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18 de abril 2024
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OpiniónRamón SabaRamón Saba

Miguel Alfonseca

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Nació en Santo Domingo el 25 de enero de 1942 y falleció por causas de un cáncer en esa misma ciudad, el 6 de abril de 1995, a los 53 años de edad.

Poeta, narrador, publicitario, actor, hermético y filósofo. Estudió en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en la que posteriormente se quedaría impartiendo docencia de literatura. Sufrió prisión y tortura por su antitrujillismo y en la revuelta de abril de 1965, fue una de las más altas voces. Comenzó escribiendo poesía, pero similar a sus generacionales, cambió hacia la narración debido a que consideraron que la prosa les permitía literariamente acercarse más hacia la liberación política del pueblo. De su vida espiritual ligada al hermetismo, se conoce muy poco, aunque hay quienes aseguran que escribió poemas que no han sido publicados nunca, pero lo que sí es seguro es que abandonó la vida pública por esa razón. Colaboró en varias revistas y periódicos de su época, tanto nacionales como extranjeros, publicando artículos y ensayos.

Junto a los escritores Armando Almánzar Rodríguez, Iván García Guerra y René del Risco Bermúdez, integraron el grupo literario El Puño, quienes se esforzaron en introducir al país, las más novedosas técnicas de la narrativa latinoamericana de la época. Todos ellos pertenecieron a la generación denominada Independientes del 60. Fueron además, parte del Movimiento Revolucionario Dominicano que luchaba contra la tiranía de Rafael Leónidas Trujillo Molina.

La obra de Miguel Alfonseca fue premiada en varias ocasiones: Su cuento La Boca obtuvo el primer lugar en 1966; además de haber logrado mención honorífica por El enemigo. En 1967 fue galardonado con el segundo lugar por Delicatessen y en 1971 ganó el tercer lugar con El suicidio. Todos estos premios fueron en el concurso del grupo La Máscara.

Su haber bibliográfico está compuesto por los títulos Arribo de Luz (dedicada a los mártires de la expedición del 14 de Junio de1959, caídos durante el desembarco de Constanza, Maimón y Estero Hondo), La boca, Los trajes blancos han vuelto, La guerra y los cantos, El enemigo e Isla o promontorio. Su cuento Los trajes blancos han vuelto, fue incluido en la antología Narradores dominicanos, publicada en Venezuela. Se retiró del mundo literario y de la vida mundana para entregarse por completo a la filosofía hermética.

El poeta Radhamés Reyes-Vásquez considera que Miguel Alfonseca fue un testigo de su tiempo. Eso es su obra: raíz del tiempo, piel de ternura, voz de quien escuchó en plena guerra los pasos del corcel de madera, el oleaje, los bramidos del mar en la madrugada, las nocturnidades del viento sobre los cadáveres, la llegada de la primavera en el parque San Miguel, es decir, el poeta que auscultó la atmósfera de la ciudad en guerra, que cantó con ritmo de agua y de velero, con música de árboles de astros sollozantes que se hundían en la más íntima soledad de los tiempos de guerra, ya que abril, estéril, fértil y frágil, traumatizante y ensordecedor, más que un hecho fratricida fue un acto de amor. Para Miguel la poesía no fue inocencia sino conocimiento de la realidad real, termómetro que penetraba al corazón de las cosas y, desde ellas, revelaba al hombre en su más recóndita interioridad.

El publicitario y escritor Efraím Castillo expresa poéticamente:
¿Hacia dónde, Miguel, se habrá marchado la magia de la alborada?
¿En qué perdido lugar estará la promesa de aquella utopía
aguardando tras la tarde y empinándose sobre las montañas?
¿Podrá alguien, un anciano, un soldado,
alguien capaz de sumar sonrisas y rituales,
explicar con voz de trueno si esta presencia que niega la vida
deberá ser echada para siempre del nuevo sol?
Si el nuevo hombre imaginado por el Che,
se escudará tras la computadora para vetar la inquina
y golpear con la mercadotecnia la esperanza invertebrada;
si ese nuevo hombre descenderá como un ángel marginal
sobre la Ciudad de Dios y auspiciará los ensueños,
los cantos redentores y el brotar evocado del gluten y los cascajos?

Finalmente, el intelectual Miguel D. Mena considera que Miguel Alfonseca y René del Risco fueron almas gemelas. Los unió el genio, la intensidad, el salto hacia las aguas del boom, y lo más importante, la constitución de un yo consistente. Dentro de aquella generación de los 60 hubo autores con mayor formación y oficio literario, como Ramón Francisco y Marcio Veloz Maggiolo, pero en estos hubo miradas oblicuas reiteradas hacia el mercado o las corrientes o el lector, que no les permitió dejar una marca considerable.

Concluyo esta entrega de TRAYECTORIAS LITERARIAS DOMINICANAS con un fragmento de un poema de Miguel Alfonseca:

Coral sombrío para invasores
Morirán sin los abetos de Vermont.
Morirán sin los grandes pastos rizados por el viento,
sin los frescos terrones de California
ni la cordillera del Oeste,
donde el cielo es un pálido patriarca de mansedumbre.
Morirán sobre una tierra que no es suya,
entre unos hombres de distinta lengua,
ojos diferentes
y distinto corazón.

Porque son invasores.

Destrozan nuestros niños
aúllan las raíces del planeta.

Matan nuestras madres
y el mundo gime pateado en los ovarios.
Morirán sin la sana harina del labriego
cocida en el fuego saludable de los arboles.

Morirán sin los canticos de la campiña,
sin la ronda amorosa de la escuela,
sin el jubileo de los pájaros en la ventana
cuando la edad sitúa el mundo lejos,
en el marco de madera tibia labrada con las manos.
Morirán sin el cedro, sin el olmo, sin el roble,
que escucharon el vagido de su nacimiento
porque son invasores.

 

Por Ramón Saba

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