¿Cuál es la cosa que siendo tan ansiada por los hombres no se la puede reconocer cuando se la posee?
Leonardo da Vinci
LAS UTOPÍAS DE ELMAR ROJAS
IA PINTURA LATINOAMERICANA se enriquece con Elmar Rojas. Además de la densidad y fuerza de su cromatismo, encima quizás de su acendrada imaginación visual, estamos ante la presencia de un intelectual de gran calibre. Amigo y heredero de Carlos Mérida, conocedor de la obra de Roberto Ossaye y de Valenti, auspiciador de numerosos proyectos culturales, Elmar Rojas nos recuerda a Piero de la Francesca, a Boticelli y a aquellos virtuosos renacentistas del Cinquecento; y al mismo tiempo, a sus antecesores inmediatos, a Rufino Tamayo, a Carlos Mérida y a todo ese rico acervo de la pintura guatemalteca y latinoamericana que nos lleva por igual a Fernando de Syszlo que a Obregón.
Pero no es la de Elmar Rojas una suma o síntesis de estilos. Su obra tiene ese sello personal que pocos alcanzan.
La pintura de Elmar Rojas es, si se quiere, utópica. Logra poseer, sin embargo, aquello que Leonardo da Vinci afirmaba imposible para el hombre: El sueño. Así la pintura de Rojas es comparable a la imagen de los espejos. Un antiguo azogue rojizo parece interponerse entre la imagen y el espectador y en ese espejo, una catarsis, una elusiva imagen del yo multiplicado y dividido secuencialmente se expande en el lienzo, como si se tratara de las repercusiones del eco, o de ondas magnéticas, concéntricas que nos refieren, que nos atraen y nos repelen una y otra vez, desde y hacia el punto de partida.
Estos juegos visuales de Elmar Rojas hacen que pensemos en el volcán, en las fuerzas telúricas, en el hombre de la sierra y su alejada visión del mundo. Y es que, a pesar de sus deleites intelectuales, la pintura de Elmar Rojas es una muy apegada a la tierra, a esa mirada detenida en el valle profundo, a esos árboles que arañan las últimas nubes de la tarde enrojecida. La pintura de Elmar Rojas nos aleja y nos acerca al corazón del hombre campesino.
Fernando Ureña Rib