López Otín que se sentía “el hombre más feliz del mundo” hasta un día del verano de 2017, cuando se convirtió, en un abrir y cerrar de ojos, en “el hombre más triste del mundo”. El catedrático de Bioquímica es uno de los 10 científicos europeos con mayor impacto en el análisis de los secretos moleculares del cáncer y del envejecimiento. Con su grupo de la Universidad de Oviedo, cuenta que ha descifrado el genoma de centenares de pacientes con cáncer, ha descubierto dos nuevos síndromes de envejecimiento acelerado y ha hallado nuevos genes causantes de la muerte súbita y el melanoma hereditario. Hace ya una década, López Otín recibió de manos del rey Juan Carlos el Premio Nacional de Investigación, dotado con 100.000 euros.

Sin embargo, recuerda, aquel día del verano de 2017 “todo empezó a quebrarse”. Un colega le avisó de que "alguien" se había dedicado a revisar los 450 artículos científicos publicados a lo largo de su carrera en busca de irregularidades. La web PubPeer, en la que los usuarios comentan artículos científicos ajenos de manera anónima, estaba llena de ataques contra López Otín. Durante meses, se defendió de las acusaciones, repitiendo los experimentos que se ponían en duda. Pero, a comienzos de junio de 2018, “una sorprendente infección” en su bioterio (donde se mantienen los animales de laboratorio en un ambiente adecuado) aniquiló a los más de 5.000 ratones modificados genéticamente diseñados por su equipo durante años para estudiar el cáncer y el envejecimiento. “Ese mismo día por la tarde vine a Madrid al psiquiatra”, narra. Aquel mes de junio, el bioquímico, nacido en Sabiñánigo (Huesca) en 1958, se aisló del mundo. El resultado es un libro, La vida en cuatro letras (Paidós), en el que López Otín cuenta su descenso a los infiernos y confiesa que pensó en el suicidio.

Pregunta. Escribe usted que La vida en cuatro letras es un libro de autoayuda, pero concebido en primer lugar para ayudar a su autor. Cuenta que se sentía "el hombre más feliz del mundo" y pasó a ser "el más triste".

Respuesta. Sí, tal cual. He vivido muy feliz durante casi 60 años. Y, de repente, todo se tambalea. Pasan cosas que no te imaginas y que te parecen increíbles, no entiendes nada. Dices: pero si toda mi vida ha sido lineal y con un propósito social. Y todo tiene una explicación banal: mínimas envidias universitarias. Esto pone en marcha una maquinaria y te das cuenta de que hoy, en el mundo actual, si alguien quiere hacer daño y se lo trabaja puede destruir la vida de cualquiera. Y después sobrevino el acontecimiento del bioterio y en un día perdimos el futuro: todos los animales modificados genéticamente que constituían la base de nuestro trabajo y de muchos otros laboratorios en el mundo.

"Vine a Madrid y me dijo el psiquiatra que me tenía que someter a un aislamiento total"

P. ¿Qué día fue eso?

R. Un día de la primera semana de junio de 2018. Ese mismo día por la tarde vine a Madrid al psiquiatra. Nunca había tenido una enfermedad de ningún tipo, ni física ni mental ni nada. Pero ese día sentí que había perdido mi ikigai, mi propósito. El psiquiatra me dijo que me tenía que someter a un aislamiento total y propuso ingresarme en una clínica. Yo le dije que eso era muy fuerte para mi mente y que podía tener una disciplina, como siempre la he tenido, máxima. Y, bajo protección o vigilancia continua, me retiré a la casa de mi hija en Mallorca y en 28 días escribí el libro. Esta es la historia de este libro. Surge de allí, pero trata de llegar a la conclusión de que, en el mundo actual, no hay defensa posible ante el daño que se amplifica, sin que nadie te pregunte. Y llega a un nivel que se amplifica tanto que se suman otras personas y, entonces, estás perdido completamente. También te das cuenta de que no eres el primero al que le pasa, sino que ahora ocurre masivamente. Y la respuesta va desde obviarlo completamente —que quieren retirar un artículo, vale, pues lo retiro yo mañana mismo a ver si me dejáis en paz— o suicidarte. He estudiado con mucho detalle quién se ha suicidado y por qué. Esto formará parte, espero, de otro libro, algún día.

P. Cuenta en el libro que un día de verano de 2017 "todo comenzó a quebrarse". ¿Qué pasó ese día?

R. Alguien me dijo que en algunas redes sociales habían enviado comentarios sobre algunos artículos nuestros. Alguien había dedicado mucho, mucho tiempo a revisar hasta el último rincón de nuestros más de 450 artículos científicos, a ver qué podía encontrar. Y no encontró nada. Nada serio. Nada científico. Ninguna duda. Soy el científico quizá más citado de España y estoy entre los 10 más citados de Europa en nuestra especialidad. Esto indica que todos los artículos se han validado: tienen miles y miles de citas. La gente que quiere hacer daño puede hasta inventarse las cosas. Todo esto lo sufrí, nada distinto de lo que le pasa a otra gente, y resistí. Pero lo verdaderamente grave fue la pérdida de los ratones. Eso es lo que me quebró definitivamente.

P. Afirma en su libro que sintió "muy cerca el aliento del acoso laboral". ¿A qué se refiere con acoso laboral? ¿Sufrió acoso dentro de la Universidad de Oviedo?

R. Claro, esto está estudiado: el acoso basado en buscar detalles de algo que esté mal y en amplificarlos para que parezca que tu ciencia es incorrecta. Esto, en el 87% de los casos, surge desde dentro y por problemas en alguna promoción interna: alguien que no ha sacado una plaza o cosas así. ¿Qué significa el acoso laboral? Mi propósito en la investigación era dedicarme a los pacientes y a la ciencia. Y, cuando te acosa alguien, de lo que estás pendiente cada día es de ver qué anónimo te van a mandar.

"Me parece tan ofensiva la pregunta de si yo he hecho trampas"

P. ¿Usted sabe quién es la persona que colgaba los comentarios en PubPeer?

R. Claro.

P. ¿Y ha hablado con esa persona?

R. No, porque todo el mundo me dijo que lo mejor era aguantar y no hacerlo crecer.

P. Escribió este libro en junio de 2018. Seis meses después, en diciembre, usted retractó uno de sus artículos científicos, publicado en la revista Nature Cell Biology [era una investigación en la que describía una molécula que duplicaba la esperanza de vida de ratones con envejecimiento acelerado].

R. Tengo 450 artículos. Lo que pasó con el de Nature Cell Biology no tiene nada que ver con el libro. Es un artículo perfectamente validado que dio lugar a trabajos buenísimos publicados en las revistas Cell y en Nature. En el caso de aquel artículo, durante un año estuvieron acosando a los estudiantes que lo habían hecho, por una cuestión derivada de su trabajo en otro laboratorio. Ya no estaban desde hacía cinco años en mi laboratorio, por esa cuestión. Y los acosaron continuamente. Después de un año de pedirles los datos de los experimentos, no encontraron unos triplicados de uno de ellos. Habían hecho los experimentos hacía más de cinco años y no estaban los triplicados de uno. La presión era tal que decidimos retirar ese trabajo.

"Las redes del acoso presionan a las revistas científicas con miles y miles de tuits"

P. En enero de 2019, retiró ocho estudios más, con fallos menores, a petición de la revista especializada Journal of Biological Chemistry. Usted tiene publicados 450 estudios y le han retirado o ha retractado nueve de ellos. ¿Cómo explicaría a un lector la importancia que tiene esto?

R. Ninguna.

P. ¿Usted ha hecho trampas alguna vez en su vida?

R. Por favor, esto es ofensivo. Ahí está la respuesta que hubo. [Medio centenar de prestigiosos científicos —como la bioquímica Margarita Salas, el genetista Ángel Carracedo y la exministra Cristina Garmendia— escribieron a los editores del Journal of Biological Chemistry para defender que las “anomalías” detectadas en los ocho artículos de López Otín no invalidaban en absoluto sus conclusiones].

P. Me refiero también a su equipo. Alguien será responsable.

R. ¿Y por qué no se detectaron en 20 años? Es insignificante. Es volver a hablar de una cosa que pasó hace 20 años.

"Yo no soy creyente, en absoluto, pero tengo muchísimo respeto por las personas creyentes"

P. Bueno, la retirada de los ocho artículos fue el pasado enero.

R. Es insignificante, irrelevante. Se repitieron todos los experimentos y se enviaron a la revista. Y centenares de científicos han dicho que esto ya no tiene sentido. ¿Por qué pasa esto? Porque las redes del acoso presionan a las revistas con miles y miles de tuits, porque viven de eso. Me parece tan ofensiva la pregunta de si yo he hecho trampas...

P. Alguien cometería los errores, a propósito o no, quizá para ahorrar tiempo. [En el periodo en el que se publicaron los ocho artículos retirados, entre 2000 y 2007, había una carrera internacional para descubrir los genes relacionados con el cáncer].

R. Yo hablé con todos [los coautores]. Nadie me dijo que lo había hecho a propósito. Obviamente, si hay algún error se corrige y ya está.

P. Mi pregunta es si algunos de esos errores mínimos se cometieron con la voluntad de ahorrar tiempo y si usted ha identificado a la persona responsable y ha hablado con ella.

R. Sí, claro. Se identificaron a las personas, se habló de qué pasó. Ninguno está en el laboratorio. A mí esto me ha hecho muchísimo daño, pero qué le voy a hacer, lo tengo que asumir. En la vida llegan cosas fáciles, cosas buenas y cosas difíciles. Pero esto es irrelevante. Los artículos [retirados] se han citado miles de veces y los podemos publicar donde queramos. Y, después, ¿qué voy a hacer con las personas? ¿Les digo: "Oye, ahora suicidaos, porque habéis cometido errores?".

"No han podido encontrar ningún defecto grande en nuestros estudios, pese a que les hubiera encantado"

P. En absoluto.

R. Pues ya está. Oye, cometisteis un error. ¿Quién no ha cometido un error? ¿Qué les voy a decir yo? Pues lo siento. ¿Por qué no se dio cuenta nadie? Porque son errores insignificantes o indetectables. Es irrelevante. Si dijeran que nos hemos inventado un experimento... pero no han podido encontrar ningún defecto grande, pese a que les hubiera encantado. No han podido.

P. Usted dedica el libro a su amigo Juan Valcárcel, del Centro de Regulación Genómica de Barcelona. Él mismo explicó a este periódico: "En los artículos retirados hay errores humanos y también hay intentos de algunos de los coautores de mejorar estéticamente algunas figuras". Eso lo dijo Valcárcel.

R. Claro.

P. O sea que hubo un intento de embellecer o ganar tiempo, ganar aunque fuera dos semanas para publicar los resultados antes, ¿no? Simplemente eso.

R. Sí.

Carlos López Otín, autor del libro 'La vida en cuatro letras'.
Carlos López Otín, autor del libro 'La vida en cuatro letras'.KIKE PARA

P. ¿Cómo es posible que hubiera una infección en su bioterio? ¿Saben qué pasó?

R. No, ni lo estudié ni lo estudiaré. El principal daño es en mi mente, todo lo demás me da igual.

P. ¿Eran solo sus ratones o los de toda la Universidad de Oviedo?

R. No, el 95% de ese bioterio lo creamos nosotros. Buscamos la financiación nosotros, lo construimos nosotros y la inmensa mayoría, por no decir todo lo que hay allí, es nuestro.

P. ¿Piensa que fue una infección natural?

R. No tengo ni idea. Ni lo voy a discutir ni lo voy a mirar nunca.

P. ¿Pero le cabe la posibilidad de que fuese alguien?

R. No me lo pregunto ni me interesa.

P. Usted en el libro cuenta que desahuciaron a su familia.

R. Yo tenía 17 años y estaba en la universidad.

"No esperaba asombrarme de hasta dónde pueden llegar actualmente los niveles de perversión de unos pocos humanos"

P. Cuenta que fue porque unos empresarios no pagaron a su padre. ¿Cómo vivió el desahucio?

R. Yo vivía en Madrid, en Lavapiés. Lo viví con distancia. Después, de mayor, lo viví mucho peor, cuando entendí por qué mi padre se había retirado del mundo. Cuando le pasó esto, un amigo suyo le dejó un piso, que es en el que han vivido toda la vida. Durante 10 años no salió de casa. Murió de alzhéimer pasados los 90 años. Y esto le ocurrió cuando tenía 50 y algo.

P. Usted también cuenta que le hubiese gustado ahorrar sufrimientos a su padre. ¿Qué opina del actual debate sobre la eutanasia y la muerte digna?

R. A mí me gustaría que cada persona tuviera la oportunidad de decidir qué es lo mejor para ella, para su entorno o para su familia. Y respeto absolutamente las posiciones contrarias. Esto se discute muchísimo en mis clases: respeto máximo a todo. Pero no me gustaría que nadie me impusiera lo que tengo que hacer con mi vida, aunque respeto a quien piensa al revés. Yo no soy creyente, en absoluto, pero entre mis mejores amigos, Sammy Basso por ejemplo, hay algunos que son extraordinariamente creyentes. Hay más personas creyentes que no creyentes y yo tengo muchísimo respeto por ellas. Y, desde luego, tengo un alto sentido de la espiritualidad humana.

P. ¿La trascendencia de la que habla en el libro?

R. No, no la trascendencia. Yo no me siento trascendente en absoluto. Trascendencia para mí es que estés aquí y puedas trascender hacia otra dimensión o hacia el futuro. Espiritualidad, para mí, es que mientras estoy aquí me gusta tener sentimientos profundos, pero enfocados hacia la especie humana.

P. Usted afirma que no es creyente y lo sugiere varias veces en el libro. Escribe: "Tampoco parece que obedezca al sensato propósito de un diseñador inteligente el hecho de que cada día vengan al mundo miles de niños con enfermedades causadas por defectos genéticos hereditarios". Usted tenía un consultorio de genómica social los viernes. Habrá visto de todo.

"En mi caso, el apoyo social ha sido tan extraordinario que me parece exagerado"

R. De todo. Lo peor. ¿Quién acudía allí? A quien no se le había podido ayudar de ninguna otra manera en los sitios convencionales. ¿Qué podíamos hacer nosotros? Teníamos una experiencia que, en su momento, era única en España: la capacidad para estudiar genomas muy profundamente, con programas que desarrollamos nosotros en el laboratorio y con lápiz y papel. Una vez que teníamos todos los datos posibles mediante técnicas informáticas, pasábamos a la mirada humana, que yo creo que es fundamental para resolver problemas que las máquinas no han podido resolver todavía. La mayoría de los éxitos del laboratorio en este sentido han sido por conjugar las tecnologías más avanzadas del mundo con la mirada humana. Por cierto, la consulta de genómica social no se pudo mantener porque ya no estaba yo. Todo son complejidades.

P. ¿No la va a retomar?

R. No lo sé. Ahora trato de sobrevivir, simplemente. Trato de reconstruir el laboratorio, en primer lugar. Tengo mis clases y hay algún trabajo que estamos intentando sacar adelante. El de Sammy [Basso, un joven biólogo italiano de 23 años que sufre un envejecimiento acelerado] fue el mejor ejemplo, porque para mí era la culminación de mi carrera científica. No creo que pueda hacer un trabajo que conjugue de una manera tan importante la ciencia con el humanismo: saber que uno de mis estudiantes ha sido además un paciente que se ha beneficiado de los estudios de una manera tal que le ha permitido sobrevivir, estudiar y venir a trabajar sobre su propia enfermedad. Y publicar un artículo del máximo impacto, porque es la primera vez que se hacía con éxito edición génica de una enfermedad sistémica. Y que Sammy sea coautor de ese trabajo me parece que es cerrar un círculo definitivo en mi vida. Coincidió con todas estas catástrofes y lo sacamos adelante.

P. La publicación de ese artículo en la revista Nature Medicine le sirvió de estímulo.

R. Muchísimo. Yo no sabía si podríamos sacar adelante el trabajo. Pusimos todo el esfuerzo de recomposición tras la hecatombe. Ahora habrá que recuperar las líneas de investigación una a una y empezar a hacer los experimentos. Necesitaremos cinco años para volver al punto de partida.

P. ¿Qué tal está para emprender la tarea?

R. Bueno, trato de recomponerme. Estoy desubicado completamente. Estoy desconcertado. Utilizando una frase de Chesterton que me viene ahora a la cabeza, "envejeceré para todo menos para el asombro". Yo siempre la interpreté en positivo. Me gusta asombrarme ante lo nuevo, aprender cosas nuevas. Mis alumnos saben que mis clases se basan en la educación en el asombro, en asombrarse de las claves de la vida y la explicación en términos moleculares. Basándome en eso, sigo asombrado. Lo que no esperaba es asombrarme de hasta dónde pueden llegar actualmente los niveles de perversión de unos pocos humanos. Y esto me tiene desconcertado, absolutamente desconcertado. Estoy, por supuesto, en tratamiento médico.

"Si esto me lo hacen a mí, ¿qué no le harán a gente indefensa o que a lo mejor no tiene talentos?"

P. Habla en el libro del kintsukuroi, el antiguo arte japonés de recomponer lo roto dejando cicatrices doradas a la vista. Su libro también deja las cicatrices a la vista.

R. Sí, absolutamente. No me importa nada, porque espero que otros aprendan de esto. Gracias a que estas cosas al final salen en los medios de comunicación, muchos estudiantes que han sido acosados han venido a mostrarme su solidaridad y a contarme sus casos.

P. En su libro flota la depresión.

R. Más que depresión es decepción. Profunda decepción. Mi vida, aunque cueste creerlo o imaginarlo, ha sido dedicada a la sociedad, al 100%. Hemos recibido miles de mensajes en el laboratorio, desde todos los segmentos de la sociedad. Desde los más importantes que te puedas imaginar hasta las personas anónimas. Y esto es lo que realmente me asombró también, porque normalmente estas historias acaban con la lapidación social de una persona, como en el caso de José Baselga [el oncólogo español que en septiembre de 2018 renunció a la dirección médica del Centro Oncológico Memorial Sloan Kettering de Nueva York después de que el diario The New York Times revelara que no había hecho públicos pagos que recibió de grandes multinacionales farmacéuticas]. En mi caso, el apoyo social ha sido tan extraordinario que me parece exagerado. Yo no he buscado ni he hablado con nadie. Mi único interlocutor con el mundo ha sido Juan Valcárcel. Él, al mismo tiempo que yo desarrollé mi enfermedad, la grave decepción, él desarrolló un linfoma. Nos dijimos el uno al otro: "Yo te ayudaré a curarte". Y lo intentamos. Él se ha curado y yo no. Pero espero curarme.

P. Su amigo Valcárcel afirmó que cuestionar la integridad profesional y humana de López Otín "es como si alguien quisiese cuestionar el descubrimiento de Colón porque no supervisó adecuadamente el atraque de la flota en el puerto de La Gomera de camino a América".

R. No lo leí. Uno sabe lo que es su vida y lo que ha hecho, por eso me ha dolido tantísimo la pregunta [de si alguna vez en mi vida he hecho trampas]. Soy una persona que trabaja en un sitio pequeñísimo, que se convierte en el científico español más considerado, es así, sin haber ido nunca a ningún sitio, sin invitar a gente a que te visite en [grandes centros como] el CNIO o el CNIC, nada. En un perfil bajísimo. No he sido nunca ni director de nada, solo he estado con mis estudiantes y con la gente que me ha necesitado. Y esto lo sabe todo el mundo. Yo he dado una conferencia a la semana durante toda mi vida profesional y he pasado a no dar ninguna. Ninguna. He pasado de contestar 200 mensajes al día a no contestar ninguno. El grueso eran 200 mensajes sociales, de gente que quería que fuese hablar a una escuela o contarme que se estaba muriendo su hijo. Cuando tienes una vida dedicada a eso, yo no estoy deprimido, estoy decepcionado con el mundo. Si esto me lo hacen a mí, ¿qué no le harán a gente indefensa o que a lo mejor no tiene talentos? ¿Por qué salgo adelante? Porque, por una serie de talentos sociales, por el compromiso social, yo me dediqué toda mi vida a ayudar a los demás. Y, entonces, la gente, cuando ve esto, pues dice: "¿Pero a este tío qué le están haciendo? ¡Pero esto es inaudito!".

P. ¿Cree que el sistema científico se está pervirtiendo con la presión para publicar artículos en revistas? Con el llamado publish or perish (publica o muere), los investigadores tienen mucha presión y pueden apurar la frenada.

R. La mayoría de los problemas [detectados en nuestros artículos] son antiquísimos y se deben al enorme grado de manualidad que había en algunos sitios, especialmente en los más pequeños. En los más [laboratorios] grandes tenían gabinetes fotográficos. Yo creo que los problemas son otros. Estas cosas no mejoran nada la ciencia. ¿Sabe cuántos se han suicidado por estas cosas?

P. ¿Cuántos?

R. No voy a hablar de eso porque lo quiero escribir.

"Yo sé cómo se reparan los genomas y me gustaría saber cómo se repara el alma"

P. En su libro afirma: “En los últimos tiempos no me hubiera importado compartir con Jeremiah de Saint-Amour, el personaje de El amor en los tiempos del cólera, unos sahumerios de cianuro de oro”.

R. No, ¿cómo me va a importar?

P. Hay unos 3.600 suicidios al año solo en España. ¿Cree que se habla poco de ello? En el libro usted sugiere que le puede pasar a cualquiera.

R. Este libro pone muchísimas cosas sobre la mesa, pero muchísimas. Cada página tiene un mensaje, cada música. Un mensaje absolutamente profundo y delicado. ¿Quién podía imaginar que yo podría tener la tentación de perder la vida cuando es, para mí, lo más importante? He luchado por mi vida y por la de miles de personas. Hemos descifrado miles de genomas del cáncer, sobre todo. Pero cada caso de enfermedad que yo he conocido es una lección de humanidad. Y yo me he dedicado plenamente, convenciendo a todo el mundo de que la vida es lo mejor, que hay que luchar por ella. Tengo miles de ejemplos. Y, de repente, yo perdí mi sentido, mi propósito, mi ikigai, que es una palabra japonesa bellísima.

P. ¿Qué le diría a una persona que se está planteando suicidarse ahora mismo?

R. Que se reconstruya, que practique los cinco consejos para la felicidad [que doy en mi libro]. El primero es el más importante para todo el mundo, no solo para el que se quiere suicidar, también para el que siente envidia del de al lado y no lo puede soportar: reconocer la imperfección. También he escrito el libro para que los científicos entiendan que la biología molecular proporciona respuestas. Yo hago un paralelismo entre la reparación de los genomas, que es uno de los momentos cruciales para defendernos del envejecimiento y del cáncer, y la reparación del alma. Yo sé cómo se reparan los genomas, he descubierto genes de reparación de genomas, y me gustaría saber cómo se repara el alma. Y esto podrá tener un sustrato molecular. Hay que aceptar la imperfección. Si fuéramos perfectos, seguiríamos siendo microbios. Somos imperfectos, aceptémoslo. No valemos para todo, no tenemos dones para todo. Rafa Nadal es uno de mis héroes. Disfruto de él. Yo no sé jugar al tenis, pero disfruto de que otro sepa jugar al tenis. Disfrutemos del mundo. El mundo está lleno de cosas especiales. ¿Por qué unos pocos se empeñan en molestar a los demás? El objetivo de su vida es molestar. ¿Cuánto han tenido que sufrir estas personas para que el único objetivo de su vida sea demoler a los demás? Eso es lo que yo quiero señalar: hasta dónde puede llegar el sufrimiento humano, no solo el que uno es capaz de resistir, sino el de otros que han sufrido tanto que lo que quieren es que los demás sufran también, en lugar de reconstruirse. Y, al final, fíjate qué fácil es cambiar la soledad por la felicidad, con una edición génica [López Otín termina su libro con la fotografía de un ejemplar de Cien años de soledad dedicado, en el que Gabriel García Márquez tacha la palabra soledad y la sustituye por “felicidad para Carlos”].

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Sobre la firma

Manuel Ansede
Manuel Ansede es periodista científico y antes fue médico de animales. Es cofundador de Materia, la sección de Ciencia de EL PAÍS. Licenciado en Veterinaria en la Universidad Complutense de Madrid, hizo el Máster en Periodismo y Comunicación de la Ciencia, Tecnología, Medioambiente y Salud en la Universidad Carlos III

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