¿POR QUÉ A LOS CATALANES LES LLAMAN POLACOS?

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Reeditamos la entrada más visitadas del blog publicada en  2012.

CATALUÑA HA SIDO EL PIAMONTE DE ESPAÑA PRIMERO, POLONIA DESPUÉS Y HOY ES SU ESCOCIA. Así lo analizamos en un artículo en el diario catalán Ara (30/XI/2012) De los calificativos señalados en el artículo el más llamativo y menos conocido es el de «polacos». ¿Cuál es su origen? Lo explicamos a continuación.

España: «la Polonia del mediodía»

El origen de su carga peyorativa en relación a los catalanes es incierto y posiblemente remite a su uso político iniciado en la España del siglo XIX, que conoció un largo y cambiante recorrido. Según un brillante y documentado estudio del historiador Juan Fernández-Mayoralas ( “La Polonia del mediodía: un tópico polaco en la historia española”, 2002), la identificación de España con Polonia se difundió durante el Sexenio Democrático (1868-1874), cuando el país temió convertirse en la “Polonia del mediodía” ante la combinación de inestabilidad política, injerencia de potencias extranjeras en los asuntos internos y la amenaza de ruptura de su integridad territorial.

El Sexenio Democrático y el miedo a ser Polonia

Independencia de Cuba, revista la flaca,1873_Ésta última llegó a su cenit tras proclamarse la Primera República en 1873 y sus gobiernos se vieron obligados a combatir en tres frentes: una nueva contienda carlista,  una insurrección cantonal y un levantamiento en Cuba (arriba, caricatura sobre el mismo de La Flaca).

Fernández-Mayoralas describe cómo cuajó el temor a que España deviniera una nueva Polonia trazando un amplio y sugerente fresco internacional. Reproducimos una larga cita de su argumentación por su interés ilustrativo:

[…] Si Francia, “vanguardia de la raza latina”, se sentía insegura ante su futuro tras la amputación de Alsacia-Lorena [tras la victoria prusiana], ¿qué podía esperar España, pobre, atrasada e inestable, agitada por la revolución y asolada por la guerra civil? Tan generalizada estaba entonces la creencia en su irremediable decadencia, tan aceptada la idea fatalista de que las naciones estaban sujetas ciclos inexorables, que mientras los españoles temían ser la “Polonia del Mediodía”, el estado mayor prusiano, eufórico por la victoria, soñaba con que Francia sería pronto una “segunda España”.

Para los observadores del siglo XIX, resultaba evidente que la España de 1872 se parecía mucho a la Polonia de 1772. Cuando ejercía la hegemonía en la marca oriental de Europa, Polonia tuteló la infancia de las potencias que habrían de acabar con ella. Los reyes polacos concedieron un título real a sus vasallos, los marqueses de Brandenburgo; los dominios polacos llegaban al mar Negro cuando el señor de Moscú era un régulo oriental; en 1683 un polaco salvó la capital de los Habsburgo de la suerte de Constantinopla. Sólo una decadencia biológica o una degeneración moral podía explicar que un siglo después pereciese desmembrada, minada por los vicios de la monarquía electiva y víctima del egoísmo de sus notables, siempre dispuestos a solicitar ayuda extranjera para solventar sus diferencias. También aquí se achacaban los males de España a la división interna, a la incapacidad de los partidos para sacrificar los intereses de su facción al bien común; también aquí se temía la intervención extranjera.

La búsqueda de un candidato para el trono español recordaba las intrigas que habían sentado a un sajón sobre el polaco, comienzo de su rápida decadencia. En muchos aspectos, los españoles de 1872 se sentían tan humillados como los polacos de 1772: tras dominar Italia durante siglos, tendrían ahora por rey al vástago de una casa ducal despreciada por la aristocracia hispana; después de haber sido por largo tiempo una potencia de primer orden, veían que ahora otras naciones intervenían con descaro en sus asuntos internos, lanzaban vetos y amenazaban con “poner orden”. Aquellas ex-colonias inglesas que un día se emanciparan con ayuda de Carlos III pretendían ahora arrebatar a España, descubridora y conquistadora de las Americas, los últimos jirones del que un día fuera el mayor de los imperios. Lejanos, olvidados los esplendores de antaño, los españoles del siglo XIX se sentían atrasados e ignorantes respecto a las “naciones cultas”. A finales del siglo XVIII los poderosos pronunciaron una terrible sentencia: Finis Poloniae ¿Había llegado el momento del Finis Hispaniae? En esta crucial encrucijada, en esta hora decisiva de la evolución del nacionalismo español, un espectro recorría la Península: era el fantasma de los repartos de Polonia.

El catalanismo mira hacia Polonia con admiración

PratDespués de que España superara este momento crítico, la referencia a Polonia persistió y marcó a los nacionalismos periféricos emergentes, en la medida que era un modelo a seguir por estos: se trataba de “una nación vital, con una cultura floreciente, capaz de suplir con patriotismo la carencia de un Estado”. 

En el caso del catalanismo, señala Fernández-Mayoralas, Polonia fue asumida como referente explícito por Enric Prat de la Riba (en la imagen) “como demostración de la eternidad y santidad de las patrias”, tal como reflejó ya en 1894 su Compendi de doctrina catalanista:

¿Qué diferencia existe entre el Estado y la patria? El Estado es una entidad política artificial, voluntaria; la Patria es una comunidad histórica, natural, necesaria. Lo primero es obra de los hombres; la segunda es fruto de las leyes a las que Dios ha sujetado la vida de las generaciones humanas. ¿Qué ejemplo de la historia contemporánea hace palpables estas diferencias? El de Polonia. El Estado polaco murió cuando los ejércitos de Austria, Rusia y Prusia la descuartizaron; pero Polonia continuó y continua siendo la única patria de los polacos.

La posguerra: ¿Cataluña ocupada como Polonia?

En este contexto, ignoramos cuando la identificación positiva entre Cataluña y Polonia devino peyorativa en el ámbito español, pues la investigación mencionada no aborda esta cuestión. No obstante, dado que el uso despreciativo del término “polaco” aplicado a los catalanes se difundió bajo el franquismo no se puede descartar que en medios castrenses se equiparase a la Cataluña ocupada por las fuerzas sublevadas en enero de 1939, cuando era cercano el fin de la Guerra Civil, con la Polonia ocupada y dividida entre rusos y alemanes en septiembre del mismo año.

El antropólogo Roger Costa así lo ha planteado en la revista Sàpiens, aunque es una mera hipótesis. Lo formula en estos términos: “ambos hechos [la ocupación de Cataluña y la de Polonia] se habrían equiparado en ambientes militares durante la posguerra y ello habría dado pie a este uso estigmatizador de la palabra polaco aplicada a los catalanes».

caída de barcelona

Las autoridades franquistas despliegan una bandera española en la Generalitat.

Sin embargo, debe remarcarse que el uso de esta palabra [polaco] como insulto no se generalizó fuera de los cuarteles hasta la década de los setenta, quizás de forma paralela a la extensión de las manifestaciones populares y sin ambigüedades de afirmación catalanista en escenarios públicos”.

Tenemos pues, una cierta idea de cómo los polacos se convirtieron en “polacos” primero por voluntad propia y luego a su pesar, aunque no cesaron de ser vistos como unos potenciales regeneradores de España.

De Polonia como estigma a Polonia como identidad

La asociación de Cataluña con Polonia dio un nuevo giro en febrero del 2006, cuando comenzó a emitirse en TV3 un programa semanal de sátira política titulado Polònia (en inequívoca referencia a la alusión peyorativa de los catalanes como “polacos”), cuya parodia de líderes y partidos obtuvo un enorme éxito de audiencia.

Grafismo del programa de sátira política «Polonia».

Hoy este programa es un referente y permite pensar que Polonia vuelve a ser un espejo de Cataluña, pero ahora muy distinto del que imaginó Prat, pues conforma una visión crítica e irónica de la realidad política catalana y la española. Es una reapropiación más del gentilicio que -visto lo hasta aquí expuesto- probablemente no será la única, como apunta el gag de este programa que reproducimos a continuación.

Gag de «Polònia» del 2007 en el que Franco muestra simpatías por la Polonia gobernada por los gemelos derechistas Jaroslaw y Lech Kaczynski.

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