The Wayback Machine - https://web.archive.org/web/20100514124954/http://www.elortiba.org:80/blargos.html

 

 
A fines de julio de 1966 la dictadura militar encabezada por Juan Carlos Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales, ordenando a la policía que reprimiera para expulsar a estudiantes y profesores. La destrucción alcanzó los laboratorios y bibliotecas de las altas casas de estudio y la adquisición más reciente y novedosa para la época: una computadora. A esto le siguió el éxodo de profesores e investigadores y la supresión de los centros de estudiantes. Una feroz persecución se desplegó hacia los militantes de izquierda en las facultades. Este hecho se conoció como "La Noche de los Bastones Largos". Fue el 29 de julio de 1966.

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Rolando García  |  Especial Página/12, a 40 años de La Noche de los bastones largos


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Julio Huasi - Ongania entre el Pentagono y el Opus Dei, Punto Final 15, 11/66 |
Rogelio Garcia Lupo, El "partido secreto" de Ongania, 05/68
Ongania supera a McCarthy, por Gregorio Selser, Punto Final 1967  |  Descargar video Telenoche 40 años de La Noche de los bastones (avi 148 Mb)
De aquellos golpes a esta repatriación, Tomás Eliaschev, 2009


Juan Carlos Onganía (1914-1995), le decían "La Morsa", y como la mayoría de los militares que tomaron el poder por asalto, era conservador, católico y fundamentalmente anticomunista. Apoyado en principio por sectores del nacionalismo católico, la política económica de su gobierno se ajustó, como casi siempre en los gobiernos de facto, al más puro liberalismo.

En 1966 la dictadura apaleó a estudiantes y docentes

Bastonazos para Don Manuel Sadosky, Por L. M. y Federico Kukso (Fragmento de uno de los últimos reportajes hechos a Don Manuel, para la revista Todo es Historia).

–Usted vivió como protagonista las peripecias de la ciencia argentina del siglo XX, así que me parece bastante apropiado.

–Sí, bueno, en tantos años...

–Creo que siempre se debe empezar por la "Noche de los bastones largos", el 29 de julio de 1966, cuando la policía de Juan Carlos Onganía irrumpió en la Facultad de Ciencias Exactas y apaleó brutalmente a estudiantes y docentes, incluyendo a usted.

–Incluyéndome a mí, que era el vicedecano de la facultad, y a Rolando García, que era el decano. La Noche de los bastones largos, claro, es una fecha que queda grabada... Era un momento muy activo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, allí se cultivaban la matemática, la física, la química, la geología, la meteorología, con un fervor, con una sensación, quizá demasiado exagerada, de que podíamos cambiar el país.

–Cuénteme algo de aquel día. La historia es conocida, pero algún detalle suyo.
 

–Bueno, la historia de los palazos que nos hicieron pasar entre una doble fila de policías ya la conocen todos... pero es curioso, porque a uno le quedan ciertos detalles sin importancia. Por ejemplo, recuerdo que yo usaba sombrero y lo tenía puesto, así que cuando pegaron los palos, el sombrero atenuó los golpes, que no me parecieron gran cosa, pero después, en la comisaría, pasé frente a un espejo donde ví que tenía toda la cara ensangrentada y entonces me lavé, porque me daba vergüenza estar en esa situación. La verdad es que fue verdaderamente notable con tantos palos que dieron que no hubieran matado gente, porque pegaban bien, pegaban con habilidad.

–Y con ganas.

–Con muchas ganas. Y también recuerdo muy vivamente que yo estaba problematizado, porque había mujeres y yo quería ir a defenderlas, como cualquier persona que está viendo que les pegan a las mujeres y bueno, no podía. Recuerdo mi impotencia, porque uno en la Argentina estaba acostumbrado cuando había lío, cobraba. Pero lo de las mujeres era nuevo.


La historia oculta de aquella noche de los bastones largos

Publicado el 26/9/2006 14:04:30 (372 Lecturas)

Informe especial: a 40 años del quiebre de la investigación científica en la Argentina.

El 29 de julio de 1966, la policía del dictador Onganía arrasó Ciencias Exactas. La orden la dio el jefe de la SIDE, general Señorans. Aquí se revela una historia desconocida de aquella noche trágica.

María Seoane

Se conocen el escenario, el día y los hechos: el viernes 29 de julio de 1966, a un mes del golpe militar que derrocó al gobierno constitucional del presidente Arturo Illia e inauguró la dictadura del general Juan Carlos Onganía, en la Facultad de Ciencias Exactas en la eterna Manzana de las Luces, la Guardia de Infantería policial que dirigía el general Mario Fonseca cargó a garrotazos y con gases lacrimógenos contra estudiantes, docentes y profesores extranjeros invitados y hubo 200 detenidos y numerosos heridos. Se conocen los antecedentes de esos hechos: entre 1957 y esa noche, la Universidad de Buenos Aires, la más potente y poblada de las nacionales, vivía una época de oro inaugurada con el rectorado del filósofo e intelectual Rizieri Frondizi, hermano del Presidente Arturo. En su gestión, que luego continuó el ingeniero Hilario Fernández Long, se modernizó la Universidad, se lanzaron campañas de alfabetización, se fundaron las carreras de Psico logía y Sociología, el Instituto del Cálculo, que estudió la trayectoria del cometa Haley; se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Cinetíficas y Técnicas (Conicet), se fundó la Editorial Universitaria de Buenos Aires (Eudeba), que llegó a editar 11 millones de libros a precios bajos, en fin, se democratizó la Universidad hasta niveles antes desconocidos en la Argentina. A partir del avance militar en el gobierno de Illia, los estudiantes encresparon sus críticas: primero, ante la muerte de un estudiante en las movilizaciones contra la invasión norteamericana a Santo Domingo, en 1965, que anunciaba el comienzo de la feroz Doctrina de la Seguridad Nacional en Latinoamérica, y luego, a partir de la amenaza creciente de reducción del presupuesto educativo, que por entonces era la increíble cifra del 20% del total del Presupuesto nacional. Pero el inicio del gobierno golpista, confesional y anticomunista de Onganía atizó la oposición estudiantil.

Se conocen también los móviles dictatoriales: poner fin a la autonomía universitaria y la libertad de cátedra; silenciar las criticas; escarmentar la rebeldía estudiantil y docente de todas las universidades nacionales. Y se conocen las consecuencias: 1.378 docentes que renuncian o parten al exilio. Unos 301 emigraron: 215 eran científicos y 86 investigadores en distintas áreas. Se inició el éxodo de científicos que no se detendría a partir de entonces.

Cuarenta años después del asalto violento de la Policía a Ciencias Exactas, que se denominó La noche de los bastones largos, es posible afirmar que se quebró no sólo la más formidable acumulación de conocimiento científico que la Argentina había logrado hasta mediados del siglo XX, sino también se abrió el camino a la intolerancia y se atrincheró a una generación de argentinos en la idea fatal de que la violencia política era el recurso para restaurar la libertad.
En nombre del hijo

Se conocen, entonces, los hechos, los protagonistas, los móviles y las consecuencias de aquella noche trágica. Pero aún permanecen oscuras, en los pliegues siempre apretados de la historia, muchas preguntas. Esa noche, hubo un joven estudiante de Física que intentó avisar que la Policía llegaría para invadir y reprimir en Ciencias Exactas . ¿Quién era ese joven?Eduardo Scolnik -miembro hoy del Departamento de Programación Informática del INDEC- contó a Clarín episodios aún desconocidos pero que expresan la complejidad y paradojas que rodearon no pocas veces la historia argentina.

Eduardito Señorans era único hijo del general Eduardo Argentino Señorans y Romilda Cerruti Costa. "Estudiante de Física en la Facultad de Ciencias, Eduardito Señorans había sido un militante católico, fuerza de choque en las manifestaciones de la 'laica o libre', por el bando de los que querían la educación privada y religiosa en las escuelas. Pero hacia 1962 ingresa a la Facultad y, recién producida la revolución cubana, y seguramente por eso y por la influencia de su tío, el abogado laboralista y nacionalista católico Luis Benito Cerrutti Costa, Eduardito comenzó a virar a posiciones de izquierda. Nos conocemos en 1963. Teníamos muchas charlas entre nosotros. Eduardito decía que la revolución cubana iba en serio, que era una verdadera revolución porque habían encarado a fondo el tema de la educación de la gente, a diez o quince años".

En ese período, recordó Scolnik, Eduardito Señorans comienza a enfrentarse duramente con su padre, para entonces general de brigada. El general Señorans había sido jefe del Estado Mayor de la llamada "Revolución Libertadora" que comandada por los generales Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu derrocó a Juan Perón en setiembre de 1955. Unido por convicción a Lonardi, Señorans fue su subsecretario de Guerra. Mientras que su cuñado, Luis Benito Cerrutti Costa, fue nombrado ministro de Trabajo y Previsión. El golpe interno de Aramburu contra Lonardi lo alejó del Ejército en noviembre de 1955. Fue Onganía quien sacará de la actividad privada a Señorans para darle el cargo de jefe de la SIDE, cuando, en junio de 1966 instaure una dictadura integrista con pretenciones milenaristas. Señorans, entonces, se transformó en una pieza clave de esa dictadura. Su hijo, en pleno 1966, recuerda Scolnik, "ya revistaba en las filas de la izquierda universitaria aunque como líbero, es decir, sin partido". Su tío Cerrutti Costa, que había confluido con Señorans en el antiperonismo en 1955, había comenzado también a virar hacia posiciones revolucionarias. Será editor de Operación masacre, de Rodolfo Walsh, y a fines del sesenta y principios del setenta, se encargará de la defensa de presos políticos, entre ellos varios guerrilleros peronistas y guevaristas. Fue cofundador de la revista Nuevo Hombre y editor del diario El Mundo, para entonces todas empresas vinculadas a la guerrilla guevarista del ERP. Deberá exiliarse en París en 1975 ante las reiteradas amenazas de la Triple A. Murió en 1977.

Scolnik recuerda que las contradicciones en esa familia estallaron con virulencia precisamente la noche del 29 de julio de 1966. "Fuimos amigos estrechos. Nos conocían por 'los eduarditos'. Los padres me invitaban a su casa en Cardales. Era el amigo entrañable de un hijo único entrañable. Nuestros padres eran parecidos. Mi padre era un médico que huyó de Ucrania porque la revolución bolchevique le expropió todo. Mi padre era profundamente anticomunista. No se podía hablar nada con él que no coincidiera con su ideología. Lo mismo le pasaba a Eduardito Señorans. Había un constante enfrentamiento con su padre."

Luego del golpe de Onganía -continúa Scolnik-, "el régimen consideraba a la Universidad como un 'nido de rebeldes, comunistas'. Y la verdad, visto a la distancia, nadie hacía nada que pudiera afectar las bases del sistema, todavía. Y si bien la izquierda estaba fragmentada, la derecha también. Y el aglutinante de la derecha fue el anticomunismo. Así que debían construir ese enemigo que los uniera. Recuerdo que el decano de Exactas, Rolando García, entonces era un gran admirador de las universidades norteamericanas. Pedía subsidios a la Fundación Ford y estaba muy lejos de ser un comunista o un revolucionario. Era un científico que pedía libertad de pensamiento y de investigación".


Reflexiones de Jorge Enea Spilimbergo (3 bloques)
Tramas - Oscar Bosetti

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Al mes del golpe, la agitación estudiantil crecía en tanto se defendía la autonomía universitaria atacada por el decreto ley 16.912. "La noche del 29 de julio, entonces, Eduardito estaba en su casa. Escucha a su padre hablar por teléfono con Fonseca, el jefe de la Policía Federal. Eduardito me contó luego (ese día yo estaba enfermo y no había ido a la facultad) que su padre le dijo a Fonseca: 'Andá a la Facultad de Ciencias Exactas y matalos a palos'".

Entonces, el joven Señorans trató de avisar lo que ocurriría a sus compañeros en la Facultad. "Llamó por teléfono, pero el que lo atendió no le creyó lo que le decía, que la Policía cargaría contra la Facultad. Desesperado, corrió hasta la Facultad -ellos vivían en la calle Junín y Peña- para avisarle al decano Rolando García lo que se estaba planeando. Pero cuando llegó, la Facultad ya estaba acordonada y no pudo entrar. Así que, desconsolado, me llamó y me dijo que igual se metería a defender la Facultad. Le dije que no lo hiciera, que ya era tarde. A las 22, se desata la represión. Eduardito siempre se sintió culpable. Yo nunca pude volver a esa casa. Los dos dejamos la Facultad. Nos fuimos. Eduardito no quería ser asociado a su padre. Nos dejamos de ver por años. El murió en los años ochenta."

El último servicio público del general Señorans, antes de morir en 1993, fue defender al dictador Leopoldo Galtieri en el juicio militar por la Guerra de Malvinas. Señorans pidió su absolución con el argumento de que las decisiones políticas no podían ser revisadas ni pasibles de castigo. "Tal vez -reflexiona Scolnik- esa orden de reprimir inédita en la historia de la Universidad era también el odio que sentía el general contra quienes, él pensaba, habían cambiado la cabeza a su hijo."

De llegar a tiempo, el gesto del joven Señorans no hubiera cambiado la decisión dictatorial de cerrar la Universidad. Tal vez se hubiera evitado la violencia brutal contra esas cabezas. Porque la historia suele tramarse con grandes madejas y con pequeños hilos, casi invisibles pero igualmente decisivos.

Fuente: Clarín


Mentes Cortas, bastones largos

Por Warren Ambrose

Ya han pasado treinta años de la Noche de los Bastones Largos. Ante el aniversario del triste episodio, desde EXACTAmente intentamos colaborar con la memoria mediante el particular testimonio de un científico estadounidense que en ese momento se encontraba trabajando en nuestra Facultad. Warren Ambrose, profesor de matemática del Massachusets Institute of Technology (MIT), vivió de cerca la intromisión del gobierno militar de Juan Carlos Onganía en la autonomía universitaria y, movido por este hecho, envió una carta al New York Times, cuyo contenido se transcribe a continuación.

Carta de Warren Ambrose
Buenos Aires, Argentina, 30 de julio de 1966

The New York Times
New York, N.Y.

Estimados señores: Quisiera describirles un brutal incidente ocurrido anoche en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Buenos Aires, y pedir que los lectores interesados envíen telegramas de protesta al presidente Onganía.

Ayer el gobierno emitió una ley suprimiendo la autonomía de la Universidad de Buenos Aires y colocándola (por primera vez) bajo la jurisdicción del Ministerio de Educación. El gobierno disolvió los Consejos Superiores y Directivos de las Universidades y decidió que desde ahora en adelante la Universidad estaría controlada por los decanos y el rector, que funcionarían a las órdenes del Ministerio de Educación. A los decanos y al rector se les dieron 48 horas de plazo para aceptar esto. Pero los decanos y el rector emitieron una declaración en la cual se negaban a aceptar la supresión de la autonomía universitaria.


Asunción de Arturo Illia, presidente constitucional derrocado por el dictador Onganía

Anoche a las 22, el decano de la Facultad de Ciencias, Dr. Rolando García (un meteorólogo de fama internacional, que ha sido profesor de la Universidad de California, en Los Angeles), convocó a una reunión del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias (compuesto por profesores, graduados y estudiantes, con mayoría de profesores) e invitó a algunos otros profesores (entre los que me incluyo) a asistir a la misma. El objetivo de la reunión era informar a los presentes la decisión tomada por el rector y los decanos y proponer una ratificación a la misma. Dicha ratificación fue aprobada por 14 votos a favor con una abstención (proveniente de un representante estudiantil).

Luego de la votación, hubo un rumor de que la policía se dirigía hacia la Facultad de Ciencias con el propósito de entrar, que en breve plazo resultó cierto. La policía llegó y, sin ninguna formalidad, exigió la evacuación total del edificio, anunciando que entraría por la fuerza al cabo de 20 minutos (las puertas de la Facultad habían sido cerradas como símbolo de resistencia -aparte de esa medida, no hubo resistencia-). En el interior del edificio, la gente (entre quienes me encontraba) permaneció inmóvil, a la expectativa. Había alrededor de 300, de los cuales 20 eran profesores y el resto estudiantes y docentes auxiliares (es común allí que a esa hora de la noche haya mucha gente en la Facultad porque hay clases nocturnas, pero creo que la mayoría se quedó para expresar su solidaridad con la Universidad).

Entonces entró la policía. Me han dicho que tuvieron que forzar las puertas, pero lo primero que escuché fueron bombas que resultaron ser gases lacrimógenos. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde se nos hizo permanecer de pie, contra la pared, rodeados por soldados con pistolas, todos gritando brutalmente (evidentemente estimulados por lo que estaban haciendo -se diría que estaban emocionalmente preparados para ejercer violencia sobre nosotros-).

Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de 10 pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles, y que nos pateaban rudamente, en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno del otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan duramente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieran alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros -mujeres, profesores distinguidos, el decano y el vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes-. Hoy tengo el cuerpo dolorido por los golpes recibidos, pero otros, menos afortunados que yo, han sido seriamente lastimados. El profesor Carlos Varsavsky, director del nuevo radio-observatorio de La Plata recibió serias heridas en la cabeza; un ex-secretario de la Facultad, de 70 años de edad, fue gravemente lastimado, como así mismo Félix González Bonorino, el geólogo más eminente del país.

Después de esto fuimos llevados a la comisaría seccional en camiones, donde nos retuvieron un cierto tiempo, después del cual los profesores fuimos dejados en libertad, sin ninguna explicación. Según mis conocimientos, los estudiantes siguen presos. A mí me pusieron el libertad alrededor de las 3 de la mañana, de manera que estuve con la policía alrededor de 4 horas.


Publicidad acto de recordación, 2006

No tengo conocimiento de que se haya ofrecido ninguna explicación por este comportamiento. Parece simplemente reflejar el odio del actual gobierno por los universitarios, odio para mí incomprensible, ya que a mi juicio constituyen un magnífico grupo, que han estado tratando de construir una atmósfera universitaria similar a la de las universidades norteamericanas. Esta conducta del gobierno, a mi juicio, va a retrasar seriamente el desarrollo del país, por muchas razones, entre las que se encuentra el hecho de que muchos de los mejores profesores se van a ir del país.

Atentamente.

Warren Ambrose

Profesor de Matemática en el Massachusets Institute of Technology (MIT) y en la Universidad de Buenos Aires

CRONOLOGIA DE UNA UNA TRISTE HISTORIA

El 28 de junio de 1966 un golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía derroca al pesidente Arturo Illia. Por la tarde el rector de la UBA, Hilario Fernández Long, da a conocer una resolución de la Universidad en repudio al golpe.

Como primera medida, el nuevo gobierno clausura el Congreso Nacional y prohibe los partidos políticos.

Las universidades se convierten en el próximo blanco: la intervención se hace inminente.

El viernes 29 de julio se difunde el decreto ley 16.912 que determina la intervención, prohibe la actividad política en las facultades y anula el gobierno tripartito (integrado por graduados, docentes y alumnos). Los rectores deben convertirse en interventores delegados del Ministerio de Educación si quieren seguir en sus puestos. Tienen 48 horas de plazo para decidir si aceptan o renuncian.

La sede del Rectorado y las facultades de Arquitectura, Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Ingeniería y Medicina, son ocupadas por autoridades, profesores y estudiantes con el objetivo de resistir la violación de la autonomía.

Ese mismo viernes por la noche, Onganía ordena a la Guardia de Infantería el desalojo de las sedes tomadas, pese a que las 48 horas de plazo todavía no se había cumplido. Comienza de esta manera la "Operación Escarmiento".

La represión se lleva a cabo con gases lacrimógenos, culatazos y bastonazos. Resultado: 400 estudiantes y profesores detenidos; renuncian a sus puestos todos los decanos de la UBA, y hacen lo mismo 1.400 docentes; trescientos científicos se

Fuente: Revista EXACTAmente


Un homenaje a Emilio Fermín Mignone Intenso y lúcido protagonista,…. y privilegiado testigo del siglo XX

Por Néstor Fabián Migueliz

"Ha sufrido duramente, con su familia,
los dolores más fuertes
que se puedan haber sufrido en nuestro país.
Su dolor lo convirtió en obligación de lucha.
Lo comprendió así
y nada le impidió continuar su docencia cívica,
con las formas y características
que para él eran las más indicadas
para el bien de la sociedad
de la que es miembro"[1]

Ha transcurrido un poco más de seis años desde que este vecino lujanense nos abandonara, aunque sólo físicamente, un 21 de diciembre de 1998. Abogado, especializado en derecho público, ciencia política, política educativa y científico-tecnológica, historia contemporánea, derechos humanos, y relaciones entre religión y sociedad, sus 76 años de vida han resultado de un protagonismo inusual y -al mismo tiempo- intensos como ha ocurrido con pocos hijos de Luján. Además de las repercusiones periodísticas de su amplia trayectoria y actividad pública, quedan -de su pluma, tan concisa, aguda y amena- firmes testimonios documentales como numerosos libros, folletos, artículos, minutas y ensayos, además de videos y cintas grabados.

1. Derechos humanos e iglesia. Más de una vez he leído y escuchado opiniones y/o versiones absurdas y disparatadas las que -en una apretada generalización- dan cuenta algunas acerca de la izquierdista ideología de nuestro evocado; otras refiriendo que "Mignone fue uno de los que ‘hizo’ la noche de los bastones largos"; para culminar leyendo a Hebe Pastor de Bonafini (referente de un sector de "Madres de Plaza de Mayo") sostener que "Emilio Mignone era Estados Unidos, el Buenos Aires Herald" y vinculándolo con la "banca Rockefeller"[2]

Atípico comienzo para un recordatorio, que pretende otorgar al lector -especialmente a quien no conoció a nuestro protagonista- una suerte de espontánea impresión acerca de la inquieta y rica personalidad de quien fuera Emilio Fermín Mignone, nacido el 23 de julio de 1922 en Luján, Buenos Aires, en el seno de lo que sería una muy numerosa y ahora más que centenaria familia.

Testimonio de un católico practicante. En su libro "Iglesia y dictadura. El papel de la iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar" (Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986) -y en muchísimas otras publicaciones y reportajes- Mignone dejó riguroso testimonio de las relaciones de la Iglesia católica con el poder político ejercido entre 1976 y 1983, puntualmente juzgadas desde la óptica de la debida y pastoral defensa de la vida humana y del respeto a los demás derechos fundamentales.

No menos importantes resultan sus análisis y propuestas sobre los vínculos entre la iglesia y el Estado, la educación confesional, el vicariato castrense, la siempre polémica -y por muchos desconocida- cuestión del financiamiento y sostén del culto, etc. Todo ello fundado en sólidos argumentos constitucionales, canónicos e históricos (en virtud de ello, llega a sugerir, en una eventual reforma constitucional -la oportunidad fue en 1994- la reconsideración de la interrelación "iglesia-cultos-estado"). Así, Mignone nos refiere "la prevalencia a lo largo del tiempo de una actitud de subordinación con respecto al estado por parte del cuerpo episcopal y en menor medida del clero y las organizaciones católicas. Esa impronta, pese al proceso de secularización de la sociedad a partir de la década del sesenta, mantiene su vigencia en el imaginario colectivo, en el seno de la sociedad y en las posiciones de gobernantes y prelados"[3].


Fragmento del discurso de asunción Onganía

Egresado con el mejor promedio del colegio de los Hermanos Maristas (Instituto Ntra. Sra. de Luján), en 1940 (como figura en los boletines del alumnado), los lectores maduros recordarán seguramente su posterior rol de dirigente del movimiento juvenil católico. Por entonces, integró grupos de trabajo apostólicos notables, "capaz de llenar estadios en el Congreso de la Juventud (1946) y prolongar acciones formativo-educativas en un periodismo juvenil de avanzada, como el de Antorcha, del que fue su primer director" (Alfredo M. Van Gelderen, 1993). Entre otras cosas, en nuestra ciudad, fue el primer prosecretario, quien redactó los estatutos y quien tramitó la personería de la legendaria "Fundación Ateneo de la Juventud Lujanense", que posee la magnífica sede en 9 de Julio y Las Heras, y en cuyo seno se promovieran tantas actividades en favor de la juventud)[4].

Herencia institucional para la defensa de los derechos del futuro. A partir de la dictadura iniciada en 1976, merece destacarse (en conjunto con otros abogados, como Augusto Conte, Boris Pasik y Alfredo Galetti) la creación (1979) y -lo más importante- la supervivencia, la proyección y la extensión del campo de acción del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), cuya presidencia ejerció hasta su muerte. Sin dudas, Emilio Mignone fue "la figura central del movimiento por los derechos humanos"[5], y su pionera -y muchas veces dificultosa y cuando no arriesgada- labor inicial está hoy a la vista y con creces. La prestigiosa organización no gubernamental cuenta hoy con una dirección ejecutiva, diversas áreas (desarrollo institucional, litigio y defensa legal, documentación y archivos, y comunicación), variados programas (memoria y lucha contra la impunidad del terrorismo de Estado, violencia institucional y seguridad ciudadana, derechos económicos, sociales y culturales, y justicia democrática), un equipo de asistencia en salud mental y un proyecto de educación para la ciudadanía. Integra, además, disímiles organizaciones internacionales de juristas y tutelares de los derechos humanos, y reconoce el apoyo de diversas fundaciones, universidades y asociaciones internacionales.

Ello ocurre en nuestro país, donde -lamentablemente- cierta pretendida dirigencia ha procurado y aún procura -sin suerte mucha, otra, sin convicción- construir y fundar instituciones políticas, sociales, vecinales, culturales, etc. Es la que observamos moverse solamente con afanes de figuración o al ritmo de las urnas, demostrando la incapacidad de construir ideas-fuerza o instituciones más o menos perdurables, sobreviviendo a las personas, y con posibilidades de proyección -desindividualizadas- hacia el futuro.

Mignone avizoró, con la brillantez de un hombre de estado, que el movimiento de derechos humanos –por intermedio de la acción de organizaciones serias, pluralistas, democráticas y no fundamentalistas o hiperideologizadas- terminaría ganando la batalla de "la verdad y la justicia". La realidad le da la razón, cada día, con el avance de los procesos judiciales procurando evitar la impunidad. Como bien se ha dicho, Augusto Conte y Mignone (aliados pioneros en la fundación del CELS) conviertieron la ingenuidad que se reprochaban "en un programa de acción, con el propósito de que algún día las instituciones merecieran la confianza que habían depositado en ellas, para cambiarlas y ponerlas a la altura de sus mentes limpias y sus corazones nobles" (Horacio Verbitsky, 2004).

2. Educación y política universitaria. Con sólo 27 años, conduce políticamente la enseñanza oficial bonaerense (1948-1952), con éxitos indiscutibles, acompañando la eficaz gestión de Domingo A. Mercante-Julio C. Avanza. Promovió desde dicha función la modernización de la legislación y fijó pautas para la transfomación. Entre 1962 y 1967 se desempeñó como consultor-experto en educación en la Organización de Estados Americanos, con residencia en Washington.

Vuelto al país, entre 1968 y 1971 ejerce la función de subsecretario de Educación de la Nación -bajo la dictadura de Juan C. Onganía- probando nuevamente idoneidad y capacidad de gestión en la función pública.

A propósito de lo controvertido del caso, recuerdo un diálogo generado en medio de un almuerzo televisivo a fines de los ’80 o al principiar la década del ’90. "Dr. Mignone,... Ud. se arrepiente de haber participado -como funcionario- de un gobierno de facto?", pregunta la actriz y conductora; a lo que nuestro convecino contesta: "No me arrepiento,... me hago una autocrítica,... que no es lo mismo". El hecho me dio la pauta de que Mignone se haría siempre cargo de lo que había sido y de lo que había hecho...., lo que no es poco, y contrasta con algunas otras actitudes -por cierto distintas- de otras personas públicas. Conozco otros ex funcionarios de facto, que desempeñaron luego funciones electivas al llegar la democracia, pero que han suprimido de su curriculum vitae oscuros períodos vergonzantes -como una ex subsecretaria del orden nacional y lujanense- aún cuando en el país algunos recién comenzaban a "descubrir errores" e -incrédulos los más- "los horrores" de la última dictadura.

En junio de 1973 fue designado rector-normalizador de la Universidad Nacional de Luján por el ex presidente de la Nación, Héctor J. Cámpora, donde ejerce dicha función –no sin dificultades, propias de la época- hasta la interrupción constitucional de 1976. Cuenta muy bien la historia de Luján y su alta casa de estudios, en la obra que la misma institución le encarga, recién en 1992, dando un visionario panorama sobre la problemática universitaria el que se proyecta adecuadamente hasta avanzada la década del ’90.

Sobre esto último -y revistiendo plena actualidad- escribe Mignone: "Si persiste la política estatal en virtud de la cual las universidades nacionales recibirán del estado un subsidio y, en el uso integral de su autonomía, podrán distribuirlo libremente, hay que utilizar sin titubeos esa facultad para conseguir los efectos deseados. Y por cierto, procurar formas adicionales de financiamiento, tanto externas como provenientes de la misma comunidad universitaria. Para ello hay que eliminar los tabúes que constituyen una constante perniciosa de la política educativa argentina"[6]. Al respecto, siempre comentaba que la mayoría de los dirigentes universitarios (correligionarios míos, los más) -que tanto invocaban e invocan aún, en las discusiones presupuestarias y/o sobre la autonomía- el "Manifiesto de la reforma universitaria", de 1918, interpretaban erróneamente dicho texto y procuraban lo que el documento nunca sostuvo.

Nunca abandonará el ámbito educativo (fue, en varias oportunidades, el candidato del justicialismo universitario al rectorado de la importante Universidad de Buenos Aires), dedicándose hacia el final de su vida -casi con exclusividad- a la cuestión universitaria y a la enseñanza superior. Ejerce distintas funciones académicas en diversos escenarios, públicos y privados, y de organizaciones internacionales. Participa en los debates acerca de la legislación federal educativa y de la educación superior, habiéndose incorporado antes a la Academia Nacional de Educación (1993), hasta que la muerte lo encuentra en la estratégica y muy reconocida presidencia de la imprescindible comisión nacional de evaluación y acreditación universitaria -CONEAU- al final de 1998.

El rol estatal en la evaluación y acreditación universitarias. Refiriéndose al desafío de la calidad, la pertinencia, la eficiencia y la equidad de la educación, sostenía nuestro evocado que "uno de los riesgos que corre el país es el de caer en un sistema educativo dual, particularmente en el nivel superior, con la existencia de una formación supuestamente de excelencia -y digo supuestamente porque mientras no exista un mecanismo de evaluación objetivo, externo y transparente, nadie está en condiciones de garantizar nada- en establecimientos particulares destinados a los pudientes, donde la calidad se mediría por el costo de la matrícula; y de otra de segunda, tercera o cuarta categoría para el resto de la población. Esto conduciría -continúa- al desarrollo de una sociedad antidemocrática; sería suicida para la Nación por cuanto la inteligencia no está distribuida solamente entre los ricos; y contraría nuestra tradición histórica, fundada en la posibilidad de acceso a la universidad de todas las clases sociales"[7]. Este acertado y lúcido diagnóstico ratifica el necesario control de la autoridad pública en la materia; eso mismo que el propio Mignone comenzó a hacer desde la conducción fundante de la CONEAU.

Bajo su liderazgo (explicaba que procuraba -y lograba casi siempre- el consenso en las decisiones de importancia), la Comisión "fue ganando el respeto de la comunidad universitaria gracias a la severidad con que se juzgó a los proyectos de creación de universidades poniendo freno a una década donde la ausencia de sólidos controles permitió el aumento de universidades de irregulares condiciones "[8].

3. La realidad nacional y la política. Harto conocida resulta la filiación peronista de nuestro convecino, sólo resquebrajada ante el manifiesto y violento enfrentamiento entre las autoridades públicas y la Iglesia Católica (1953-1955) y -quizá- ante la normalización institucional de 1983. En dicha oportunidad, el candidato presidencial del justicialismo (Italo A. Luder) se manifestó a favor de la denominada ley de autoamnistía -dictada en las postrimerías del régimen militar- ante el mayoritario rechazo de varios partidos políticos; entre ellos, la luego triunfante Unión Cívica Radical con Raúl Alfonsín a la cabeza.

Hacia noviembre de 1972, acompañó -como tantos y famosos militantes- el regreso al país del ex presidente Juan Domingo Perón, luego de su exilio de 17 años, viajando en el Giuseppe Verdi de Alitalia. "Sin que ellos lo supieran, viajaban en el charter todos los presidentes peronistas del siglo XX: además de Perón, Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Isabel Perón y Carlos Menem"[9].

El periodismo de opinión y de tribuna no le fue ajeno: fundó y dirigió en su ciudad natal La Voz de Luján aunque de corta vida (resulta interesante recorrer algunas páginas y contenidos que resultan pioneros en materia de derechos fundamentales y su reconocimiento y protección internacional), en 1956. Luego, su carácter de colaborador y columnista en distintos medios y revistas, como el diario Página 12 (en plena ultima dictadura, 1982, aguardaba con ansiedad su columna en La Voz -que dirigía Vicente L. Saadi, luego titular del Justicialismo en el orden nacional- para informarme y leer opiniones que desafiaran aquel monocorde discurso de la información oficial).

Las responsabilidades públicas desempeñadas -prematuras algunas, como hemos visto-, su protagonismo en muchas decisiones y, especialmente, su calificada óptica (dada su excelente formación) sobre problemas y soluciones, convirtieron a Mignone en crítico y agudo observador de la realidad argentina. Como resulta lógico, con la madurez alcanzada con la edad, las experiencias que dejan los hechos vividos, los sufrimientos y dolores, su opinión fue creciendo en quilates. Su palabra, con el tiempo, se jerarquizó y resultó aún más valorada fuere quien fuere el destinatario.

Michael Shifter escribe que -llegado a la Argentina varias veces, a partir de 1987- optaba por principiar y culminar su labor con entrevista previa y final con nuestro protagonista:

"En nuestra primera conversación, Emilio no solamente me explicó lo que decían las leyes (se refiere a las denominadas "de punto final" y de "obediencia debida"), sino que me las puso en perspectiva y me aclaró su importancia. Lo hizo juiciosa y brillantemente, sin mostrar ningún atisbo de sus propios intereses o de rencor. De alguna manera, y aparentemente sin esfuerzo, encontró el balance adecuado entre los principios morales, de un lado, y las consideraciones pragmáticas, del otro....

No sólo quería comenzar mi trabajo hablando con quien tenía la más lúcida, ilustrada y confiable interpretación de lo que ocurría en ese país, sino que quería, además, tener la oportunidad, antes de irme, de cotejar mis impresiones de lo que había percibido y de escuchar lo que él pensaba. Hablar con Emilio -continúa- era mi forma de buscar que mis apreciaciones estén intelectual y moralmente centradas. Nunca me decepcionó"[10].

Respecto a la actitud de la dirigencia política con relación a las peores secuelas de la dictadura 1976-1983, el evocado sostenía que "la clase política se encontró en general alejada del movimiento por los derechos humanos en los años más álgidos de la represión. Era difícil obtener representantes oficiosos en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. El único interés de la mayoría de los dirigentes partidarios se centraba en la posibilidad del llamado a elecciones y estaban convencidos que esto era sólo posible negociando con los militares".

A mediados de los ’80, el ahora senador Rodolfo H. Terragno, escribía: "Emilio Mignone estremece a quien lo oye narrar ahora el tránsito de la incredulidad al asombro:


La fiesta de los represores

‘Hasta hace unos meses, casi todos mis vecinos pensaban que yo estaba loco, o que era un mentiroso. Desde que me dejaron aparecer por primera vez en televisión, hay gente que me abraza en la calle y, con lágrimas en los ojos, me dice: ¡Dios mío! ¡Usted tenía razón!" (Memorias del Presente. Edit. Legasa, 1987).

Sobre la reforma constitucional de 1994 y el consenso del Pacto de Olivos, Mignone escribió, a manera de balance:

"Muchas de esas objeciones provienen de una ignorante o interesada idealización del pasado y una falta de esperanza en el porvenir. Ni los constituyentes de 1853, de 1860, o de 1957 fueron todos eminentes constitucionalistas, como ahora se pretendía, ni entre los 305 representantes de 1994 faltaban personalidades cultivadas en esa disciplina. En 1853 el más conspicuo inspirador de su texto, Juan Bautista Alberdi, estaba en Europa y no integró la convención..... El tiempo, que permite advertir los resultados de las acciones de los hombres, dirá si tuvieron o no razón. Y nos enseñará si los protagonistas de este episodio fueron o no por una motivación patriótica, sin perjuicio de la salvaguardia de sus intereses políticos concretos, porque ello es un ingrediente inseparable de la naturaleza humana"[11].

4. Impresiones. Conocí personalmente a Mignone en febrero de 1982, seguramente mucho más tarde que un buen número de lectores de este recordatorio, y en especial, de vecinos lujanenses. Fue en ocasión en que cursaba (junto a su sobrino y querido amigo, Luis Alberto Mignone) el ingreso a derecho en la Universidad de Buenos Aires. Recuerdo también aspectos y las repercusiones periodísticas de su arbitraria detención -un año antes- previo allanamiento a la sede del CELS y a su domicilio (de donde la Policía Federal se llevó documentación y papeles, folletos y libros), por orden de un juez federal[12].

No eran momentos fáciles; ni para Mignone -que tenazmente buscaba a su desaparecida hija Mónica, como tantos familiares de detenidos-desaparecidos- ni para el país, sumergido en una grave crisis moral, política, social y económica. Lo cierto es que, en pocos días, el objetivo panorama argentino cambió radicalmente: la ocupación irracional y la derrota posterior en Malvinas -con sus consecuencias institucionales- que derivaría luego en la normalización democrática de 1983.

Cuando podíamos, asistíamos al departamento de Avda. Santa Fe al 2900, y no costaba mucho ver lucir las paredes con las amenazantes leyendas del estilo: "Mignone.. te va a pasar lo mismo que a tu hija", o de similar contenido. Cuando no estaba ocupado (muy pocas veces), siempre algún intercambio de palabras, o la pregunta típica de Emilio: "Y qué opinan de esto,... o aquello -política, casi siempre- dos jóvenes alfonsinistas como ustedes ?", aludiendo así a nuestra militancia partidaria juvenil en el centenario partido. Pero lo cierto es que Mónica no apareció -como tantos miles- y toda la conocida historia hasta esta parte.

El 5 de septiembre de 1998, Emilio Fermín Mignone ilustró a los lujanenses con una atípica, rica y curiosa conferencia sobre la historia del lugar (cuyos ejes fueron las personalidades y las acciones de Ana de Matos, Juan de Lezica y Torrezuri, el R. P. Jorge M. Salvaire y Enrique Udaondo). Lo invitaron los amigos del Museo histórico para celebrar -junto a otros disertantes de renombre- el 75° aniversario del complejo. Poco tiempo después, la desaparición física.

Varios lugares públicos lo recuerdan: en nuestra ciudad, en distintos puntos del país y del exterior. Un fallo de la Suprema Corte federal (del año 2002)[13] lleva su nombre (por la modalidad de la carátula judicial, aunque accionara representando al CELS): se trata de una acción de amparo que procuró y logró "garantizar el derecho de sufragio (Art. 37 de la C. N.) de las personas detenidas sin condena en todos los establecimientos penitenciarios de la Nación, en condiciones de igualdad con el resto de los ciudadanos". Todo un símbolo.

".... Puso el servicio humanitario por encima de pasiones políticas y jamás dejó de lado sus ideales de justicia y de libertad, que impulsó en la época más sangrienta de la Argentina.... Por su trayectoria en la lucha por los derechos humanos bajo regímenes dictatoriales, es un ejemplo para todos aquellos quienes de alguna manera hemos enfrentado situaciones similares"

Roberto Cuéllar M.
director ejecutivo
Instituto Interamericano de Derechos Humanos
San José, Costa Rica, agosto de 2001

Luján, enero de 2005.-

Notas y bibliografía.
[1] Alfredo M. van GELDEREN. Presentación y palabras de bienvenida en acto de incorporación -como miembro académico- a la Academia Nacional de Educación, 4 de octubre de 1993.
[2] Reportaje en 1988 / Asociación Madres de Plaza de Mayo. Sitio web www.madres.org.ar.
[3] "Dictadura e iglesia en Quilmes. Contexto para una investigación". Revista de Ciencias Sociales (Papeles de Investigación. Publicaciones). Universidad Nacional de Quilmes, 1996, (en sitio web www.argiropolis.com.ar /documentos/investigacion/publicaciones).
[4] Recuerdo vivamente testimonios relatados, en Luján, por Héctor "Pelito" Calzetta (presidente, muchos años, de la institución), Andrés J. "Tito" Casset, Arturo Monteiro y Carlos A. Mignone.
[5] Horacio VERBITSKY. "El legado de Mignone". Diario "Página 12". 9 de noviembre de 2004. Ver también sitio web del Cels (www.cels.org.ar )
[6] "Universidad Nacional de Luján. Origen y evolución". Secretaría de Bienestar y Extensión Universitaria / UNLu. Editorial UNLu, 1992.
[7] Academia Nacional de Educación. "Educación en los años ’90: el desafío de la calidad, la pertinencia, la eficiencia y la equidad", en el tomo "Reflexiones para la acción educativa". Incorporaciones, presentaciones y patronos, 1993-1994. Buenos Aires,1995.
[8] "Mignone, acompañado por figuras de reconocida trayectoria académica, debió soportar durante ese tiempo las presiones ejercidas por legisladores de los partidos mayoritarios en favor de algunas instituciones", en EDUCYT. "Los nuevos pasos de la Coneau" (en sitio web www.fcen.uba.ar, 1999.
[9] Homenaje a la Militancia Peronista (en sitio web www.causapopular.com.ar), 2004
[10] Organización de Estados Americanos. Discurso homenaje ante su fallecimiento, Washington, 1999.
[11] "Constitución de la Nación Argentina, 1994. Manual de la reforma". Editorial Ruy Díaz, 1995
[12] El procedimiento, absurdo, privó de la libertad a los detenidos durante varios días, se hizo invocando "la Seguridad del Estado" y estudiando "la vinculación de los procesados con determinados movimientos subversivos de proyección internacional", hecho que originó reacciones e irónicos comentarios dada las personalidades de los detenidos.
[13] CSJN. Fallo (3ra. Instancia) en "Mignone, Emilio Fermín s/ promueve acción de amparo", 9 de abril de 2002; que declaró la inconstitucionalidad del inciso d) del Art. 3 del Código Nacional Electoral, con fundamento en la Constitución reformada y en los tratados internacionales de jerarquía constitucional (según ese mismo texto de 1994).

Fabián MIGUELIZ
nfmigueliz@hotmail.com
www.ilustrados.com


Oscar Varsavsky

En una charla pronunciada en la Universidad Central de Venezuela en Junio de 1968, el Dr. Oscar Varsavsky vuelve sobre sus pasos, retoma viejos conceptos y propone nuevos desafíos a la luz de la historia. Son palabras que tienen el valor de haber sido pronunciadas a partir de una historia de vida y de su posterior análisis, profundamente crítico. Para situarnos ante estos hechos, la historia nos remite a 1955 cuando se encamina la denominada Renovación de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Buenos Aires hasta que la policía entró a repartir palos a estudiantes y profesores en Julio de 1966, inaugurando lo que se daría en llamar "la noche de los bastones largos".

Las palabras de Varsavsky resumen con crudeza los problemas encarnados en nuestro sistema de ciencia y tecnología, en nuestras universidades y en sus propios actores, en tanto profesores o estudiantes, y tienen la extraña virtud de llegar a nuestros días sin perder vigencia, muy por el contrario, sus palabras siguen describiendo con total precisión lo que aún vivimos y padecemos.

Finalmente, sólo nos resta advertir que en este artículo se superponen tres tiempos históricos: la experiencia desarrollada en la Facultad de Ciencias de la UBA desde el ’55 al ’66; el análisis crítico a la luz de lo realizado en otro tiempo (1968) y lugar (Venezuela); y nuestro propio tiempo sobre el cual impactan desafiantes estas palabras.

Ahora si, por mucho mal que nos pese, sostiene Varsavsky...

Sobre la necesaria renovación académica

(...) Empeñados en realizar una renovación académica han llegado a la conclusión que, aun sin discutir a fondo cual es el papel de una Facultad de Ciencias en un país subdesarrollado, hay una cosa segura: para desempeñar bien su papel debe formar profesionales y científicos serios, responsables, capaces de utilizar todos los instrumentos que la ciencia y la técnica ponen a su disposición y de crear los que necesiten y aún no existan. Rechazar en cambio el concepto de Facultad que se limita a otorgar títulos académicos como recompensa a los alumnos que han tenido la habilidad o la paciencia de aprobar sus exámenes

Esto les ha señalado claramente uno de los enemigos naturales de la renovación: el profesor anticuado, incapaz o desinteresado, que por desgracia abunda en nuestras universidades, y que no cumple ni remotamente con su misión formadora, porque no sabe o porque no le importa.

Sobre fósiles y cientificistas


Sergio Moreno y otros - La noche de los bastones largos (la calidad gráfica no es buena, pero el documento es perfectamente legible, pdf 4,4 Mb)

En toda acción es muy cómodo identificar al enemigo: la táctica, las victorias, las derrotas, todo se hace más claro y fácil. Yo estoy de acuerdo en que esos profesores "fósiles" son un enemigo que hay que vencer, y ojalá tengan pleno éxito en esa tarea. Pero quiero hablarles de otro enemigo no tan fácilmente identificable, puesto que en ocasiones como ésta aparece incluso como un aliado, pero que luego resulta más peligroso que el otro, más eficiente en la tarea de impedir a la Universidad realizar su verdadera misión.

(Tomando como referencia a la renovación que se hizo en la Facultad de Ciencias de Buenos Aires, en el período 1955-1966) Pensando siempre en el primer enemigo, quisimos pues asegurarnos de que sólo "buenos científicos" iban a ganar los concursos. Si se tomaba en cuenta como antecedente la antigüedad en la docencia o los títulos académicos habituales en el país, se nos volvían a meter los fósiles. El criterio debía ser la actividad científica, pero ¿cómo se mide? La unidad de medida propuesta fue la de más prestigio en el hemisferio Norte: el "paper", el artículo publicado en una revista extranjera, porque las nacionales no daban suficiente garantía de calidad.

Todos aceptamos ese criterio. Poco a poco, sin embargo, algunos empezamos a darnos cuenta de ciertas tristes realidades de la vida científica. Encontramos que en algunos campos, como Biología, donde el nivel internacional es muy desparejo, hay revistas extranjeras dispuestas a publicar prácticamente cualquier cosa. Una mala descripción de un alga de la Patagonia o cualquier otra trivialidad podía hacerse publicar en alguna revista internacional, con tal de tener algún conocido en el cuerpo editor.

En otro tipo de ciencias, como la Física, descubrimos gente que habiendo aprendido en el exterior una técnica todavía no muy difundida en el mundo, se hacía comprar el aparato correspondiente al volver al país y se ponía a aplicar esa técnica a muchas sustancias diferentes. Hay miles de moléculas que se pueden analizar por resonancia paramagnética, por ejemplo: cada una de ellas puede producir un paper, cuyo valor puede ir desde infinito a cero, o incluso ser negativo. La persona que había tenido la habilidad de dedicarse a eso aparecía entonces con antecedentes mucho mejores que otras de gran capacidad pero que sólo escribían un paper cuando tenían algo decentemente original que decir.

Lo ridículo del caso es que allá igual que aquí, nosotros conocíamos perfectamente a todos los que se presentaban a concurso, porque habían sido colegas, compañeros, o alumnos nuestros, y podíamos decir de antemano sin equivocarnos cuáles de ellos iban a ser útiles, quiénes iban a formar escuela, quiénes iban a enseñar con interés, como verdaderos maestros, quiénes se iban a preocupar por los problemas del país, sin descuidar por ello el rigor científico. Y sabíamos por otra parte quiénes estaban simplemente haciendo su carrera profesional en la ciencia y ponían todos sus esfuerzos en cumplir con ese requisito formal del paper, eludiendo toda otra actividad, incluso la enseñanza.

Sobre los papers

Hacer un paper no es tan difícil. Yo diría que cualquier graduado de esta Facultad puede publicar en una revista extranjera sin mucho más esfuerzo científico que el que hizo para graduarse, siempre que haya conseguido un "padrino" extranjero que le haya dado un tema que tenga algo que ver con las corrientes de moda. Eso se consigue yendo becado al exterior, y es muy fácil equivocarse al asignar becas.

Sobre la "carrera científica"

(...) La ciencia, por su gran prestigio, se ha convertido en una profesión codiciada y en ella hay que hacer carrera de cierta manera, ya estandarizada por normas internacionales. El éxito consiste en publicar papers, asistir a congresos y simposios, recibir visitas de profesores extranjeros, ser invitado a otras universidades como profesor visitante. Esta carrera requiere una técnica y un cierto umbral de capacidad y preparación. Pero la inteligencia no es un elemento decisivo, salvo en el caso de genios, y este caso lo dejamos de lado porque sobre genios no hay ninguna regla general que valga. Para el investigador común, el elemento decisivo para adquirir "status" en la carrera científica es un tipo de habilidad muy similar al "public relations". Tal como en la competencia comercial, a menos que lo que se venda sea muy, muy malo o muy, muy bueno, es más importante saber vender que preocuparse por la calidad del producto. Esto puede parecer exagerado, y cuando yo publiqué mi primer paper, hace 25 años, me hubiera parecido una herejía, pero la experiencia me ha hecho cambiar de opinión.

Por supuesto, no todos los que tienen éxito en esta carrera científica son simples buscadores de prestigio, si no, la ciencia estaría estancada y no lo está. Pero tampoco progresa tan maravillosamente como se dice: tengan en cuenta que desde Aristóteles hasta Einstein hubo menos científicos en total que los que hoy viven y publican papers, y sin embargo en los últimos cuarenta años ninguna ciencia, salvo la Biología, produjo ideas, teorías o descubrimientos geniales corno los que asociamos a los nombres de Darwin, Einstein, Schrodinger, Cantor, Marx, Weber e incluso Freud. Los grandes adelantos han sido técnicos, inpublicables en revistas de "ciencia pura": computadores, bomba atómica, satélites, propaganda comercial.

No está claro que el actual diluvio de papers ayude mucho al progreso de la ciencia, y por lo tanto no es válido en general el argumento de los que se niegan a "perder tiempo" enseñando porque dicen que sus investigaciones son más importantes. Eso puede ser cierto en un caso cada mil, no más.

Sobre el cientificismo

El cientificismo es la actitud del que, por progresar en esta carrera científica, olvida sus deberes sociales hacía su país y hacia los que saben menos que él.

Pero este peligro no lo vimos al principio, y seguimos preocupados exclusivamente con el otro, el de los fósiles, incapaces siquiera de ser cientificistas. Así, otra medida de seguridad que tomamos fue la de incluir científicos extranjeros en los jurados. Todavía no me explico cómo pudimos cometer semejante error.

Los científicos extranjeros son capaces -si están bien elegidos- de juzgar entre un paper "moderno" y uno anticuado, y siempre votaron en contra de los fósiles. Pero cuando se trataba de elegir entre dos candidatos científicamente aceptables, usaban sus propias normas, válidas en sus propios países, y optaban por el que había publicado un poco más, o se ocupaba de un tema más de moda, sin tomar en cuenta dos cuestiones esenciales: que en Sudamérica es tanto o más importante formar las nuevas generaciones de científicos que hacer investigación ya, y que la investigación que se haga debe servir al país a corto o mediano plazo. Esos criterios ideológicos, estos juicios de valor, no eran compartidos por los jurados extranjeros, y muchas veces nos obligaron a nombrar profesor a un cientificista dejando de lado a jóvenes también capaces de investigar, pero más conscientes de sus deberes sociales.

El resultado práctico de nuestros esfuerzos fue que "triunfamos", digámoslo entre comillas (muchas personas siguen creyendo lo mismo; yo no). En la mayoría de los casos, los fósiles fueron derrotados y en muy poco tiempo la Facultad de Ciencias de Buenos Aires fue considerada un ejemplo de ciencia moderna en Sudamérica; se multiplicó el número de papers producidos, nuestros alumnos hacían siempre un brillante papel en las universidades extranjeras a donde iban becados y cuando llegaba un profesor visitante siempre nos encontraba al día en todos los temas de moda.

Lo que conseguimos fue estimular el cientificismo, lanzar a los jóvenes a esa olimpíada que es la ciencia según los criterios del Hemisferio Norte, donde hay que estar compitiendo constantemente contra los demás científicos, que más que colegas son rivales. Y como esa competencia continua no es el estado ideal para poder pensar con tranquilidad, con profundidad, no es extraño que ninguno de los muchos papers publicados por nuestros investigadores desde 1955 haya hecho adelantar notablemente ninguna rama de la ciencia. Si no se hubieran escrito, la diferencia no se notaría.

A cambio de ese ínfimo aporte a la ciencia universal, encontramos que estos cientificistas no atendían a los alumnos, o peor, implantaban un criterio aristocrático en la Facultad: elegían algunos buenos alumnos porque los necesitaban como asistentes para su trabajo, y se dedicaban exclusivamente a ellos. Los demás eran considerados de casta inferior y debían arreglarse como pudieran.

(...) En realidad, uno de los motivos que hace tan atrayente el cientificismo es que es muy fácil: no hay que pensar en cuestiones realmente difíciles por sus muchas implicaciones. A uno lo envían recién graduado a una universidad extranjera y allí su jefe le dice qué artículos tiene que leer, qué aparatos tiene que manejar, qué técnicas tiene que usar y qué resultados tiene que tratar de obtener. Si trabaja con perseverancia, consultando cuando se le presenta alguna dificultad, se graduará sin duda de "científico", y volverá a su país a tratar de seguir haciendo lo mismo que aprendió o algo muy relacionado con eso.

Sobre la alienación, el seguidismo y la imitación de nuestros jóvenes científicos... y de los no tan jóvenes

Poco a poco la Facultad se fue transformando en una sucursal de las universidades del Hemisferio Norte. En nuestros laboratorios trabajaba gente joven, muy capaz, becada al Hemisferio Norte apenas graduados, que habían recibido allí un tema de trabajo, y ahora de regreso en el país seguían con ese tema porque era lo único que sabían bien y lo único que les permitía seguir publicando; eran muy jóvenes, no tenían una experiencia amplia y no querían desperdiciar esa capacidad tan específica que habían adquirido. Se mantenían en contacto mucho más estrecho con las universidades del exterior que con las nuestras: todos sus canales de información estaban conectados hacía afuera. Y desgraciadamente dimos el ejemplo a las demás universidades e institutos científicos del país y llegamos a extremos escandalosos: una escuela de Física y un instituto de investigaciones sociológicas ubicados en los Andes patagónicos, una hermosa zona de turismo aislada del resto del país, pero adonde los profesores extranjeros iban encantados durante sus vacaciones de verano porque podían combinar ciencia con esquí.

Lo que obtuvimos, pues, fue una alienación, un extrañamiento de todos esos jóvenes que habíamos preparado con tanto cuidado, luchando durante años para conseguirles fondos, para crear el Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas que dio y da becas, subsidios, complementos de sueldo con un criterio aún más cientificista que el nuestro. Toda esa gente, aun quedándose en el país, cortaba sus lazos con él y se vinculaba cada vez más al extranjero. Algunos terminaban yéndose al Hemisferio Norte definitivamente, pero ese no era el problema más grave. Más problema eran los que se quedaban pero se ocupaban sólo de temas que interesaban a los Estados Unidos o a Europa. Cuestiones de ciencia aplicada que interesaran al país no se investigaban. Problemas de ciencia pura que pudieran tener alguna ramificación beneficiosa para el país, no se veían. Que pudieran ser un aporte significativo para la ciencia universal, no aparecieron.

En cambio teníamos una especie de colonización científica; todos nuestros criterios, nuestras medidas de prestigio, los valores e ideales de nuestros muchachos más inteligentes, estaban dados por patrones exteriores, aceptados sin análisis, por puro seguidismo e imitación.

Sobre inesperados apoyos

Sin embargo, había algunos síntomas significativos. Empezamos a obtener apoyos inesperados e indeseados. Al comienzo, en el año 55, éramos todos considerados comunistas por la embajada norteamericana, pero esa actitud fue cambiando y nos encontramos recibiendo apoyo de las fundaciones -Ford, Rockefeller, Carnegie, todas- la National Academy of Science, el National Institute for Health; hasta recibimos un subsidio de la Fuerza Aérea norteamericana para hacer un estudio meteorológico. A algunos de nosotros esto nos obligó a pensar qué era lo que estaba sucediendo, por qué tanto interés, tanta amistad con nosotros de golpe. Y llegamos a la conclusión de que estábamos haciendo un buen negocio para ellos: que nuestra producción científica era tan parecida a la de ellos que les convenía apoyarnos.

Cuando nuestros radioquímicos completaron una serie de tablas con propiedades de los radioisótopos, no hicieron una obra científica original -no formularon ninguna idea nueva- pero hicieron un trabajo de rutina delicada, muy útil para la ciencia del Norte y recibieron por ello muchas palmadas de agradecimiento. Como ese hay otros muchos ejemplos, pero tal vez el máximo beneficio que el Hemisferio Norte saca de este apoyo al cientificismo es que nos hace depender culturalmente de ellos. Si los universitarios, la gente de la cual salen los cuadros dirigentes del país, se acostumbran a aceptar el liderazgo científico, y por lo tanto tecnológico del Norte, les será mucho más difícil rebelarse contra la dependencia económica y política. De ahí el interés de muchas entidades del Norte en apoyar nuestros esfuerzos en pro de la modernización de la enseñanza, y en contra de los profesores fósiles y los métodos anticuados.

Sobre la educación y la independencia cultural

(...) Si un país es algo diferente de los demás es porque tiene una cultura propia, es decir hábitos de vivir, de pensar, de trabajar, tradiciones y valores propios. Esa cultura se forma en gran parte a través de la educación, y por eso la educación es lo último que puede entregarse a otro país, cualquiera que sea. Si en nuestra vida cotidiana, en nuestra ciencia y nuestro arte imitamos a los EEUU, es inútil que tengamos un ejército propio y elecciones presidenciales: seremos igual una colonia, y con menos probabilidades de liberarnos que hace 150 años, porque estaremos satisfechos con nuestra manera de vivir. El colonialismo cultural es como un lavado de cerebro: más limpio y más eficaz que la violencia física.

Si un país sudamericano quiere ser realmente libre, y no un estado libre asociado, tiene que tener su propia política educativa, dirigida mal o bien por sus ciudadanos. Si son inteligentes tendrán grandes éxitos y serán admirados por el resto del mundo; si no, serán al menos lo que ellos han querido ser.

En resumen, la independencia cultural debe ser nuestro objetivo permanente, en todos los campos de la cultura, desde las series de TV hasta la ciencia pura.

Independencia cultural significa dos cosas: obligación de crear, y derecho a elegir. De lo que se hace en el Norte vamos a elegir lo que nos parezca conveniente; vamos a tomarnos esa gran responsabilidad. Y vamos a tratar de crear lo que falta.

Sobre la verdad, la universalidad y la importancia en la ciencia

Se nos dice que la ciencia debe interesarnos, porque la ciencia está formada por verdades, y lo que es verdad en Nueva York también es verdad en Caracas. Esto hay que aclararlo.

Lo que ocurre es que la verdad no es la única dimensión que cuenta: hay verdades que son triviales, hay verdades que son tontas, hay verdades que no interesan a nadie. "Una frase significa algo sí y sólo sí puede ser declarada verdadera o falsa", afirma una escuela filosófica muy en boga entre los científicos norteamericanos. Yo no creo eso: hay otra dimensión del significado que no puede ignorarse la importancia. Es cierto que un teorema demostrado en cualquier parte del mundo es válido en todas las demás, pero a lo mejor a nadie le importa. Eso me ha pasado a mí con muchos teoremas que yo he demostrado. Son verdaderos pero creo que el tiempo que gasté en demostrarlos lo pude haber aprovechado mejor. No significan nada.

Para eso hay una respuesta habitual: "no se sabe nunca; tal vez dentro de diez años ese teorema va a ser la piedra fundamental de una teoría más importante que la relatividad o la evolución". Bueno, sí, como posibilidad lógica no se puede descartar, pero ¿cuál es su probabilidad? Porque si es muy cercana a cero no vale la pena molestarse. Además, seamos realistas: si un teorema que yo descubro hoy y que nadie lee ni le importa, dentro de diez años resulta importante, es seguro que el científico que lo necesite para su teoría lo va a redescubrir por su cuenta, y recién mucho después algún historiador de la ciencia dirá "ya diez años antes un señor allá en Sudamérica había demostrado ese mismo teorema". No tiene mucha importancia eso para la ciencia universal. Ese valor potencial que tiene cualquier descubrimiento científico es el que tendría un ladrillo arrojado en cualquier lugar del país, si a alguno se le ocurriera construir allí una casa, por casualidad. Es posible, pero no se puede organizar una sociedad, ni la ciencia de un país con ese tipo de criterio. Hay que planificar las cosas. No todas las investigaciones tienen la misma prioridad; ellas no pueden elegirse al azar ni por criterios ajenos.

Sobre la originalidad en ciencia

Elegir en vez de aceptar no es fácil. Crear, mucho menos. La Ciencia parece a primera vista un cuerpo tan completo y perfecto que uno se descorazona fácilmente ante la tarea de innovar. Sin embargo, todos están de acuerdo en que dentro de un siglo la ciencia habrá descubierto campos, teorías y métodos totalmente nuevos. Eso significa que la ciencia de hoy no está cubriendo todos los campos posibles. Hay un horizonte inmenso de nuevas posibilidades.

(...) El deseo de crear, de ser originales, tropieza con dificultades cada vez mayores a medida que se trata de una ciencia más básica.

Pero la originalidad no puede ser el único criterio. Eso corresponde a la ideología de que la ciencia es un juego y que el científico puede elegir el tema que le divierta más, porque su recompensa es el placer que experimenta al dedicarse a ese juego. Esa ideología se lava las manos de los problemas sociales y por eso debemos rechazarla.

Intentemos por lo menos una respuesta tentativa a este problema de hacer ciencia autónoma pero con un contenido social.

Yo creo que lo que tiene que hacer un país subdesarrollado es integrar la actividad científica alrededor de algunos grandes problemas del país. Y la Facultad de Ciencias tiene que orientar su enseñanza para que eso sea posible. Afirmo que con ese método de trabajo se conseguirá que la Universidad contribuya mejor al desarrollo del país y que no se haga seguidismo científico.

Sobre la "ciencia del Norte"

Les recuerdo además una característica propia de la ciencia del norte, y es que allí es muy raro el trabajo en equipo, justamente porque la filosofía de la vida en Estados Unidos requiere una alta competitividad individual. Cada científico tiene que firmar él su paper, porque si no ha publicado tantos por año pierde su contrato en la Universidad a favor de otro que publicó más. Hay una resistencia muy grande a hacer un trabajo en el que haya cierta dosis de, digamos, generosidad colectiva con respecto a las ideas y a los papers. Es muy difícil plantear allá un trabajo grande, cuyos resultados pueden tardar 3, 4 ó más años en aparecer, y cuando aparezcan estarán firmados por muchas personas. Eso no sirve para hacer carrera científica en Estados Unidos, y no se hace salvo cuando no hay más remedio: cuando hay guerra, en las industrias de defensa, en la industria espacial. Allí sí; cuando hay que hacer la bomba atómica se reúnen todos los cráneos necesarios y se hace. Pero no es lo usual; ellos no están preparados ideológicamente para trabajar en equipo. Yo no sé si nosotros lo estamos, pero es un camino promisorio y deberíamos probarlo.

Sobre el tema científico que mayor importancia debiera tener

Es el estudio de la estrategia de desarrollo que más conviene al país. Partiendo de la situación actual objetiva, y de ciertas metas generales como eliminar la pobreza, la dependencia económica y cultural, etc., se debe investigar cómo efectuar ese cambio, pero analizando todos sus aspectos: con qué recursos naturales y humanos se cuenta, qué fuerzas internas o externas se oponen al cambio, qué instituciones se necesitan, qué fábricas son indispensables, cómo pueden continuar funcionando si hay un bloqueo comercial, etc., etc. Este es un problema que parece pertenecer a las ciencias sociales, pero si se plantea en todo su real tamaño requiere la colaboración esencial de las ciencias básicas, desde la discusión de los recursos naturales y los procesos tecnológicos de producción hasta los métodos matemáticos y estadísticos de analizar la enorme cantidad de factores que intervienen en el proceso simultáneamente.

E insisto en que aunque estos grandes proyectos parecen ser ciencia aplicada, en la realidad darán origen a muchos problemas de ciencia pura, y de manera funcional: no problemas teóricos cualesquiera, sino sugeridos por la necesidad de contestar a las preguntas planteadas en el proyecto y que la ciencia actual no alcanza a responder.

La famosa ciencia universal puede ganar mucho más de unas pocas ideas frescas, motivadas por problemas reales nuestros, que de nuestra incorporación pasiva a la gran competencia atlético-científica del Hemisferio Norte.

Nota: DIVULGÓN se ha tomado el atrevimiento de rescatar aquellos conceptos que a su juicio conforman el pensamiento fundamental de Oscar Varsavsky y los ha puesto en el formato que considera más accesible para el lector. No obstante, DIVULGÓN recomienda fervientemente la lectura del texto completo de esta charla.

Si bien las palabras de Varsavsky siguen muy vigentes, no podemos dejar de reconocer que hoy existen nuevos actores y otros compromisos en nuestro sistema de Ciencia y Tecnología. Actualmente, desde el sistema de Ciencia y Técnica se propone una visión "productivista" en donde la ciencia y la tecnología son tomadas sólo como creadoras de riquezas, como partes fundamentales de los procesos de producción, respondiendo a un pensamiento un tanto ingenuo y lineal, y en algún sentido, mágico (ciencia básica ? aplicada ? desarrollo tecnológico ? producción industrial).

No caben dudas que para lograr una corriente autosostenida de desarrollo tecnológico es imprescindible una fuerte interacción entre el Estado, el sistema productivo y el sistema científico-técnico, aunque la realidad es mucho más compleja que el conocido "triángulo de Sabato" (ver Ciencia y Tecnología en los países del sur, por Tomás Buch en Divulgón 2). No es raro escuchar en el discurso actual de científicos y tecnólogos hablar con ligereza de "empresas", "empresarios" e "impacto social de proyectos". Así vemos como, sin la seriedad que corresponde, se intentan construir incubadoras de empresas, polos tecnológicos y agencias de promoción científica.

Estos nuevos horizontes propuestos terminan formando parte del discurso justificatorio de proyectos de investigación y de pedidos de subsidios, en donde se retuercen las palabras para que aparezca el impacto social del proyecto, en una competencia económica o financiera, más que científica, tecnológica, o académica. Por todo esto, es importante tener en cuenta que en nuestro país todavía no hubo una reforma estructural del sistema de ciencia y tecnología, como tampoco existe un genuino corrimiento masivo de posiciones ideológicas de los investigadores y tecnólogos que lo conforman en pos de construir una mejor calidad de vida para la sociedad de la cual se nutren. Hoy, más que nunca, se nota la falta de intelectuales que posibiliten un análisis riguroso de estas nuevas alianzas, de estos nuevos horizontes, de esta "cosmética" del discurso, como lo hizo el Dr. Oscar Varsavsky a su tiempo y desde su tiempo.

Para seguir leyendo:
Ciencia, Política y Cientificismo de Oscar Varsavsky, Editorial Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1969.

Oscar Varsavsky se graduó como doctor en Química en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires. Dio clases de matemáticas en las Universidades de Buenos Aires, del Sur, de Cuyo y de Caracas. Desde 1958 fue miembro del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y en sus últimos años profundizó en el estudio de la historia y la epistemología. Fue uno de los primeros y más destacados especialistas mundiales en la elaboración de modelos matemáticos aplicados a las ciencias sociales. Oscar Varsavsky murió en 1976.

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Juan Carlos Onganía (1914 - 1996)

Por Felipe Pigna

Juan Carlos Onganía, el dictador que se proponía gobernar la Argentina por cuarenta años, nació en Marcos Paz, provincia de Buenos Aires el 17 de marzo de 1914. Sus padres se dedicaban a las tareas agrícolas y atendían un pequeño almacen. Cursó la escuela primaria en colegios parroquiales. A los diecisiete años ingresó al Colegio Militar y a los veinte se graduó como teniente.
Fue ocupando diversos destinos y ascendiendo en la carrera militar hasta llegar en 1959, durante el gobierno de Frondizi, al grado de General de Brigada en el arma de caballería.

Atrajo la atención de los medios y la opinión pública en 1962 cuando encabezó el bando azul en los enfrentamientos internos que se produjeron durante el breve gobierno de Guido. La base de la oposición entre azules y colorados se hallaba en su concepción respecto del peronismo. Ambos sectores eran antiperonistas pero en distinta forma. Para los colorados, el peronismo era considerado un movimiento de clase sectario y violento que podría dar lugar al comunismo. Por el contrario, los azules consideraban que pesar de sus excesos y de sus abusos el peronismo era una fuerza nacional y cristiana que permitió a la clase obrera no volcarse hacia el comunismo.

El triunfo de los azules le valió a Onganía su promoción a Comandante en Jefe del Ejército. Políticamente se dió una situación paradójica. Debido a las presiones de los factores de poder, los azules, que acaudillados por Onganía ejercían de hecho el poder durante el débil gobierno de Guido, terminan imponiendo el proyecto de los colorados porque finalmente el gobierno de Guido con su ministro del Interior, el general Villegas - que era un militar azul - termina proscribiendo el peronismo en una situación que nadie esperaba.

En 1963 triunfó el Doctor Arturo Illia de la Unión Cívica Radical del Pueblo con el 25% de los votos en unas elecciones en las que el voto en blanco peronista fue masivo.

El 7 de agosto de 1964, el General Onganía pronuncia en la Academia Militar de West Point, Estados Unidos, durante la Quinta Conferencia de Ejércitos Americanos, un discurso que preanuncia la Doctrina de la seguridad nacional, según la cual, el enemigo estaba ahora fronteras adentro y se encarnaba a los opositores, al sistema de vida "occidental y cristiano", a los que se calificaba genéricamente como comunistas. Dijo en aquella ocasión: "El deber de obediencia al gobierno surgido de la soberanía popular habrá dejado de tener vigencia absoluta si se produce al amparo de ideologías exóticas, un desborde de autoridad que signifique la conculcación de los principios básicos del sistema republicano de gobierno, o un violento trastocamiento en el equilibrio e independencia de poderes. En emergencias de esta índole, las instituciones armadas, al servicio de la Constitución no podrán, ciertamente mantenerse impasibles, so color de una ciega sumisión al poder establecido, que las convertirían en instrumentos de una autoridad no legítima".

En Noviembre de 1965 Onganía decidió pasar a un segundo plano, según versiones, para planificar un futuro golpe de estado, y renuncia a la Comandancia del ejército y es reemplazado por el General Pistarini

Pese a sus logros, Illia estaba muy condicionado por los factores de poder que mantenían una rígida postura frente al peronismo y presionaban para que siguiera proscripto. Veían en la política social del gobierno radical rasgos populistas. Parte del empresariado entendía que el presidente se apartaba de las prácticas liberales tradicionales de reducción de la inversión en rubros como salud y educación y comenzaron a conspirar con los sectores golpistas del ejército a los que se sumaron sectores gremiales y la mayoría de la prensa.

Los dirigentes sindicales peronistas, encabezados por el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor, acosaron a Illia con paros y planes de lucha.

Los medios de prensa hicieron el resto para crear un clima de inconformidad y golpismo, insistieron con la supuesta lentitud del presidente y propusieron su reemplazo por un caudillo militar.

El 29 de mayo de 1966, día del ejército, el Gral Pistarini le puso plazo al golpe:30 días. El gobierno a pesar de las presiones insistió en legalizar al peronismo y permitió su participación en elecciones provinciales.

En este contexto fue enviado al Parlamento una novedoso proyecto de Ley de Medicamentos, que limitaba el accionar de los poderosos laboratorios multinacionales y les imponía controles sanitarios.

En las primeras horas del 28 de junio de 1966, cumpliendo su amenaza, las fuerzas armadas ingresan a la Casa Rosada. El General Julio Alsogaray, hermano del famoso economista, es el encargado de intimar al presidente. En esa circusntancias se produjo un recordado diálogo: Alsogaray- En representación de las Fuerzas Armadas vengo a pedirle que anbandone este despacho.

Illia- Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como asaltantes nocturnos , que, como los bandidos aparecen de madrugada.

Alsogaray: Lo invito a retirarse. No me obligue a usar la violencia.

Illia: ¿De qué violencia me habla? La violencia la acaban de desatar ustedes. El país les recriminará siempre esta usurpación

Finalmente el presidente Illia fue sacado por la fuerza de la casa de gobierno y los militares se hicieron cargo del poder. El día 30, asumió el nuevo presidente, Juan Carlos Onganía jurando sobre los Estatutos de la autodenominada "Revolución Argentina". En la ceremonia están presentes notorios dirigentes sindicales peronistas como el metalúrgico Augusto Timoteo Vandor.

Perón desde Madrid declaró: "Los gobernantes surgidos del golpe de Estado del 28 de junio han expresado propósitos acordes con los principios del movimiento peronista; si ellos cumplen, los peronistas estamos obligados a apoyarlo"

A poco de asumir y en la seguridad de que las universidades eran un reducto opositor, el gobierno decidió intervenirlas quitándoles la Autonomía y el Cogobierno, conquistas logradas con la reforma de 1918.

Cuando docentes y alumnos quisieron defender sus conquistas, se produjo uno de los hechos más lamentables de la Historia Cultural argentina: la Noche de los Bastones Largos.

Ese 28 de Julio de 1966, la Guardia de Infantería, armada con pistolas lanzagases y largos bastones, golpeó y detuvo a docentes y estudiantes de varias facultades de Buenos Aires. La consecuencia fue el despido y la renuncia de más de 700 docentes que abandonan el país para continuar sus brillantes carreras en el exterior.

El Ministro de Economía que se desempeñó durante el mayor tiempo de la gestión de Onganía, Adalbert Krieger Vasena El ministro de economía Adalbert Krieger Vasena logra controlar la inflación congelando los salarios. Una receta muy conocida. Tras una devaluación del peso del, 40% el dólar permaneció estable por casi dos años. El gobierno encaró obras públicas y creció la actividad industrial cada vez más vinculada a las empresas multinacionales.

Los principales beneficiarios del programa económico fueron los grandes empresarios y las más importantes empresas industriales, muchas de ellas multinacionales. El agro pampeano fue perjudicado por la devaluación de la moneda en un 40% y por el aumento de los porcentajes de retención a las exportaciones agropecuarias. La supresión de medidas proteccionistas perjudicó a productores regionales del Chaco, Tucumán y Misiones.

Onganía implantó una rígida censura que alcanzó a toda la prensa y a todas las manifestaciones culturales como el cine, el teatro y hasta la lírica, como en el caso de la ópera "Bomarzo" de Manuel Mujica Lainez y Alberto Ginastera.

El agitado clima gremial de los años anteriores a 1966 llevaron a los representantes del capital internacional y al mismo gobierno a pensar en medidas que impusiesen la disciplina sindical y laboral. En 1967 el gobierno emitió un decreto ley contra el comunismo que en realidad estaba destinado a todo el arco opositor. El gobierno de Onganía ganó una dura batalla en el campo sindical al constituirse la Comisión de los Veinticinco, encargada de preparar el proceso electoral en los sindicatos que llevó a la división del movimiento obrero a mediados de 1968 en dos centrales sindicales: la CGT de Azopardo, de buen diálogo con el gobierno; y la CGT de los Argentinos combativa y opositora.

Todo parecía estar bien para Onganía que soñaba con una dictadura al estilo Franco, sin plazos, convencido de que la gente no tenía por qué preocuparse y estaba feliz con el gobierno.

Pero la oposición existía y el descontento también. Fundamentalmente en las fábricas y en las Universidades.

En mayo de 1969 comenzaron a evidenciarse los síntomas de un descontento que venía creciendo entre distintos sectores de la población debido al cierre de los canales de participación política, la política educativa, social y económica del gobierno.

El 15 de mayo la policía reprimió violentamente una manifestación de estudiantes en Corrientes. Allí murió el estudiante de medicina Juan José Cabral . Dos días después, en Rosario estudiantes que se movilizaban para repudiar el crimen de Cabral fueron enfrentados por la policía. Uno de los uniformados, el oficial Juan Agustín Lezcano extrajo su arma y asesinó al estudiante Adolfo Bello de 22 años. El hecho produjo la indignación de los rosarinos que se manifestaron masivamente en una "marcha del silencio". El 21 de mayo la policía volvió a reprimir y a cobrarse una nueva víctima, el aprendiz metalúrgico Luis Norberto Blanco de 15 años. La situación se agravó y las calles de Rosario fueron ocupadas por obreros y estudiantes que levantaron barricadas y encendieron fogatas para contrarrestar los efectos de los gases lacrimógenos alimentadas con mesas, sillas, cajones, cartones y papeles arrojadas por los vecinos desde sus balcones para colaborar con los manifestantes. Era el "Rosariazo", el primer estallido de una larga lista que expresaba el descontento popular con la dictadura de Onganía quien decretó la ocupación militar de Rosario y varios puntos de la provincia de Santa Fe.

Estas noticias tuvieron gran repercusión en Córdoba, donde existïa una estrecha relación entre los estudiantes y los obreros de las grandes fábricas instaladas en el cordón industrial, ya que muchos trabajadores estudiaban en la Universidad de Córdoba. Este hecho, sumado a la constitución de un movimiento obrero muy combativo, surgido con posterioridad al peronismo, al calor de las corrientes de ideas revolucionarias de los años 60, llevaron a que el proceso de politización creciera notablemente tanto en las fábricas como en las facultades.

Mientras en Buenos Aires las autoridades celebran el día del ejército, obreros y estudiantes se apoderan de la Ciudad de Córdoba para hacerse oír.

Es el 29 de mayo de 1969 y el hecho quedará en la memoria como el Cordobazo. La Policía es desbordada y debe retirarse.

Finalmente el ejército controlará la situación en la ciudad, pero en el país la cosa parece incontrolable.

Onganía desconcertado declaró pocos días después: "Cuando en paz y en optimismo la República marchaba hacia sus mejores realizaciones, la subversión, en la emboscada, preparaba su golpe. Los trágicos hechos de Córdoba responden al accionar de una fuerza extremista organizada para producir una insurrección urbana. La consigna era paralizar a un pueblo pujante que busca su destino"

Los hechos de Córdoba abrieron el paso a la violencia como forma de hacer política. El cierre de los canales tradicionales de participación, como los partidos políticos y la represión de la actividad gremial en las universidades llevaron a muchos jóvenes a canalizar su protesta a través de la guerrilla.

Desde los hechos de Córdoba, el ejército a través de su jefe, el General Alejandro Agustín Lanusse, venía presionando a Onganía para que compartiera las decisiones políticas con las Fuerzas Armadas y tomara conciencia de la gravedad de la situación nacional en la que ya no cabía su proyecto de una dictadura autoritaria y paternalista sin plazos, que tomaba como modelo al régimen instaurado por Franco en España. El secuestro y asesinato del General Aramburu llevado a cabo por los Montoneros, y la incapacidad del gobierno para esclarecer el hecho, fueron el detonante para un nuevo golpe interno. El desprestigio que involucró al ejército, cuyo líder indiscutido, el General Lanusse, optó por permanecer en en segundo plano y preservar su figura derrocando a Onganía el 7 de junio de 1970 y designando como presidente a Roberto Marcelo Levingston, un General que cumplía funciones como agregado militar en Washington.

Tras su derrocamiento y su posterior pase a retiro Juan Carlos Onganía adoptó un perfil bajo. Se lo vió intermitentemente en los palcos colmados de generales que acompañaban los actos de la dictadura militar desde marzo de 1976.

En 1995 reaparecio en los medios lanzado su candidatura a presidente. Se lo escuchó reivindicar su obra de gobierno y denunciar la decadencia moral del menemismo. Por faltas de apoyos debió retirar la candidatura. Pocos meses después, a mediados de 1996 moría Juan Carlos Onganía. Habían pasado 40 años de aquel golpe militar que según su protagonista se prolongaría por ese lapso de tiempo.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar


La del '69: la promo olvidada

Por Alicia Muzio

El 17 de diciembre a las 19.30 horas —ni un minuto antes ni un minuto después— los supérstites de la Promoción ´69 recibiremos nuestros diplomas de bachiller (Sanguinetti dixit).

Y nunca mejor usado el cultismo para llamarnos sobrevivientes, a nosotros que a punto de entrar en el 2000 unidos o dominados, fuimos testigos, protagonistas, víctimas y hoy quizá nostalgiosos de La náusea de Sartre, los cuentos de Cortázar, el Che Guevara, las nuevas carreras de psicología y sociología en la Universidad de Buenos Aires, la explosión editorial con la aparición de Eudeba, Jorge Alvarez, De la Flor, la doctrina del compromiso artístico, el psicoanálisis que invadió los hogares de las capas medias, Mariano Grondona que ya entonces pontificaba "las fuerzas armadas constituyen una instancia de reserva de todo sistema", los nuevos semanarios con su ímpetu modernizador al estilo europeo o norteamericano como Primera Plana de lectura ineludible, Borges y Marechal, el boom de la literatura latinoamericana con García Márquez, Vargas Llosa y Alejo Carpentier a la cabeza, el cine Lorraine con sus ciclos de Bergman, Antonioni o la nouvelle vague, los Beatles, Bobby Solo, Richard Anthony, la presencia patente de Perón desde el exilio moviendo los piolines, el estructuralismo, el teatro de Halac, Cossa y Gambaro con su polémica de realistas versus absurdistas, Santo Domingo, Vietnam, el Instituto Di Tella, Marta Minujín, el Club del Clan, Racing, Estudiantes y Nicolino Locche campeones del mundo.

Esa atmósfera cultural que conociera toda la fascinante ambigüedad de las pasiones ideológicas —conjunción de política y cultura—, fue barrida por el golpe de estado de 1966 con su exégesis de la "Noche de los bastones largos". Quedaron huellas, sin embargo, de aquello que pudo haber sido.

Conservamos de aquellas épocas un cúmulo de actitudes muy vinculadas con la democracia y la tolerancia, con la aspiración de una sociedad digna de ser vivida , de un mundo más justo y con mayor solidaridad.

Como tantas cosas se hacen en nombre de este fin de milenio, no estaría mal intentar alguna reflexión después de los treinta años que vivimos sin diplomas. Hemos tenido muertos y desaparecidos. Sufrimos exilios externos e internos. No recibimos los diplomas por esos seis años de estudio —que nos marcaron a fuego y nos impulsaron como hombres y mujeres por los caminos y profesiones más diversos— y, al momento de hacer pesar nuestros valores, sólo pudimos exhibir "un certificado analítico", pasaron treinta años y ¿ninguno de nosotros reclamó?

Creo, entonces, que el alerta debe estar puesto en el valor y en el respeto de nuestras instituciones, incompletas, subdesarrolladas, con aspectos por momentos grotescos, perfectibles, pero únicas garantes de que no se repitan las alternativas que —como a muchas otras— le tocaron vivir a esta zarandeada pero íntegra Promoción 1969.

Para festejar su 30º aniversario y la entrega de papiros, además de decir todo lo que tiene adentro y de recordar a los ausentes, la Promoción ´69 organizó para el 17 de diciembre un gran encuentro con discursos, lunch, música y baile (pero sin "lentos": asignaturas pendientes, abstenerse).

Alicia Muzio (Promoción 1969, por supuesto)

Aclara la Promoción '69

El 4 de noviembre pasado La Nación publicó un extenso artículo titulado "Recibirán diplomas con 30 años de retraso. Inexplicable olvido en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Como secuela de la Noche de los bastones largos, 268 egresados de 1969 no tuvieron su graduación". El mentor y autor intelectual de la gacetilla fue nuestro compañero Rubén Furman, que tuvo la idea –y lo logró- de hacer un poco de ruido y convocar a la Promoción.

Hubo en la nota dos incorrecciones, ambas involuntarias. Al referirse a nuestro entrañable compañero Marcelo Vázquez —alumno brillante y mejor amigo a quien, sin duda, le esperaba como físico y como ciudadano un futuro espectacular, pero que por esas cosas que sólo Dios sabe tomó con su vida una decisión para todos inexplicable—, se lo mencionó como abanderado. ¡Cómo puede alguien ignorar que la abanderada de nuestra promoción fue la querida Gloria Tabachnik! Fue Gloria también quien, entre gallos y medianoche, privada de la presencia de sus compañeros y en medio de otras promociones —por esas cosas de "la época"—, recibió numerosos premios por sus "10 absoluto" en varias materias como el "Rector Uballes", "Juan Sauberan", "A. César Silvetti", "Embajada de Francia".

La otra inexactitud tuvo un final muy feliz . En la nota se citan dos de los numerosos compañeros desaparecidos: el querido Claudio "turco" Adur y Mario Zejan. Por un llamado de su hermano, nos enteramos de que Mario está vivo, reside en Suecia y su madre va a recibir el diploma por él.


Anales de la Ciencia Argentina

Por Leonardo Moledo

Los Anales de la Ciencia Argentina, todavía no publicados, y ni siquiera escritos por el aún no nacido Robert Bresson –que no casualmente llevará el mismo apellido del famoso director francés (Un condenado a muerte se escapa, Pickpocket o Mouchette)–, contienen observaciones que pueden sonar extrañas (y hasta irritantes) a los argentinos de principios del siglo XXI, a pesar de lo cual ha de ser una excelente crónica, y un buen punto de partida para la reflexión, si es que uno está dispuesto a dejar de lado ciertas exigencias de la corrección política del momento, siempre tan mudable y efímero.
Así, en la entrada correspondiente a "Sadosky, Manuel", se lee:

"n. 13/abril/1914, f. 18/julio/2005, dist. mat., func. pub., c. c/Cora Ratto, una hija, C. Sadosky, s. nup. Katun Troise. La crónica que sigue –continúa Bresson– se construyó a partir de un artículo publicado el día siguiente al de su muerte –19/6/2005–, por Página/12, periódico de la época, de orientación intelectual, frecuentado por los sectores progresistas, y de fuentes dispersas y fragmentarias. Manuel Sadosky falleció en una madrugada desapacible, de diversas complicaciones derivadas de su edad, 91 años, muy avanzada según los cánones de la época. La vida de Sadosky reflejó adecuadamente la historia del país en el que le tocó actuar. A principios del siglo XX, la Argentina recibió un gran torrente inmigratorio, en el que se enmarcó la llegada de los padres de Sadosky, judíos rusos que huían del antisemitismo. La Argentina era entonces una tierra de promisión, propensa al ascenso económico y cultural por vía de la estructura educativa sarmientina (por Sarmiento, aparentemente un caudillo que alcanzó la presidencia de la República en el siglo XIX) orientada por la noción y la ideología del progreso y las concepciones de la Ilustración.
"Manuel Sadosky fue un perfecto exponente de la eficacia educativa de aquel sistema: su padre era zapatero; su madre era analfabeta, y tanto él como sus hermanos terminaron los estudios universitarios. En 1940 se doctoró en ciencias físicas y matemáticas en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), junto a Cora Ratto, su primera esposa. Ejerció la docencia y se perfeccionó en Francia (Instituto Henri Poincaré de París) e Italia (Instituto del Cálculo, en Roma), donde se orientó hacia la matemática aplicada, que lo llevaría más tarde a ser un pionero de la informática en la Argentina. Cuando regresó, fue perseguido por el gobierno peronista (ver ‘primer peronismo, ciencia del’) y recién a la caída del régimen pudo volver a la facultad en 1956, de la cual fue vicedecano mientras el meteorólogo Rolando García (ver ‘García, Rolando’) ejercía el decanato. Desde ese cargo, compró la primera computadora científica que tuvo la Argentina, a la que se llamó ‘Clementina’ siguiendo la costumbre de aquellas épocas en que las computadoras eran objetos verdaderamente raros (ver ‘Clementina’).
"Se iniciaba entonces un período fructífero que hoy la historia de la ciencia califica como ‘década de oro’, que fuera elogiada –dice Bre-sson– en el magnífico libro de Asytuzi (Nota: no hemos podido averiguar nada sobre él, porque aún no se publicó) y que quedó fijada en el imaginario científico argentino como un paraíso perdido, mediante el empuje de una generación entera de científicos como Zadunaisky, Klimovsky, Gutiérrez Burzaco (s/d), Oscar Varsavsky, Calderón, Giambiaggi, Bollini (s/d), Rebeca Guber, David Jacovkis, que más tarde sería decano de la facultad (Nota: aquí Bresson comete un error. Seguramente confunde a David Jacovkis, con su hijo Pablo Miguel, que sí fue decano).
"Campeaba en aquella década el ‘espíritu jacobino de los enciclopedistas’, con fuerte influencia francesa, barrido más tarde ya sea por el oscurantismo facistoide de Onganía (un miserable general de despreciable recuerdo), la ciencia ‘nack & pop’ (nacional y popular) de la frustrante experiencia de 1973 (no hemos podido averiguar –admite Bresson– en qué consistía tal "ciencia nacional y popular") inmediatamente seguido por la intervención, esta vez abiertamente fascista, de un tal Ottalagano (s/d) dispuesta por el gobierno peronista (1974-76), y el control asesino, ya institucional de la dictadura (1976-83), que terminó con la espectacular derrota del Ejército Argentino en la aventura de la invasión a las islas Malvinas (para los ingleses de entonces Falklands), dirigida por un general del que sólo sabemos hoy que era un alcohólico consuetudinario y responsable de multitud de asesinatos. Más tarde, Sadosky fue secretario de Ciencia y Técnica del país, apenas restaurada la democracia, desde donde creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (Eslai) –sobre la cual nada hemos podido averiguar, excepto que se trataba de una institución de primer nivel–, y que se extinguió bajo la gestión reaccionaria y oscurantista del sucesor de Sadosky, Raúl Matera, cirujano neurólogo y uno de los introductores de la lobotomía en la Argentina (ver ‘Matera, Raúl’).
"Sadosky se transformó en un símbolo: tanto sus contemporáneos como las sucesivas generaciones que lo recordaron y evocaron lo hicieron no como el gran científico que descubre nuevos resultados para su ciencia, sino como la figura que permite que muchos científicos lo hagan. Como sostienen Claudio Armenster y Amadeo Pérez Ranuk (no hemos podido averiguar a quiénes corresponden estos nombres), encarnó la tradición de la ciencia iluminista, la ciencia como liberadora de la condición humana, la ciencia como el combate contra el oscurantismo, la reacción y la barbarie, a través de épocas muy propensas, precisamente al oscurantismo, y en la que incluso algunas corrientes llegaron a renegar de la palabra ‘científico’, a la que colgaron el mote de ‘cientificismo’, que se usaba como un insulto."

El artículo de Bresson sigue adelante, señalando la importancia del Instituto de Altos Estudios Manuel Sadosky, frente al cual se erigió una estatua del científico, con su clásico sombrero, que lo protegió de los salvajes palazos de Onganía la Noche de los bastones largos. Es bueno escribir estas notas, y estas contratapas, sabiendo que alguna vez serán una de las fuentes mediante las cuales algunos maestros, como lo fue don Manuel, serán recordados.

Fuente: Página/12


Entrevista: Tulio Halperín Donghi

La serena lucidez que devuelve la distancia

Considerado el más importante historiador argentino, autor de una obra compleja e insoslayable para todo el que quiera conocer el pasado, Tulio Halperin Donghi se ha vuelto con los años —acaso por la distancia crítica asumida— un agudo analista de la política y la cultura argentinas. Reflexiona aquí sobre los avances en historiografía, el setentismo de Kirchner, las contradicciones de la universidad y el neorrevisionismo, que revela —dice Halperin— una "demolición universal de la historia argentina".

MARIANA CANAVESE E IVANA COSTA

Es uno de los más grandes historiadores argentinos pero, emigrado tras la Noche de los Bastones Largos, en 1966, escribió buena parte de su obra en el exterior. Cuenta que cada intento por volver confirmaba que ésa no era una solución: "En el 73 —dice— pedí mi reincorporación a la universidad. Caritativamente nunca me contestaron. En el fondo, me evitaron el problema de tener que empezar pidiendo licencia". De paso por Buenos Aires, cuando están a punto de reeditarse sus libros Guerra y finanzas en los orígenes del estado argentino y Una nación para el desierto argentino (Prometeo Libros), Tulio Halperin Donghi —profesor en Berkeley, California— no ha perdido el entusiasmo por gravitar en las batallas políticas y culturales que aquí se libran. En esta charla, desmenuza con lucidez los dilemas de la sociedad y la universidad (también la polémica que el año pasado dividió aguas en la UBA, tras la creación de una cátedra paralela a la de Historia Social General que encabeza Luis Alberto Romero). Y recuerda sus comienzos en la carrera de historia, que siguió a una trunca incursión en la química: "Cuando estudiaba química buscaba la utilidad social de lo que hacía, pero no la descubría; en el fondo pensaba en eso porque no tenía ningún interés personal. En cambio, algún interés en la historia debo tener, porque nunca me pregunté por su utilidad social".

-En el libro - Pensar la Argentina- contaba que, de estudiante, no podía esperar nada de la universidad ¿Todavía lo ve así?

-Yo creo que "nada" es una exageración. Allí hablé de lo que recuerdo haber extraído de la universidad, que es algo más que "nada", pero no mucho.

-¿Había otros espacios que completaban su formación?

-Había en casa una buena biblioteca; y estaba también José Luis Romero, que era amigo de la casa, y que fue desde el comienzo casi mi único referente, aunque no influyó todo lo que habría podido en mi orientación. El desaprobaba que yo quisiera dedicarme a la historia argentina. Su relación con la historia argentina era un poco como la que tienen con la pintura esos "pintores del domingo" que dedican el resto de la semana a una tarea profesional seria: en su caso, la historia medieval. Una vez me dijo que querer hacer historia argentina era tener una ambición intelectual muy modesta, y creo que en cierto sentido tenía razón.

-¿Por qué tendría razón?

-Porque si compara a José Ingenieros con Santo Tomás de Aquino descubre que tiene un lugar menos importante en la historia del pensamiento universal. Pero hay otros modos de mirar la historia que hacen que esa diferencia parezca menos importante.

-¿Qué lecturas influyeron sobre su manera de hacer historia?

-En cuanto a historia argentina, mi primer maestro es uno considerado muy malo: Vicente Fidel López, cuya historia leí, como si fuera una novela, en las vacaciones antes de entrar en el colegio secundario. Como en este momento estoy traduciendo al castellano la sección dedicada a la década de 1820 de una historia argentina que escribí en un inglés detestable, se me ocurrió releer los dos tomos que López dedicó al Congreso de 1824. Encontré allí mucho más que un texto divertido. López nos ofrece la memoria interna de la que llamó la burguesía liberal porteña. Leyéndolo entendemos mejor las razones del todo comprensibles que tuvo su padre —no sólo él— para derivar hacia el rosismo. Releyéndolo, descubro que de él aprendí más de lo que creía.

-¿Cuándo comenzó a escribir su historia argentina?

-Hace más de diez años, de modo bastante intermitente, mientras hacía otras cosas. Es una empresa problemática; como ocurre con toda historia nacional, hay etapas que interesan menos que otras, y existe el temor de que uno se ocupe de ellas sólo porque no puede saltearlas, pero me molesta más cuando descubro que algunas me interesan demasiado para un proyecto como éste, y quedo con la sensación de que, aunque trato de encararlas lo mejor posible, no hago todo lo necesario. Hay otro problema: desde que comencé a escribirla, se ha trabajado mucho en historia en la Argentina; hay cada vez más períodos que se conocen mucho mejor, y están también los más recientes, que sólo ahora se están incorporando al territorio del historiador. Mantenerse al día requiere un esfuerzo constante.

-¿Qué período abarca?

-Desde los primitivos habitantes, hasta la caída de De la Rúa.

-¿Existe una mayor producción historiográfica en la Argentina?

-Desde luego. Hay una profesionalización del trabajo histórico que es una de las cosas más impresionantes que ocurrieron desde que, como se dice, volvió la democracia. Las estructuras que albergaron ese cambio habían sido construidas en parte en dictaduras, aunque entonces habían albergado todavía bastante poco, como suele ocurrir con los inmensos aparatos que a las dictaduras les gusta erigir.

-¿Podría explicarlo mejor?

-Podría dar un ejemplo: los congresos que en aquellos tiempos organizaba la Academia Nacional de la Historia, donde las contribuciones eran de niveles muy variables, a menudo excesivamente elemental. Después fueron las escuelas y los departamentos de historia de las unversidades los que tomaron esa tarea, con un espíritu muy distinto.

-¿Cómo prepara la universidad argentina al futuro historiador?

-No creo que haya una manera única de llegar a historiador, pero si ha de hacer su aprendizaje en una carrera, el marco no puede ser sino la universidad. En la Argentina pasaron dos cosas importantes en los últimos veinte años. Por una parte, la creación de una muy sólida escuela de historia en la UBA, gracias a unas pocas figuras, y el surgimiento de centros en las universidades del Interior donde se encara la tarea histórica con una solvencia que faltaba en el pasado. Antes, muchas veces lo que se producía era crónica local. Hoy hay un esfuerzo por imponer cierto control de calidad, tanto más admirable porque afronta resistencias que no afloran en polémicas, sino que usan tácticas insidiosas que las hacen aún más temibles.

Perón y Onganía

PERÓN: TRES HORAS CON PRIMERA PLANA

En la noche del domingo 26 de junio de 1966, Perón recibió en la Puerta de Hierro un cable que decía textualmente: "Llegaré a Madrid entre el veintiocho y el veintinueve, pero probablemente anticiparé viaje veinticuatro horas". Era la comunicación oficial de que el alzamiento contra Illia iba a estallar.

Al anochecer del martes 28, asediado por la prensa española, a la que finalmente no recibió, Perón se encerró tres horas con el enviado especial de Primera Plana, Tomás Eloy Martínez. Parecía animoso, fumando un cigarrillo detrás de otro, bebiendo té y jugo de naranjas, con un pantalón blanco, cuya pulcritud cuidaba al sentarse, y una camisa de mangas cortas.

Antes de la conversación, Jorge Antonio le informó que Onganía asumiría el poder a las 22, hora española. Al terminar, su secretario Giménez le anunció la suspensión de las relaciones de Estados Unidos con la Argentina: "Es la gran ocasión que tienen estos muchachos para ganarse ahora el afecto popular. ¿Sabe qué haría yo en estos momentos? —le dijo al cronista—. Lanzaría un llamamiento nacional explicando al país que Estados Unidos nos aisló y que somos lo bastante fuertes como para salir adelante solos. Ya vería usted cómo inmediatamente el pueblo no vacila en engrosar las filas detrás de Onganía". El entusiasmo de Perón por la revolución lo había hecho levantar la voz, guiñar picarescamente el ojo izquierdo, encenderse y abrir los brazos con vehemencia, como en los buenos tiempos.

"Para mí, éste es un movimiento simpático —dijo— porque se acortó una situación que ya no podía continuar. Cada argentino sentía eso. Onganía puso término a una etapa de verdadera corrupción. Illia había detenido el país queriendo imponerle estructuras del año mil ochocientos, cuando nace el demoliberalismo burgués, atomizando a los partidos políticos. Si el nuevo gobierno procede bien, triunfará. Es la última oportunidad de la Argentina para evitar que la guerra civil se transforme en la única salida."

"Cuando los jefes militares me visitaron por interpósita persona, descubrimos algunas coincidencias. Pero hace poco escribí con seudónimo (firmo Descartes porque el filósofo francés usaba el seudónimo Astrónomo Perón, y yo le devuelvo así la gentileza) que el peronismo no pacta con nadie. Si el nuevo Gobierno apoya los intereses populares, nosotros apoyaremos al Gobierno. La proscripción del peronismo no nos interesa porque es imposible proscribirnos por decreto. No nos interesa nuestra existencia legal, sino nuestra existencia real. Tampoco nos interesa el acceso al poder porque no luchamos por nosotros sino por el país. Hemos aprendido a tener paciencia; será dentro de un año, dentro de diez. Creemos, como Confucio, que una hormiga no puede matar a un elefante, pero que puede comérselo. Tenemos buenos nervios."

Perón habló largamente sobre el arte de la conducción y juzgó a Onganía en ese sentido. Especificó: "Un conductor político es una cosa y un conductor militar, otra. Este manda, vale decir, obliga. El conductor político persuade. Para mandar se necesita voluntad y carácter; para gobernar, sensibilidad e imaginación. Si el general Onganía tiene sensibilidad e imaginación, entonces el país saldrá adelante. No conozco suficientemente a Onganía. Es un hombre que habla poco y, por lo tanto, difícil de definir. Tengo la impresión de que es un buen soldado; sé que es un hombre patriota, bienintencionado y honesto, y ésas son condiciones esenciales para un hombre político. Reconozco calidad a Onganía como hombre de mando en el Ejército. Si Onganía se comportase en el terreno político como en el terreno militar, el país podrá andar bien".

"Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica. Como argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del Gobierno Illia. La corrupción como el pescado, empezó por la cabeza. Illia usó fraude, trampas, proscripciones; interpretó que la política era juego con ventaja; y en política, como en la vida, todo jugador fullero va a parar a Villa Devoto. El hombre que acabó con eso, por supuesto, tiene que serme simpático, pero no sé si también lo será en el futuro. El defecto del actual Gobierno es no saber exactamente lo que quiere, pero la cosa va a ser cuando desate el paquete, porque ellos tampoco saben lo que hay allí."

"Argentina —prosiguió—, cuando trabaja, equilibra en seis meses lo estructural y en dos años resuelve todos los problemas económicos. En economía no hay milagros. En economía, la misión fundamental del Gobierno es dar posibilidad a la gente para que se realice. El Gobierno anterior fracasó porque intentó gobernar sin concurso popular. Pero para eso hace falta grandeza, olvido de las pasiones. Yo ya estoy más allá del Bien y del Mal. Fui todo lo que se puede ser en mi país, por eso puedo hablar descarnadamente. No tengo interés en volver a la Argentina para ocupar cargos públicos. Quiero, claro, volver a la patria, pero sin violencias."

"Llegó el momento en que los argentinos deben ponerse de acuerdo. Si no, habrá llegado el momento de tomar las armas y pelear. El camino de la unidad es cada vez más difícil; el camino de las armas, cada vez más fácil. Los argentinos debemos ponernos de acuerdo, porque la disyuntiva es la guerra civil. Si permanecí impasible durante diez años ante el retroceso nacional, es porque no creo en la violencia ni en la destrucción de las obras realizadas, porque lo que ya está hecho puede prosperar. Tuve importantísimos ofrecimientos de armas ; y tropas, pero me negué por no entregar el alma al diablo ni provocar derramamientos de sangre. El nuevo Gobierno tiene una buena intención. El problema político sólo se soluciona haciendo los padrones de nuevo (han borrado de los padrones a nuestra gente). Deben, también, organizarse fuerzas políticas. Es tarea para un año y medio o dos. Hay que romper con los estatutos de la trampa y convocar luego a elecciones con la Ley Sáenz Peña o cualquier otra Ley justa. Y quien sea que gane, nos comprometemos a ponerle el hombro todos".

"Si Onganía, luego de las elecciones, entrega el Gobierno al ganador legítimo, pasará como prócer a la historia; si se quiere perpetuar, fracasará irremisiblemente. Pero el que haga bien al país contará con nuestro apoyo. El movimiento peronista no podrá ser destruido con proscripciones ni decretos. Los gorilas intentaron la destrucción por la violencia, Frondizi por la integración, Illia por la disociación; los tres fracasaron. La organización del peronismo tiene como base de adoctrinamiento la búsqueda del bienestar nacional".

Luego, Perón adelantó el mensaje enviado a través del periódico Retorno, que se publicará la semana próxima. Allí recuerda: "Uno de los hombres más sagaces de la historia política argentina, el general Roca, decía que para que los radicales se hundieran bastaba con dejarlos gobernar".

Alzándose de la pequeña silla. Perón apagó el cigarrillo y vaticinó: "Esta es nuestra última oportunidad, y por eso necesitamos que el nuevo Gobierno tenga grandeza. En caso contrario, podemos desembocar en la guerra civil y en esa guerra tendremos que entrar todos. Dios quiera iluminar a Onganía y sus muchachos, y que estos muchachos acierten a tomar la mano que la fortuna les está tendiendo". Afuera, la noche de pesado calor había caído robre Madrid, y Perón, acompañado por Jorge Antonio, hizo atisbar la entrada de la casa del Paseo de la Castellana, y sorteando la vigilancia del periodista se escabulló en un automóvil verde.

A pocos metros, en la Embajada Argentina, Gauna acababa de anunciar que si el Gobierno Illia había cesado en su misión, la del representante argentino también llegaba a su fin.

Revista Primera Plana, 30 de junio de 1966

-¿Cuál es esa resistencia?

-Es la que puede esperarse en un momento de transición, cuando quienes saben que no satisfacen ese criterio de calidad conservan parte de su poder e influencia.

-¿Se refiere a la polémica por la cátedra paralela de Historia Social General, en la UBA?

-Ese episodio refleja distintos problemas que afectan a la UBA. Habría que comenzar con los dieciséis largos años del rectorado de Oscar Shuberoff. Allí se erigió un sistema clientelar apoyado en Franja Morada, que no encontró difícil prosperar durante la etapa en que Menem reorganizó la política argentina, incluso con criterios análogos; por eso mismo no pudo sobrevivir al derrumbe del modelo menemista. Ahora, con un clima político mucho más convulso, los distintos movimientos que se disputan el favor de los estudiantes proclamando una vocación revolucionaria más intransigente que la de Franja —sin dejar de acudir a sus mismos métodos de proselitismo y a un estado de subversión retórica que no subvierte nada— han hecho de la descalificación ideológica y política el instrumento al cual recurrir en todos los conflictos. Eso, que pasa en todas partes, tuvo consecuencias más intensas en la carrera de Historia de la UBA, en particular en la cátedra de Historia Social General, por circunstancias específicas, como la creación a pulmón, en una universidad masificada y en crisis, de una escuela de historia de primer orden. Esta empresa sólo puede atraer a una minoría de los centenares y luego millares de estudiantes que ingresan. La materia Historia Social General cumple una función esencial: despliega una visión compleja y estructurada del proceso histórico desde la Edad Media y exige del estudiante esfuerzos que no todos ven justificados. Eso se refleja en el éxito obtenido por los reclutadores para la cátedra paralela: uno de los argumentos en su favor era que iba a ser menos exigente.

-¿A qué atribuye este conflicto?

-Las motivaciones me parecen menos importantes que las razones que les permitieron hacerlo con éxito: el intento de llevar adelante un proyecto que sus enemigos denuncian como elitista, y no podría no serlo, en una universidad como la UBA. Desde que la universidad pública se organizó según los principios del reformismo, su gran problema es cómo funcionar a la vez con una lógica democrática y una meritocrática. Y hay que confesar que sólo lo consiguió en períodos breves. ltimamente parece preocuparse cada vez menos por responder a las exigencias de la segunda de estas lógicas. A la vez, ese conflicto alejó la posibilidad de que aflorara otro que me parece irresoluble: la multiplicación de profesionales que genera una buena universidad y su imposibilidad de "emplearlos". Beatriz Sarlo recordaba que Ricardo Rojas enseñaba en escuelas secundarias, y en tiempos apenas más recientes yo tuve como profesores en el secundario a Diego Luis Molinari y Carlos Astrada. Hoy, por la degradación de la enseñanza media, los historiadores formados en la universidad, para quienes enseñar en el secundario es casi un destino peor que la muerte, consideran que al formarlos ésta ha asumido el compromiso implícito de encontrarles lugar en sus propias estructuras, lo que es cada vez menos fácil. Eso crea tensiones entre los que lo consiguen y los que no. Y la rígida organización jerárquica de cátedras crea tensiones entre titulares y quienes, siendo sólo algo más jóvenes y contando con curricula muy respetables, ven bloqueada su carrera.

-¿En Berkeley ocurre algo así?

-El género humano es igual en todas partes. Creo que hay una degradación creciente de la profesión del docente universitario. -Hablemos de su escritura, de cómo escapa a las convenciones académicas: casi sin notas al pie, sin la permanente referencia a otros trabajos académicos.

-Para mí las notas tienen una función precisa: ofrecer al lector medios para controlar la versión que el autor propone. En cuanto a las referencias a otros trabajos, es cierto que tiendo a no poner muchas; porque cuando empecé a trabajar había muchos menos que citar y porque sé que tengo una cierta vena polémica que al menos cuando escribo trato de mantener a rienda corta.

-Usted sentó las bases de muchas hipótesis de la historiografía actual y a la vez rompe con algunos mandatos académicos. ¿Cuán necesarias son las reglas de ultra-especialización?

-Bueno, creo que en esto fui un privilegiado porque entré en un campo en que aun lo básico estaba a medio hacer, y eso imponía exceder el marco de la ultra-especialización, que en efecto me atrae poco. Si se permite la comparación, a mí me tocó participar en la primera etapa de construcción de una casa, luego siguen otras, hasta que se llega a la redecoración de las habitaciones.

-Habría que pensar qué es saludable en la profesionalización.

-En la Argentina la profesionalización coincidió con un cambio en la coyuntura mundial que hace muy difícil entender qué está ocurriendo y adónde vamos. La primera consecuencia es que las autodefiniciones desde fuera de la disciplina histórica, que hasta hace muy poco fueron muy fuertes aun para muchos historiadores totalmente profesionalizados, pesan ya mucho menos. Pero creo que eso comienza a cambiar y aparecen alternativas nuevas.

-¿Quiere decir que podrían aparecer identificaciones por fuera del campo profesional?

-Bueno, sí, pero no creo que en la Argentina esos lineamientos recuerden los del pasado. Antes, la desvalorización que promovió el revisionismo de las figuras canonizadas por la llamada historia oficial estaba destinada a reemplazar esas figuras por otras. Por lo que veo, ahora la desvalorización es universal.

-¿Se refiere a los bestsellers de historia, como los de O'Donnell, Pigna y Lanata?

-Sí, es como un alerta. Se está dispuesto a desenmascarar a cualquiera, a tomar de una manera totalmente acrítica toda clase de causas. ¿Y qué muestra todo esto? Que hay una demolición universal de la historia argentina. Desde esa perspectiva, toda la historia argentina es un conjunto de imposturas.

-¿Cómo analiza el éxito de estos libros?

-Ese neorrevisionismo ha captado muy bien el estado de ánimo de una sociedad que ha perdido todas las ilusiones y se guía por la máxima piensa mal y acertarás.

-La historia como una crónica que enhebra lugares comunes.

-Pero son lugares comunes que quizás sean un progreso; por lo menos son muy distintos de los que se cultivaban durante la guerra de Malvinas.

-Pero aquellos lugares comunes venían impuestos.

-Mire, es otra cara de lo mismo. La sociedad argentina es escéptica en todo, salvo sobre ella misma: es siempre la víctima inocente de calamidades en las que nunca tuvo nada que ver. Y quien se atreve a dudar de ese dogma es siempre mal recibido.

-¿Mal recibido por quién?

-Por la opinión. Así le ocurrió en 1852 a Vicente Fidel López, cuando trató de defender los acuerdos de San Nicolás en la legislatura porteña, con media ciudad en la calle que lo insultaba. Se le ocurrió gritarles que eran los mismos que habían salido a despedir al ejército rosista cuando fue a combatir a Caseros, y precisamente porque no decía sino la verdad nunca se lo perdonaron.

-¿Cómo influye esta tendencia al best seller histórico en la formación de profesionales?

-Bueno, es un poco el problema de la cultura de masas. Quienes ahora leen estos libros no leían otra cosa; antes no leían nada. Recibían la papilla que uno recibía en la escuela y poco más que eso. En cambio ahora existe esto, que creo que es inevitable y que en cierto modo va a ocurrir con toda la cultura académica. El que trate de ser maestro de escuela de ese público no es bienvenido. No hay nada que hacer.

-El revisionismo tuvo una función política importante, ¿Puede tenerla el neorrevisionismo?

-Sólo en un sentido negativo, y sólo podría alcanzar eficacia política si terminara despejando el terreno para alguna ideología contestataria capaz de ofrecer con éxito una alternativa a todo lo que el neorrevisionismo denuncia indiscriminadamente, cosa que no parece estar ocurriendo.


El laberinto argentino

-¿Kirchner es una alternativa política?

-Creo que le habría gustado y le gustaría ser una alternativa. Pero lo perjudica que la recuperación haya terminado, bastante exitosamente pero que haya terminado. Es una impresión, pero ayer me encontré en medio de una muchedumbre hirviente de indignación por el paro del subte D. Quizás lo que explica esa reacción es que a ese público se le pasó el miedo a perder el empleo y está redescubriendo todos los motivos de descontento que tenía antes del derrumbe. Era, con todo, un buen signo para Kirchner que en sus maldiciones nadie se acordara de él y todos de Ibarra. Pero creo que a esta altura todo el mundo (quizás Kirchner mismo) está convencido de que el único papel al que puede aspirar es al de nuevo jefe nacional del movimiento peronista.

-El universo simbólico al que apela constantemente es el peronismo de los setenta.

-Cuando se recuerda que las muchas decenas de miles de chicos que la Tendencia pudo poner en la calle en 1973 están por entrar o han entrado en la cincuentena, ese retorno al pasado parece menos sorprendente. Para algunos que pasamos ya hace rato la cincuentena y conservamos de esos tiempos una imagen algo más matizada que la de quienes, como los Kirchner, la vivieron a los veinte. La manera que ellos han elegido para dar ese ejemplo puede tener —y tiene— algo de irritante, pero en ese tema, como en otros, los rescatan sus enemigos; en este caso, los que defienden al indefendible Proceso.

-¿Cómo ve hoy la intervención pública de los historiadores?

-Como la de cualquier otro hijo de vecino, pero en este caso existe el peligro de que se atribuyan una lucidez especial, por su conocimiento histórico, lo que le daría una seguridad ilusoria. Esto me trae el recuerdo de Miliukov, gran historiador de Rusia y diputado Cadete en la última Duma zarista, que había creído que en Rusia el futuro pertenecía al liberalismo, hasta que Trostsky respondió a sus protestas ante la disolución de la Constituyente por los bolcheviques haciéndole saber que acababa de caer irrevocablemente en el canasto de los papeles de la historia. Es cierto que el análisis marxista no le resultó más útil a Trotsky, incapaz de adivinar que diez años después iba a caer él mismo en ese canasto, o (lo que quizá le habría dolido más) que al terminar el siglo Rusia tenía de nuevo una Duma.

-Su - Historia contemporánea de América Latina- tiene dos prólogos: a la primera edición del 67 y a la segunda, del 88. El primero es optimista y casi combativo. El segundo es la negación del primero desde una postura pesimista, aun podría decirse que conservadora. ¿Cuál sería la mirada del prólogo actual?

-Ya no escribiría un prólogo. En el primer prólogo, y todavía residualmente en el segundo, estaba presenta la idea de que la historia se mueve en una cierta dirección y tiene una meta. Hoy me parece que la historia va a los tumbos por donde puede. Lo más sabio es no hacer pronósticos.

-¿Pero ve una América latina más integrada o no?

-No me parece que por el momento esté más integrada: hay varios proyectos de integraciones parciales en marcha, cada uno con sus problemas; después vendría el problema de cómo compaginarlos. No creo tampoco que esté más dominada. Lo que acaba de pasar en la OEA —Fidel Castro apenas exageraba cuando, hace cuarenta años, la llamaba el ministerio de colonias de los Estados Unidos— aunque no es muy importante, es sintomático. Cuando se hizo evidente que la candidatura para presidirla del centroamericano patrocinado por los Estados Unidos había nacido muerta, Washington pasó a apoyar la del canciller de México, hasta que después de varias votaciones en que su candidato no logró quebrar el empate con su colega chileno, terminó apoyando a éste, pese a que todas sus maniobras anteriores habían tratado de evitar su elección. Ese cambio se debe menos a un aumento de vigor latinoamericano que al hecho de que al fin de la bipolaridad de la guerra fría no ha seguido la consolidación de un orden unipolar más dominado que antes de 1991 por EE.UU., sino un sistema mundial mucho más complicado y en continuo flujo, sobre todo desde que los coletazos de la guerra de Irak revelaron los límites del poderío norteamericano aun en su aspecto militar.

-En algún momento dijo que hacer historia argentina era dar cuenta de un fracaso. ¿Sigue pensando lo mismo?

-Sí, pero creo que si fue un fracaso tan categórico se debió en parte a que no supimos admitir a tiempo que a partir de la gran crisis de 1929, la etapa en que la Argentina había podido crecer a un ritmo excepcionalmente acelerado —porque lo que tenía que ofrecer al mundo era exactamente lo que el mundo esperaba de ella— se había cerrado irrevocablemente, y que cuando buscaba salidas alternativas no podía esperar volver a obtener los mismos éxitos que le había sido fácil conquistar. Eso nunca se aceptó; todos los planes económicos que conocimos se basaron en la noción de que sólo necesitaban alcanzar un éxito inicial, porque éste suscitaría la aparición de mecanismos automáticos que cumplirían la misma función de los que en el pasado habían asegurado un crecimiento sostenido.

Fuente: Clarin.com


Cerebros en fuga

Siete mil científicos formados en la Argentina trabajan en el extranjero. Apenas 200 son los que volvieron.
En nuestra castigada Argentina, plagada de curiosidades, la actividad científico-técnica nos enfrenta a otra de ellas. De universidades ferozmente criticadas –sobre todo las públicas– egresan, sin embargo, camadas de profesionales que se dedican a la investigación y a la docencia con verdadero éxito. Pero, para ahondar la paradoja, esos egresados a poco de haber realizado alguna experiencia, obtenido un doctorado o directamente a la salida de los claustros, son tentados por instituciones extranjeras y se van, en busca de un mejor futuro. Y así construyen sus vidas y se establecen en un suelo lejano, donde desarrollan y multiplican el saber obtenido aquí.
Un hito casi fundacional de esta fuga de cerebros fue "la noche de los bastones largos". En 1966, el presidente de facto Juan Carlos Onganía decretó la intervención de las universidades nacionales, que fueron desocupadas violentamente, con graves incidentes. Dicha intervención dio lugar a uno de los primeros éxodos masivos de profesores e investigadores.
Desde entonces, si bien no se repitieron tan duras experiencias, las malas o inexistentes políticas y la incertidumbre general hicieron el resto.
Pero, ¿qué envergadura tiene este fenómeno? Un informe de la Cepal indica que la Argentina fue el país de América latina que más científicos y técnicos exportó durante la década del 90 a los Estados Unidos; el organismo estimó que de cada 1.000 argentinos que emigraron al exterior, 191 era personal especializado. Actualmente, se calcula que unos 7.000 científicos formados en nuestras aulas trabajan en el extranjero.
Según una nota periodística reciente, en los últimos tres años retornaron más de 200 científicos al país, a partir de distintas iniciativas oficiales.

Una ingeniera "repatriada"
Tras egresar como ingeniera química de la Universidad del Centro, Gabriela Tonetto, oriunda de Olavarría, emigró a Canadá para realizar un post doctorado a principios de 2002. Allí permaneció por dos años, trabajando para la Universidad de Western Ontario en su área de especialización, la catálisis aplicada a los reactores.
El año pasado, Tonetto regresó al país con una beca del Conicet y trabaja en la Planta Piloto de Ingeniería Química (Plapiqui) del Centro Regional de Investigaciones Básicas y Aplicadas de Bahía Blanca.
"Allá no hay problemas con los insumos, trabajaba más rápido y no renegaba. Pero en lo que respecta a la gente, no me sorprendió, estamos muy bien acá, quizás nos cuesta conseguir los datos, pero lo suplantamos con una discusión mayor", señaló.
Para ella, los científicos argentinos son bien considerados en el exterior. "Cuando estaba afuera, yo le propuse a mi jefe trabajar con gente de mi laboratorio en la Argentina y estuvo de acuerdo, se pudieron hacer tareas en conjunto, eso es porque valen", dijo.
Otra diferencia importante para sus pares extranjeros es la certeza de poder crecer también en el campo privado. "En Canadá es muy fácil para un profesional que termina su doctorado irse a trabajar a la industria, casi todos hacen eso; acá en la Argentina es una posibilidad que casi no se considera", dijo con resignación.
Planteó, además, Tonetto otra cuestión que excede lo económico, el status del docente en una sociedad desarrollada. "Más allá del aspecto económico, ser un profesor en Canadá da un prestigio social que acá no existe. Cuando yo digo que trabajo en la Universidad, me dicen ‘¡uy!, pobrecita, ¿no conseguiste un trabajo en la industria?’ En cambio afuera se considera distinto."

Perspectiva de crecimiento
Los hombres y mujeres de ciencia radicados en el extranjero, en un número de 7.000, son una proporción realmente elevada respecto de la comunidad científica nacional, cuyos miembros se estiman en unos 15.000. Esto significa que casi una tercera parte del total trabaja fuera de nuestras fronteras.
"Hoy estamos en una perspectiva de crecimiento del sistema científico tecnológico y de la incorporación de recursos humanos", señaló Mario Lattuada, vicepresidente de Asuntos Tecnológicos del Conicet, consultado por la revista de ADEPA.
Pero sucede que cada vez se doctoran menos profesionales y la relación con los países vecinos da la pauta de esta merma: mientras en Brasil acceden a ese nivel 7.000 personas al año, en nuestro país llegan sólo 400. "Cuando el sistema empieza a crecer y a demandar nuevos investigadores, nos damos cuenta de que tenemos un serio problema, carecemos de gente con formación adecuada para ingresar a la investigación", aseguró.
Ante este panorama, la posibilidad de repatriar al personal calificado que está en los Estados Unidos o en Europa cobra todavía una importancia mayor. Para este fin se crearon las becas de reinserción del Conicet, especialmente destinadas a quienes quieren volver al país. Se trata de un programa que brinda un ingreso por 24 meses.
Reconoció Lattuada una deficiencia, ya que estas becas están lejos de equiparar la escala de ingresos del primer mundo. "En un cargo de investigador puede haber una diferencia de 5 o 6 veces menos de lo que se paga en el exterior", indicó. El piso de estas becas es de 1.400 pesos y llegan a 1.800 para quienes se radican en lugares alejados.
A la hora de pronosticar qué sucederá en el futuro, Lattuada es cauto pero optimista. "Es auspicioso que hayan regresado 200 científicos. La expectativa es que esto siga como una tendencia, pero no creo que sea una cuestión masiva", sostuvo. Según el directivo del Conicet, para lograrlo hay que asegurar algunas condiciones mínimas, como un sueldo digno, los elementos para trabajar y el reconocimiento social. "Con estos elementos, que son los pocos que tenemos para defender que la gente se quede en su lugar, quizás no retengamos a todos, pero es un buen inicio", dijo.

Otros caminos
De todos modos, estos planes no constituyen una solución definitiva. Las fuentes consultadas coincidieron en que es necesario encontrar nuevos carriles para revalorizar y fortalecer la actividad científica nacional, en particular integrando al sector privado.
Comentó Lattuada que el Conicet ha emprendido varias iniciativas para enderezar esta cuestión. En los últimos tres años se triplicaron las becas para acceder a los doctorados (de 500 a 1.500 en ese lapso) y se ampliaron los ingresos a la carrera de investigador (de 150 a 500).
"Además, estamos estimulando que los investigadores se inserten también en el sector productivo, en las empresas. Tenemos dos sistemas, para becarios y para investigadores, cofinanciados con empresas", explicó.
En el caso de un becario, el Conicet paga la mitad del estipendio de beca y la empresa cubre el resto para que haga un doctorado y desarrolle una línea de investigación que sea de interés para el sector empresario. En el caso de un investigador en una empresa de base tecnológica, el Conicet le permite trabajar allí durante cuatro años y el privado le abona un plus sobre su sueldo.
"Esto está pensado para agrandar el sistema, porque antes se pensaba que el investigador sólo podía trabajar en la esfera pública. Esta es una forma de que haya una mayor demanda de gente de alta capacidad que, en vez de irse al exterior después de haber sido formada y financiada por el Estado nacional y terminar produciendo para una empresa extranjera, termine haciéndolo en una empresa radicada en el país."

Drenaje enorme
Sobre esta temática, la perspectiva de un educador es relevante. "No obstante la permanentemente denunciada crisis que vive el sistema educativo argentino en todos sus niveles, la producción sobre todo en el estamento superior, es positiva y calificada. Esto se verifica por la cantidad y calidad de profesionales que ejercen en el país", afirmó Antonio Salonia, ex ministro de Educación.
"Pero muchos de ellos, en particular quienes tienen vocación por la investigación científica, cuando no encuentran aquí un ámbito para el desarrollo de sus aptitudes, buscan otros rumbos. En consecuencia, el drenaje de talento que produce la Argentina es enorme y es seguramente uno de los datos más graves de su crisis global", enfatizó.
Consideró Salonia, ex ministro de Educación, que el problema excede a los gobiernos de turno. "Pero el fenómeno no se ha atenuado y las condiciones no permitirán, al menos en el corto plazo, que se aminore", advirtió.
Entre las verdades que no se pueden ocultar, y que merecen la atención de todos, está el hecho de que en nuestro medio las posibilidades de inserción de teóricos e investigadores en el ámbito privado son muy acotadas.
"Desafortunadamente, no existe una relación frecuente y orgánica entre la actividad universitaria y de centros de investigación oficiales con las empresas, que deberían tener interés en fomentar y apoyar la capacitación de los investigadores", sostuvo Salonia. "En consecuencia, más allá de lo que realiza el Estado, es relativo lo que puede hacerse desde el campo privado. Es una materia pendiente que requiere que se estimulen mecanismos de relación entre el esfuerzo educativo y los actores sociales y económicos."
"No deben caminar la Universidad y la investigación científica por vías paralelas respecto de lo que se desarrolla en lo económico y social, donde tiene protagonismo la actividad privada. Debe haber una política globalizadora, que incluya a todos, para preservar el talento de los argentinos."

Fuente: www.adepa.org.ar


¿Cuándo comenzó el terror del 24 de marzo de 1976?

Por Adolfo Pérez Esquivel

Toda sociedad está sujeta a cambios debido a la dinámica que vive , tanto a nivel mundial como en los acontecimientos locales. Han transcurrido 28 años desde el golpe militar instaurado en la Argentina; una de las dictaduras más sangrientas de toda su historia.

Debemos hacer memoria, que no es pasado, sino presente, que tiene una fuerte carga emotiva, social, política y sobre todo ética, que busca la Verdad y la Justicia, la reparación que la sociedad debe a miles de víctimas del terrorismo de Estado. ¿Cuándo comenzó el 24 de marzo de 1976?-¿ Cuáles fueron las motivaciones para el golpe de Estado y quienes fueron los cómplices abiertos y encubiertos para provocar el baño de sangre y terror que vivió el país?

Nunca las fuerzas armadas pueden dar un golpe de Estado solos, necesitaron del apoyo y la complicidad de sectores civiles, de empresarios, de sectores de la iglesia, de su silencio también cómplice y del apoyo exterior.

No podemos olvidar quemás de 80 mil militares de toda América Latina, fueron formados en la Escuela de las Américas en Panamá y en las Academias Militares de EE.UU. fueron quienes aplicaronla Doctrina de la Seguridad Nacional,y elOperativoCóndor, esa internacional del terror que extendió sus tentáculos hacia Europa y EE.UU. para cobrar sus víctimas.

Recién después de 28 años,se puede vislumbrar una esperanza que permita ir cicatrizando las heridasde la sociedad. El actual gobierno que preside el presidente Kirchner estádando pasos significativos en la política de derechos humanos, en restablecerla justicia, superando la impunidad jurídicaque gobiernosque le precedieron trataron de ocultar detrás de leyes injustas e inmorales, como también beneficiando con los indultos a los responsables de graves violaciones de los derechos humanos.

Uno de los hechos más elocuentes y significativosa la memoria del pueblo, es la expropiación de la ESMA, Escuela de Mecánica de la Armada, que durante la dictadura militar,fue uncentro de torturas y campo de concentración, donde pasaron cerca de cinco mil prisioneros, en el que se apropiaron de niños y se aplicó la siniestra metodología del secuestro y desaparición de personas. Laescuela del terror serátransformada en el Museo de la Memoria para las generaciones presentes y futuras y para que Nunca Más vuelva a suceder a nuestro país, como a ningún pueblo del mundo.

Las fuerzas armadas cargan con la responsabilidad de ser los brazos ejecutores de la barbarie desatada contra el pueblo. Los cerebros del plan siniestro aplicado en Argentina y toda América Latina,las transformaron en tropas de ocupación del propio pueblo y alteraron su verdadera función: la de estar al servicio del pueblo y ser defensores de la soberanía y la libertad.Apuntaron a imponer un modelo político, económico, cultural basado en la Doctrina de la Seguridad Nacional, impuesta desde Washington con alto costo en vidas y la destrucción de la capacidad productiva del país, beneficiandoa grandes empresas que se enriquecieron, varias de ellas transnacionales, como Ford y Mercedes Benz, responsables de entregar a sus trabajadores en manos de los represores y mantener en sus plantas fabriles destacamentos militares.

Está la empresa Ledesma, en Jujuy, de los Blaquier,que en la "Noche de los Apagones" utilizó los camiones de la empresa para secuestrar y hacer desaparecer a personas que consideraban contrarias a sus intereses. Es el caso del secuestro y desaparición deldoctor Aredez, un médico dedicado a la atención de los sectores sociales más desprotegidos. Hasta el día de hoy es depredadora y daña la vida de la población, sin ningún tipo de control sobre el bagazo de la caña de azúcarque, al aire libre, contamina el medio ambiente y provoca cáncer a las personas. Esta empresa continúagozando de la más absoluta impunidad.

Muchas otras empresas fueron beneficiadas por la dictadura militar. Una larga lista de empresas logran pasar sus deudas privadas como deudas del Estado. Hoy, el pueblo debe pagar aquello que nunca les llegó, y así crecióla perversa "Deuda Externa", a la que denomino la "Deuda Eterna": impagable inmoral, injusta. Entre las empresas beneficiadas por la dictadura militar figuran ( los montos que se señalan corresponden a millones de dólares): City Bank -213; Cogasco S.A. -1348; Banco de Londres -135; Sevel -124; IBM- 109;FORD - 80; Loma Negra -62; Chase Manhattan Bank - 61; Bank of América - 59; ESSO- 55; FIAT - 51; Mercedes Benz - 92; Banco Ganadero -157; Deutsche Bank - 90; Industrias Metalúrgicas Pescarmona – 89.

¿Cómo y por qué, se benefició a estas y muchas otras empresas a espaldas del pueblo?.

El Juez Ballestero señala que: "...el Poder Judicial de la Nación, en cumplimiento de sus facultades constitucionales, ha establecido en la causa "Olmos Alejandro s/denuncia" la completa ilegitimidad de los beneficios económicos que recibieron las empresas mencionadas a expensas del Pueblo Argentino, por medio de una serie de maniobras planificadasy ejecutadas por quienes usurparon los poderes del Estado(o el gobierno de la Nación) el 24 de marzo de 1976.

Vuelvo a insistir, los militares no estaban solos, recibieron el apoyode sectores políticos que fueron a conspirar en los cuarteles para que los militares salgan a reprimir al pueblo. Las oligarquías nacionales buscaron sus propios beneficios, sin interesarles la vida del pueblo. Aquellos que buscaron justificar la política de los "dos demonios" y que "aquí hubo una guerra". Los de afuera, los que mandan, que buscaron y buscan imponer sus políticas de dominación e intereses políticos y económicos y para quienes el pueblos les resulta un estorbo. Aquellos que sin medir las consecuencias buscaronapropiarse de los recursos del país, del patrimonio del pueblo, generando más hambre y exclusión social, mediante las privatizaciones.

En 1969,durante la dictadura del general Onganía, comenzó ladestrucción delos centros de investigación científica de la Universidad Nacional de Buenos Aires y la persecusión a los científicos, en "La Noche de los Bastones largos". Las guerrillas de distintos signos ideológicos que creyeron ser liberadores del pueblo, sin el pueblo, generando más destrucción y violencia, y que la dictadura con sectores políticos fomentaron para su propio provecho, generando la llamada " guerra entre los dos demonios".

Aquí no hubo una guerra, se atacó a todo el cuerpo social, a aquellos que nada tenían que ver con las guerrillas y que trabajaban por una sociedad más justa y humana.

A 28 años debemos hacer memoria. Hoy, Estados Unidos, responsables ideológicos y de la formación de las fuerzas armadas, que provocaron las grandes masacres en toda América Latina, presionan al gobierno y al parlamento para el ingreso de sus tropas con inmunidad. Parece que los diputados y senadores, no quieren tener memoria. LaCámara de Diputados ya dio media sanción para el ingreso de las tropas norteamericanas y hoy el gobierno de los EE.UU. presiona al Senado para lograr su aprobación. A 28 años del genocidio de un pueblo, ¿es posible que no hayan aprendido nada?- ¿O tal vez continúan con las mismas ‘mañas’ que tanto dolor costó a nuestro pueblo?

El 24 de marzo de 1976, tiene aún a quienes quieren continuar ese camino. Y a otros que luchan por encontrar nuevos caminos y esperanzas en que la memoria y la resistencia del pueblo estén firmes y dispuestas a que Nunca Más vuelva a suceder otro 24 de marzo.La lucha, las esperanzas y la resistencia no terminaron. Estamos en camino junto a un pueblo que reclama sus derechos a vivir en Paz y Libertad.

Buenos Aires, 23 de marzo de 2004

Fuente: www.serpajamericalatina.org


Rolando García

Discurso en ocasión del homenaje que le hiciera la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

No estoy muy seguro si el estado emocional me ha de permitir articular estas palabras con cierta coherencia, porque este acto toca sentimientos muy profundos y agolpa en mi mente situaciones personales de un período de mi vida, no muy extenso, pero que fue profundamente vivido. Sin embargo, lo que viene a mi mente en este momento no son hechos y personas particulares, lo que viene a mi mente quizás lo podría describir como un escenario donde actuaron esas personas, donde transcurrieron los hechos; un escenario que dio contexto y significado a lo que se hizo. En ese escenario predominaban las figuras jóvenes, un movimiento estudiantil como no he conocido en otra parte del mundo, graduados jóvenes –algunos de ellos que se fueron a estudiar afuera y volvieron, a pesar de que se hubieran podido quedar en el exterior– y algunos profesores, maduros, de los que voy a citar a uno solo, como puede ser Rodolfo Bush, que fue uno de entre muchos de los que armaron el escenario.
Sin ese escenario, nada se podría haber hecho, o muy poco, porque fue un esfuerzo colectivo, una atmósfera, un lugar de discusión, fue un foro de comprensión, de análisis, eso es lo que dio sentido a esa realidad.

Mucho que hacer y poco tiempo que perder
Lo que nos impulsaba era simplemente el afán de avanzar: teníamos mucho que hacer y poco tiempo que perder. Pero además de ese afán de avanzar, hubo otra cosa a la que le dedicamos mucho, que fue la direccionalidad de ese proceso. La idea era crear esa Facultad de Ciencias de primer nivel internacional que pudiera contribuir a la Nación. Ese afán de darle una direccionalidad fue lo que nos trajo los mayores sinsabores. En aquella época era natural dividir las fuerzas en "derecha" e "izquierda", hoy no sé qué quiere decir eso pero entonces sí tenía sentido.
Una gran parte de la Facultad apoyó nuestra dirección pero tuvimos grandes críticas de un sector del espectro de la derecha y de otro sector del espectro de la izquierda; los dos nos hicieron bastante la guerra. Me voy a referir al conflicto con el segundo, que fue el que más me dolió... aunque después me dolió más el primero (risas).
Nos pusieron el apodo de "cientificistas", cosa que consideré siempre como una gran injusticia: éramos "cientificistas" porque queríamos empujar la Facultad a un alto nivel científico y hacia ese alto nivel enfocábamos el esfuerzo. En relación con esto, quiero contarles un recuerdo personal, aunque no soy propenso a contar anécdotas sobre mí mismo.

La conexión china
En aquella época hubo un congreso del Consejo Internacional de Uniones Científicas en Bombay y en esa ocasión se renovaba la mesa directiva. Fue entonces que me eligieron como vicepresidente. Imagínense: Vicepresidente del Consejo Internacional de Uniones Científicas... era uno de esos títulos rimbombantes, que no quieren decir nada, pero que son muy impresionantes. Y bien, con ese título bajo el brazo fui con mi esposa a Nueva Delhi y pedí una audiencia al embajador chino; le dije que pensaba volver a mí país pasando por Hong Kong y le pregunté si podría tomar contacto con mis colegas chinos, sobre todo porque allí tenía dos colegas muy queridos. La respuesta no fue inmediata pero fue positiva y me dijeron que sería invitado de la Asociación de Trabajadores Científicos de China. No se alarmen, no voy a contar el viaje ni voy a pasar diapositivas (risas).
Y bien, cuando fui a la Universidad de Pekín conocí al vicerrector, que en ese momento estaba a cargo de la universidad. Su nombre me sonaba conocido y le pregunté si era el autor de un trabajo muy bueno sobre turbulencia que había leído en una revista inglesa. Se asombró un poco de que pudiera comentar su trabajo y eso abrió la relación bastante.

El libro rojo de Mao
Lo que encontré allí es que el tipo de esfuerzos que realizábamos aquí para alcanzar el nivel científico era muy similar a lo que hacían ellos, naturalmente que en la dimensión china, una cosa completamente distinta; pero íbamos por la misma ruta, y en un comentario acerca de la prioridad que le daban al nivel científico me mostraron una cita de un famoso librito, que era el Libro Rojo de Mao y que, cuando lo vi, con ese poco de megalomanía que tenemos todos, dije: "Mao me ha plagiado y ni siquiera me cita".
Mao dice allí que "todo lo que el enemigo sabe, nosotros lo tenemos que saber, y todo lo que el enemigo no sabe nosotros lo tenemos que saber". Si trasladamos el "nosotros" de Mao al "nosotros" de ese aquí y ahora, y no hablamos de "enemigo" sino de "los otros", lo que podíamos pensar era que nuestra tarea era mucho más dura de lo que pensábamos: teníamos que saber todas esas cosas, pero para cambiarlas teníamos que pensar, analizar e imaginar mucho más. Todo esto me dejó tranquilo y el apodo de "cientificista" me hirió mucho menos.

La derecha, más grave
Lo otro, más grave, fue la derecha. Voy a decir con toda franqueza que la imagen que se da de La noche de los bastones largos es un poco deformada. Hay que tener en cuenta que al lado de lo que se llamó proceso fue un episodio policial. Claro que nos rompieron cabezas y costillas, pero el objetivo no era romper cabezas. Los que instigaron eso eran civiles y universitarios porque lo que estaba en juego era un programa ideológico: lo que querían romper no era cabezas, era el escenario que describí al principio, porque sabían que ese escenario conducía a un tipo de país totalmente distinto. La lucha fue dura y la perdimos, naturalmente.

Fin de siglo complicado
Al rememorar lo que pasó entonces es absolutamente inevitable compararlo con el ahora, que es sumamente doloroso. Estamos en un período muy complicado, oscilamos permanentemente en este final de siglo entre la admiración y el horror, el deslumbramiento y la náusea. El deslumbramiento por los extraordinarios avances de la ciencia y la tecnología, el horror y la náusea por los 2000 millones de desnutridos que hay en el mundo –cifras de las Naciones Unidas–. El horror y la náusea porque un puñado de personas –llamémosle personas– han amasado capitales superiores a decenas de países de esos que nosotros llamamos del Tercer Mundo y que después se llamaron, casi sarcásticamente, en vías de desarrollo. Hay un puñado de países que se han arrogado el derecho de castigar, bombardear, matar en cualquier parte del mundo por encima de todos los organismos internacionales. Desgraciadamente –no voy a seguir dando datos– un mundo de frustraciones. Son tiempos para aquellos que no pensamos la sociedad en términos de variables económicas sino en términos de personas.

Tiempo de reflexión
Pero no es un tiempo de bajar los brazos y de abandonar. Siempre ha habido de estos tiempos en la historia y hay que tomarlos como tiempos de reflexión. Tenemos que repensar nuestra discusión, y en lo que respecta a nosotros tenemos que repensar la educación y la universidad. Hoy la educación básica significa aprender a leer. No El Quijote sino leer los manuales de los aparatos para poder apretar el botón que corresponde: ésa es la educación básica del Banco Mundial. Y en materia de educación superior se trata de poner la universidad al servicio del sistema productivo y del mercado. A nosotros nos corresponde pensar en ese mundo la universidad.
Heredamos de la Edad Media dos instituciones: la Iglesia y la universidad. La Iglesia ha avanzado bastante, se ha transformado mucho, incluso muchísimo teniendo en cuenta la revolución teológica actual que nos confunde un poco porque ya no podemos mandar al infierno a nadie porque nos dicen que no tiene domicilio.
Ellos han repensado mucho, nosotros seguimos con las tradiciones. La universidad está como está quizás por la tradición que tiene, y a una facultad como ésta –la Facultad de Ciencias Exactas– le corresponde, y en buena medida, repensarla. Lo que hay que modificar, aunque se hable del fin de la historia y de las ideologías, es el aparato conceptual con el que se analiza la sociedad.


En la Noche de los Bastones Largos (29 de Julio de 1966), la policía cercó la zona de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, donde entró a bastonazo limpio. Rolando García (izquierda) era decano de la Facultad, en ese entonces.

Nuevas utopías
Creo que tenemos una responsabilidad muy grande y hoy me preguntaba si no será que habrá que rehacer ese escenario, la universidad foro de discusiones, lo que en aquella época nos atrevimos a llamar "la conciencia crítica y política de la sociedad"; no de partido político: la política es lo que tiene que volver a la universidad, esa universidad con conciencia social que haga punta en la transformación.
Creo que he hablado demasiado. Tengo que agradecerle al señor decano y a sus colaboradores por esta invitación y a todos ustedes por permitirme hablar sin interrupciones y pensar en voz alta, y permitirme recordar, como incentivo y motor para forjar nuevas utopías.

Fuente: Página/12


Especial de Página/12, 40 años de La Noche de los bastones largos

Fecha publicación: 28 de julio de 2006

La caída. A 40 años de La Noche de los Bastones Largos

"Pegaban bien, pegaban con ganas"

Por Javier Lorca

"Sáquenlos a tiros, si es necesario. ¡Hay que limpiar esta cueva de marxistas!" La orden la pronunció hace cuatro décadas el jefe de la Policía Federal, Mario Fonseca, obedeciendo con rigor vertical el mandato del general Juan Carlos Onganía, apoyado por una extendida aquiescencia social, incluidos vastos sectores universitarios. El objetivo de la "Operación Escarmiento", minuciosamente cumplido el viernes 29 de julio de 1966, era desalojar las cinco facultades de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que estudiantes y profesores mantenían ocupadas en rechazo a la intervención recién decretada por la dictadura militar. El método aplicado fue la irrupción de la Infantería, con especial saña en Ciencias Exactas y en Filosofía y Letras –las facultades más renovadoras–, primero lanzando gases lacrimógenos y luego descargando bastonazos sin discriminar hombres de mujeres, ni alumnos de docentes, graduados o decanos. En la perspectiva de las posteriores tragedias nacionales, la Noche de los Bastones Largos resultaría un simbólico y sombrío preludio. Para la UBA, marcaría el final de sus años dorados y encarnaría la escena primordial de un mito tan riesgoso como fundado en la realidad, al que Christian Ferrer ha llamado "el relato de un martirologio": la universidad pública como víctima, lacerada y flagelada por golpes y exilios forzados, por crímenes, persecuciones y desapariciones, por ajustes y privatizaciones.

Un mes después de derrocar al presidente Arturo Illia, Onganía decretaba el cese de la autonomía en las universidades, sedes dilectas del enemigo interno para la Doctrina de la Seguridad Nacional. Había anunciado un plazo de 48 horas para que las autoridades académicas decidieran si se cuadraban o renunciaban, pero no esperó. En la noche del mismo viernes 29 envió a la policía a las facultades de Ciencias Exactas, Filosofía y Letras, Arquitectura, Medicina e Ingeniería, pacíficamente tomadas, al igual que el rectorado de la UBA, donde el rector Hilario Fernández Long se había recluido para manifestar su rechazo.

Cerca de las 22 la Infantería ya rodeaba la Manzana de las Luces, sobre Perú al 200, donde funcionaban Exactas y Arquitectura. Adentro había cientos de personas: alumnos cursando y otros, junto con docentes y autoridades, intentando resistir la intervención militar durante el fin de semana. Habían cerrado puertas y ventanas, habían montado barricadas usando bancos y pupitres. Con los cascos puestos y los bastones preparados, los policías esperaban la orden de actuar. Cuando los vio, el vicedecano de Arquitectura, Carlos Méndez Mosquera, se acercó a uno de los oficiales y le preguntó qué pasaba. "¡Ataquen!", fue la respuesta, un alarido, prólogo de los gritos y estallidos que seguirían.

A pocos metros de allí, en Exactas, los hechos se replicaban. "¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios", increpó Rolando García al uniformado que encabezaba el operativo. Un corpulento subalterno rompió filas e intentó romperle la cabeza con su bastón. Con sangre sobre la cara, el decano se levantó y repitió sus palabras. También se repitió el bastonazo. "Pegaban bien, pegaban con habilidad, pegaban con ganas", resumiría luego Manuel Sadosky, entonces vicedecano de Exactas.

Sobre la Avenida Independencia al 3000, en la Facultad de Filosofía y Letras, policías armados habían superado el hall e ingresaban al patio y las aulas. Estudiantes y docentes corrían, tratando de esquivar insultos y culatazos. Algunos lograron escapar por las ventanas, muchos más fueron golpeados y detenidos. También era desocupada la Facultad de Ingeniería. Sólo en Medicina no se registraban incidentes.

Disipados los gases lacrimógenos, la Infantería comenzó a arrear a la gente y organizar el desalojo de Exactas. Primero todos contra la pared de un aula, brazos arriba y piernas separadas: "¡Al que apoye las manos en la pared, le reviento los dedos!". Los lamentos y las súplicas dejaron oíruna falsa orden: "Preparen, apunten...", simulacro de un fusilamiento que no fue. Después, como es fama, los universitarios fueron ordenados en fila y, camino a los camiones celulares, debieron pasar de a uno por entre dos formaciones de policías, una a tres metros de la otra, mientras sus cuerpos eran sucesivamente molidos a patadas y bastonazos. Por milagro o porque sabían calculadamente lo que hacían, no hubo muertos. Sí muchos heridos y, se estima, más de 500 detenidos. Los profesores, en su mayoría, fueron liberados a la madrugada. "No se nos tomó declaración, no se nos procesó por nada –relató tiempo después Rodolfo Busch, profesor de Exactas–, nunca estuvimos presos, nunca hemos sido apaleados."

Al otro día, Onganía clausuró todas las universidades por tres semanas. Para el 22 de agosto la intervención había sido instrumentada. Ese día asumía Luis Botet como rector interventor de la UBA. Su proclama: "La autoridad está por encima de la ciencia". Desde aquel momento, la UBA pasó a ser una institución vigilada, con policías de civil transitando sus pasillos y espiando lo que ocurría en las aulas a través de pequeñas ventanas en las puertas. Con todo, el resultado sería el inverso al deseado por la dictadura militar: la actividad política no haría más que crecer en las facultades.

La renuncia y el exilio de cientos de profesores e investigadores desmantelaron el proyecto de universidad científica que, a contrapelo del modelo profesionalista, había comenzado a gestarse en la UBA desde 1957, tras la recuperación de la autonomía. Un proyecto que había multiplicado el número de profesores con dedicación exclusiva (eran 9 en 1958 y 700 en 1966), había modernizado las estructuras curriculares, renovado el plantel de profesores y abierto nuevas carreras (Sociología, Psicología, Educación, Economía), había creado los departamentos de Extensión y de Orientación Vocacional... Manuel Sadosky había fundado el Instituto del Cálculo, donde puso en funciones la primera computadora del país, en 1961. El sabotaje y posterior destrucción de la célebre y enorme Clementina, ocurrido durante la intervención militar, suele ser recordado como símbolo del saqueo sufrido por la universidad pública. Pero, aunque llevó décadas, hoy existe Clementina II. Otras pérdidas institucionales continúan sin reemplazo, como tantas capacidades potenciales amputadas que nunca pudieron realizarse. Creada en 1958, Eudeba –la editorial de la UBA que gerenció Boris Spivacow– llegó a publicar y distribuir más de 10 millones de libros a precios populares, con enorme éxito comercial y cultural. Hasta julio de 1966.


Esa torpeza troglodita

El dictador Juan Carlos Onganía el día que juró como Presidente de la Nación.

Por Luis Bruschtein

Desde hacía un mes se esperaba que los militares entraran a la Universidad y el camión de la Guardia de Infantería había estado todo ese tiempo estacionado en la rotonda de Diagonal Sur. En algún momento planeó la ilusión de que dejarían a la universidad tranquila pero el 29 el clima estaba muy enrarecido.

Cuando llegué ese día a la vieja sede de Exactas, en la esquina de Perú y Diagonal, había revuelo adentro y varios camiones de la policía estacionados frente el monumento a Roca. Eran las seis o siete de la tarde y se había convocado a una asamblea general en el aula magna. La mayoría de los oradores propusieron hacer una toma pacífica de la facultad, incluso con los profesores. Como yo cursaba el ingreso, no tenía libreta universitaria y se planteó que no podíamos quedarnos para que no se dijera que éramos activistas profesionales.

Con otros compañeros fuimos a tomar un café al bar El Cabildo, que está en Hipólito Irigoyen y Perú. En otra mesa había un grupo de estudiantes de una agrupación de derecha que festejaba a voz en cuello porque iban a echar a los comunistas. Cuando intenté volver, la policía ya había acordonado la rotonda de Roca y no permitía llegar a la facultad.

Bueno, lo que siguió ya es historia. Durante muchos años se habló de la doble fila que iba desde el patio central hasta la puerta. Estudiantes y profesores eran brutalmente aporreados a medida que recorrían esos poco menos de cien metros obligatorios. Cuando entraron los infantes, disparando gases, hubo estudiantes que se refugiaron en las aulas del segundo piso y algunos que trataron de escapar por los techos que daban al Nacional Buenos Aires. Las persecuciones, gritos y estampidas se sucedieron en un despliegue de violencia inusitado para esa época.

En la puerta, estudiantes y profesores iban saliendo con las manos en la nuca, muchos de ellos sangrando, y los subían a los celulares en que los llevaban detenidos. No había gritos en la calle y tampoco entre los prisioneros. Todos actuaban con una expectativa enmudecedora ante el nuevo escenario que se abría. La incertidumbre y la sorpresa todavía le ganaban a la indignación en esos momentos.

El folklore sobre la torpeza de los militares ya era un tema recurrente. Pero aun así sus actos excedían los estereotipos. Como el comisario Margaride persiguiendo hombres y mujeres infieles en los hoteles alojamiento, o cuando llevaron a un cura al aula magna de Exactas para exorcizar a los demonios del comunismo y Onganía irrumpiendo en la Rural con la carroza de la reina Victoria tirada por seis caballos blancos.

La facultad estuvo cerrada bastante tiempo porque coincidía con el fin del cuatrimestre. Cuando reabrió, la mayoría de los profesores había renunciado y en los pasillos había nuevos celadores con funciones policiales. Algunas cátedras desaparecieron y otras debieron unificarse. El clima de libertad que había distinguido a la Universidad había mutado a claustro medieval, vigilancia y persecución. Esa torpeza troglodita y la ignorancia habían pasado a decidir sobre nuestras vidas.


La noche eterna

El 29 de julio de 1966 la dictadura de Juan Carlos Onganía dictó un decreto que ponía fin a la autonomía universitaria y se proponía "eliminar las causas de acción subversiva" en los claustros. En algunas facultades se realizaron asambleas como manifestaciones de oposición. Profesores y estudiantes fueron forzados a abandonar los edificios a golpes. Muchos fueron detenidos.

Por Diego Hurtado de Mendoza

A comienzos de los sesenta la proscripción del peronismo y las presiones castrenses –crónicas y siempre perentorias– dominaron la escena política. Las universidades no fueron ajenas a este juego de la prepotencia. Después de todo, la autonomía universitaria había sido puesta en vigencia por la dictadura que llegó al poder en septiembre de 1955. Este tortuoso panorama no impidió que algunos sectores de las universidades públicas construyeran una identidad que se pensó a sí misma como solidaria de las mayorías. Cierto vigor y una incipiente excelencia académica se combinaron con un compromiso político entendido como concreción de la "función social" de la universidad y oposición a intereses hegemónicos externos.

Desde las ciencias naturales, "desarrollo" –uno de los conceptos claves de entonces– fue sinónimo de política industrialista e independencia científica y tecnológica. Desde las ciencias sociales, la producción de conocimiento fue pensada como actividad de diagnóstico y transformación de la realidad de país periférico. Ambos tópicos se cruzaban en un escenario atravesado por aluviones ideológicos y programáticos. Humanistas y reformistas, católicos y marxistas, nacionalistas y desarrollistas coincidieron en asignar un papel trascendente a la universidad.

Si bien la clausura final de estos ideales se concretó el 24 de marzo de 1976, la carrera hacia el abismo se inició con el golpe que expulsó a Arturo Illia de la presidencia el 28 de junio de 1966. El gobierno militar de facto hablaba de negligencia administrativa, de fragmentación de la vida nacional y de inhibición del proceso de modernización del país. Los primeros actos reflejos de la dictadura fueron el cierre del Congreso y la Corte Suprema, el control de la prensa y la disolución de los partidos políticos. El golpe de Estado fue recibido con indiferencia por la sociedad. Las universidades fueron el único sector que manifestó públicamente su oposición.

El 29 de julio el gobierno de facto sancionó el decreto ley 16.912, que ponía fin a la autonomía universitaria y obligaba a los rectores y decanos de las ocho universidades nacionales a asumir como interventores dependientes del Ministerio del Interior. El nuevo decreto se había propuesto "eliminar las causas de acción subversiva" en la universidad. Los rectores de las universidades de Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Tucumán y Litoral decidieron renunciar. Los rectores de las universidades del Sur, del Noreste y de Cuyo aceptaron asumir como interventores.

En la UBA, además del rector Hilario Fernández Long, nueve decanos anunciaron sus renuncias. En algunas facultades se realizaron asambleas como manifestaciones de oposición. Como represalia, la misma noche del 29 de julio, policías armados, conducidos por el jefe de la Policía Federal, general Mario Fonseca, irrumpieron en algunas facultades de la UBA –los incidentes más graves se registraron en Filosofía y Letras, Arquitectura y Ciencias Exactas y Naturales (FCEyN)– disparando gases y gritando consignas antisemitas y anticomunistas. Profesores y estudiantes fueron forzados a abandonar los edificios a golpes y la gran mayoría fueron detenidos en diversas comisarías.

En la FCEyN, su decano, el meteorólogo Rolando García, había convocado a una reunión del Consejo Directivo, que había votado a favor de dar a conocer una declaración de protesta. En esta facultad se encontraba como profesor visitante el matemático Warren Ambrose, del Massachusetts Institute of Technology. El relato indignado de Ambrose fue publicado por la revista Science y el New York Times.

El periódico norteamericano también reprodujo declaraciones del rector y de algunos decanos de la UBA. Horacio Pando, decano de Arquitectura, sostenía: "Cerca de las 22 horas del viernes, la policía interrumpió en las clases nocturnas en nuestra facultad, gritando obscenidades, ygolpearon a profesores y estudiantes, hombres y mujeres, muchos de los cuales no conocían el decreto".

El gobierno de facto decidió suspender las clases en las universidades nacionales hasta el 16 de agosto, con excepción de las tres que habían acatado el nuevo decreto, y designar a Carlos María Gelly y Obes como nuevo ministro de Educación. También propuso cubrir los cargos de docentes renunciantes en las universidades nacionales con profesores de las universidades católicas no afectadas por la intervención. Esta iniciativa fue interferida por el manifiesto firmado por 65 profesores de la Universidad Católica de Buenos Aires, donde se afirmaba: "El país necesita científicos y técnicos y éstos pueden producirse sólo si las universidades son eficientes y capaces de conseguir sus objetivos (...) Esto puede ser logrado sólo si se mantienen principios tales como el derecho a la libertad de pensamiento y opinión dentro de la institución (...) El principio de autonomía universitaria es el factor más importante para alcanzar los más altos niveles académicos".

El New York Times comentaba por esos días que "la mayoría de los 75.000 estudiantes sin clases deambulan en las cercanías de los edificios", en aparente respuesta a un llamamiento de "líderes izquierdistas" de la "poderosa Federación Universitaria Argentina", que reclamaba la reapertura de las universidades, buscaba el apoyo en líderes obreros de la CGT y llamaba a "expulsar a la dictadura educativa".

La ambigüedad en sus manifestaciones públicas fue una de las mejores cartas de la política exterior de los Estados Unidos durante los años sesenta. Mientras que el gobierno norteamericano notificó a Onganía su "consternación y preocupación" sobre lo ocurrido en las universidades y protestó por la golpiza padecida por Warren Ambrose, a comienzos de agosto Lincoln Gordon, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, que como embajador en Brasil había dado su fervoroso apoyo al golpe de Estado de 1964, sostuvo ante la prensa que el ataque a la universidad había sido justificado, porque allí se encubrían agitadores profesionales. Gordon declaró que la reacción de su gobierno por los actos del gobierno militar argentino no pasaban de "una expresión de preocupación" y que no había habido protesta formal y categórica.

El 5 de agosto, Gordon tuvo que aclarar sus dichos. Las páginas de New York Times y de Washington Post reprodujeron sus argumentos: si bien algunas universidades latinoamericanas se habían convertido en "asilos de gángsters", de "estudiantes crónicos" o de "agitadores profesionales", los abusos de la libertad académica debían ser corregidos "a través de formas civilizadas y legales" y "no con violentas redadas policiales".

Las aclaraciones de Gordon, apoyadas públicamente por el secretario de Estado Dean Rusk, provocaron a su vez la reacción del gobierno de facto argentino. El titular de la Cancillería, Nicanor Costa Méndez, presentó a Leonard J. Saccio, encargado de los asuntos norteamericanos en Buenos Aires, sus objeciones a las declaraciones de los funcionarios norteamericanos respecto de las acciones del gobierno de facto sobre las universidades. La nota de protesta incluía un pedido de informe detallado de las mencionadas declaraciones de Gordon y Rusk a fin de analizar si no significaban una interferencia de los Estados Unidos en los asuntos internos de la Argentina. Sin embargo, la tensión era aparente. El New York Times indicó que la protesta no implicaba una "denuncia formal" del gobierno argentino y el Washington Post citó declaraciones de Marshal Wright, funcionario de prensa del Departamento de Estado, quien agregaba que la protesta argentina "no parece requerir una respuesta".

Finalmente, en el New York Times del 12 de agosto Marshal Wright afirmaba que el profesor Warren Ambrose no había sido seriamente dañado. Por otra parte, Wrigth mencionaba que el gobierno argentino había presentado un extenso mensaje que desautorizaba la acción policial llevada a cabo la noche del 29 de julio y aclaraba que los efectivos habían sido instruidospreviamente para no usar la violencia. De esta forma, el Departamento de Estado norteamericano daba por cerrados los entredichos.

Al día siguiente del ataque a las universidades ya había comenzado a hablarse del peligro de un éxodo masivo de investigadores. El 25 de agosto de 1966, un artículo del New York Times, que llevaba como copete "Reclutadores universitarios listos para ubicar profesores", anunciaba que algunas de las universidades más importantes de los Estados Unidos, "incluido el Massachusetts Institute of Technology y Harvard, así como sociedades científicas y académicas, han establecido contacto con profesores argentinos en las últimas dos semanas para colaborar con su plan de partida". Investigaciones posteriores sostienen que como consecuencia de los episodios del 29 de julio renunciaron en la UBA alrededor de 1380 docentes e investigadores. Del total de renunciantes, aproximadamente el 70 por ciento pertenecían a la FCEyN. Más de 300 emigraron hacia otros países.

La universidad que comenzó a demolerse en julio de 1966 persistió en la forma de materia prima tenaz para futuras mitologías académicas. Y los mitos iluminan el pasado selectivamente y lo reinventan en función de los sentidos del presente. La década 1956-1966 fue así interpretada en varias claves, desde momento de audaces idealismos —la universidad era capaz de forjar modelos de país— hasta idílica "edad de oro" del desarrollo científico y tecnológico.

El retorno de la democracia en diciembre de 1983 mostró que en el imaginario de muchos profesores e investigadores persistía como grado cero de toda política universitaria la recuperación de la universidad de los sesenta. Los debates sobre ciencia básica versus ciencia planificada fueron retomados. Como si Martínez de Hoz y la patria contratista nunca hubieran existido. El anacronismo resultó evidente a comienzos de los noventa, cuando la "revolución cultural" neoconservadora comenzó a promover los diagnósticos de organismos financieros internacionales sobre la educación superior en América latina. Algunos especialistas latinoamericanos se encargaron de traducir los valores del mercado a un lenguaje progresista.

La universidad de los sesenta es una historia sin final, una potencialidad que nunca será acto. Entre otras cosas, eso es el subdesarrollo: historias inconclusas, sentidos inciertos. En todo caso, la universidad de los sesenta aporta indicios reveladores para la autoestima de una tradición científica y académica que todavía busca la clave de su destino, que todavía se pregunta cómo hacer para que el conocimiento producido en las universidades redunde en capital social y cultural y en producción de riqueza.


La realidad externa era fascista

Por José Pablo Feinmann

Recuerdo que era de noche, pero no si hacía frío. Por la fecha del año, calculo, raro que hiciera calor. El calor estaba en nosotros, en nuestras discusiones. Discutíamos si existía o no la realidad externa. Eramos alumnos de Historia de la Filosofía Moderna y estábamos, creo, preparando el final. Debía ser algo así; si no, no se explica que estudiáramos tanto y discutiéramos un punto tan, digamos, puntual. El punto era Descartes y su Discurso del método. Hay cierto momento en que Descartes se pregunta si las cosas que él ve ahí afuera son verdaderas o algún genio maligno lo está engañando. Entonces dice que son verdaderas porque él las ve, y si las viera y no fueran verdaderas Dios lo estaría engañando. Y Dios es bueno y no puede engañarlo. Se trata de su recurrencia a la veracidad divina. Pero hay un problema: para demostrar que hay cosas fuera del ego cogito porque Dios es bueno y no puede engañarme, tengo que demostrar que Dios existe. Y esto es fácil para Descartes. Porque dice: tengo en mí la idea de la perfección. Yo, que soy imperfecto, no pude haberla puesto ahí, donde está: en la conciencia. La tiene uqe haber puesto un ser perfecto. El único ser perfecto es Dios. Dios existe.

Durante esos días, una revista marxista –enemiga de las filosofías idealistas que deducen todo de la subjetividad– había publicado un chiste memorable. En el primer cuadrito un tipo con barbita y pipa decía: "Es muy fácil. Ese florero existe...". Y en el cuadrito estaban el tipo y un florero. Segundo cuadrito: el tipo dice "porque yo lo pienso". Siempre el tipo y el florero en el cuadrito. Tercer cuadrito: el tipo dice "si yo no lo pensara...". Siempre el tipo y el florero. Cuarto cuadrito: el tipo dice "el florero dejaría de existir". En el cuadrito, ahora, sólo está el florero. Esas eran nuestras bromas y esos eran nuestros temas de estudio y discusión. ¿Existe la realidad externa? ¿Sobre qué intenciona la conciencia fenomenológica? ¿Sobre la realidad externa? ¿La conciencia determina la vida o la vida a la conciencia? Pero, la realidad externa, ¿existe?

Salimos de la facultad. Bué, nos hicieron salir. Bajamos porque estalló el infierno. Había entrado la cana. Filo estaba en Independencia. Los canas habían hecho una doble hilera y por ahí, por el medio, teníamos que salir. Nos gritaban comunistas de mierda, zurdos podridos y judíos de mierda, esto, judíos de mierda, mucho y hasta más que mucho porque, según nos enteramos después, el golpe venía muy católico, muy Santo Tomás, muy filosofía medieval y nosotros ya estábamos en moderna. De pronto un cana le encajó un bastonazo a uno. Y a otro. Y a otro más. Nada demasiado grave. En otras universidades fue peor. Pero cuando salimos a la calle,cuando corrimos hacia la esquina, cuando nos subimos al bondi y pudimos respirar tranquilos y hablar de nuevo, ya teníamos algo resuelto para siempre: la realidad externa existía. Y no sólo existía: te puteaba, te cagaba a palos y era fascista.


TESTIMONIO 1

Por Horacio González *

"Aquella noche estaba en la ocupación de la Facultad de Filosofía y Letras. Hubo una irrupción de la infantería que, en mi caso, resultó en un golpe en la cabeza que me dejó desmayado en el patio: yo recibí efectivamente la visita de un bastón largo. Y esos minutos de desmayo significaron un cambio muy importante en mi reflexión sobre la universidad y el país... Hacía cuatro años que había entrado en la universidad y vivía de algún modo el encantamiento de la autonomía universitaria. De modo que el chichón en mi cabeza fue un alerta sobre lo que iba a pasar en el país. Una cicatriz que a la luz de lo que fue la siguiente dictadura generaría una suerte de melancolía por los golpes pasados... En aquel momento tomé con un sentimiento de pena muy profundo la renuncia de muchos de nuestros profesores. La irrupción de las armas del Estado en los patios y las aulas de la universidad dio paso también a las medidas de vigilancia: mi fotografía estaría desde entonces en manos del personal de vigilancia y era considerado persona no grata. Lo que tengo dificultad para decir es que aquella irrupción policial me llevó a sumarme a los que creían en la necesidad de construir una realidad que superara a la universidad aislada... En la punta de aquellos bastones había diversas hipótesis de construcción del conocimiento. El palazo hizo vibrar mi cabeza y me llevó a rechazar tanto a aquella irrupción policial como a quienes habían sostenido una universidad cientificista pero idílica. A tientas, fui de los que intentaron construir un realismo nacional y popular, de forma balbuceante intentamos seguir la lucha política en la universidad, ocupando cátedras... Aquel golpe despertó un realismo social militante, una veta política que empezó a llamarse tendencia nacional y popular y que pronto vería con entusiasmo la lucha con las armas, un período que hoy amerita una profunda reflexión... Fue muy importante para mí aquel bastonazo. El desmayo duró muy pocos minutos, pero significó uno de esos hechos que se recuerdan como un quiebre en la vida propia."

* Estudiante de Sociología en 1966, hoy director de la Biblioteca Nacional.


TESTIMONIO 2

Por Eugenia Sacerdote de Lustig *

"Yo era profesora de biología celular en la vieja Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, que estaba en la calle Perú. Todavía no existía Ciudad Universitaria. Me acuerdo que esa noche el doctor Rolando García nos dijo: "Que nadie se vaya a casa porque se va a hacer una reunión de los profesores. Parece que se viene una revolución". Como era de noche, dije: "Voy a llamar a mi casa a mi marido y mis hijos para avisar que llego más tarde". Por suerte, los teléfonos de la facultad no andaban. Y me fui a hablar desde los teléfonos de una confitería. Cuando volví, vi que había una doble fila de policías y que los estaban sacando. Había un celular y estaban empujando a los doctores Manuel Sadosky y García adentro. Y los escuché gritar: "¡Hay más profesores, vayan adentro a buscarlos!". Entre los profesores, estaba yo, pero no me encontraron. Me salvé por milagro. Me salvé por el teléfono que no funcionaba. Me tomé un colectivo enseguida para mi casa. Llegué con un susto terrible y miré si estaba toda la familia. Perdí el cargo de profesora y todo cambió. Yo había sido nombrada por el doctor García después que cayó el peronismo y vino Risieri Frondizi, que me reconoció el título italiano. Yo era de Turín y vine a la Argentina cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, en 1939. Pero después de esa noche, no volví más a la Facultad de Ciencias Exactas.

* Bióloga celular, investigadora emérita del Conicet, 95 años.


TESTIMONIO 3

Por Félix Schuster *

Esa noche estaba en la Facultad de Filosofía y Letras y la noticia no nos sorprendió. Esperábamos con expectativa la intervención y hasta nos parecía raro que, a un mes de asumir, Onganía todavía no hubiese tocado la universidad. Teníamos conciencia de lo que se venía, por entonces yo militaba activamente en el Frente de Izquierda Popular. Trabajaba como jefe de trabajos prácticos de Filosofía de las Ciencias y, al igual que todos mis compañeros, tuve que renunciar, aunque no estaba de acuerdo con esa decisión. Para mí había que quedarse a defender la facultad.

A medida que pasaban las horas, iba llegando gente de Exactas que nos contaba lo que estaba pasando. Era terrible. Hacían formar fila a los profesores, los hacían salir y los golpeaban uno tras otro. Se notaba que no había una planificación por parte de los militares, no eran demasiado hábiles y tampoco tenían mucha información de lo que pasaba en las facultades. Iban al bulto, sin tener un conocimiento puntual de lo que querían combatir. Se hicieron preconceptos y actuaban en función de éstos. Pero sin duda, la noche de los bastones largos fue un anticipo de lo que pasaría en el ‘76. Para mí fue un golpe terrible, desde esa noche casi no pise la facultad hasta el ‘84. Estuve 18 años sin participar de la actividad docente en Argentina.

* Ex decano de la Facultad de Filosofía y Letras.

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