De profesión, Rey
El 16 de agosto de 2002 se cumplieron 25 años de la muerte de uno de los artistas más grandes de la historia. Su reinado se acabó cuando sólo contaba 42 años: el mito estaba servido...
Suele pasar. Para ser una estrella simplemente hay que sobresalir por encima de los demás, pero para que alguien se convierta en mito parece inevitable que se vaya antes de los previsto, que se desvanezca cuando todavía tenemos el aplauso preparado. Así ocurrió con Marilyn, James Dean o John Lennon. Y ese fue también el camino que hubo de seguir Elvis Presley. Su fama se extendió muy pronto y hasta su muerte estuvo en la cumbre. Y lo que es más: su música, una mezcla perfecta de 'country', 'rithm', 'blues' y 'gospel', sigue siendo única, una demostración de audacia que aún sorprende y que allá por los años 50 significó el nacimiento de la modernidad, eso que luego vinieron a apuntalar los Rolling Stones o los Beatles. Elvis tenía una voz inusualmente grave y sedosa, pero era capaz de hacer con ella verdaderas acrobacias: ”No es tanto mi voz, sino lo que hago con ella”, explicaba.
Elvis nació el 8 de enero de 1935 en Tupelo (Mississippi), de padres granjeros. Tuvo un hermano gemelo que no sobrevivió al parto y quizá por ello fue siempre un niño especialmente querido por sus padres, sentimiento al que él correspondió con creces. Pronto la familia se trasladó a Memphis y a los diez años, le regalaron la primera guitarra, aunque él hubiera preferido una bicicleta. El pequeño Elvis tuvo que conformarse y comenzó a aprender por su cuenta los primeros acordes. Con 19 años grabó su primera canción, “My Happiness”, como regalo de cumpleaños a su madre. Le costó cuatro dólares y tuvo lugar en la Sun Records Company. Ese mismo año de 1954 y con igual sello discográfico sacó su primer disco comercial y al año siguiente, aconsejado por quien se convertiría en su mentor, Andrew Parker (alias “El Coronel”), fichó por RCA y editó “Heartbreak Hotel”, que sería el primer número uno de su precoz carrera. Tras el despegue, comenzó una ascensión fulgurante y se convirtió en el ídolo de la juventud americana. Mucho tuvo que ver con ello su desparpajo sobre el escenario, con contorsiones y movimientos de cadera nunca vistos, y un puñado de temas inolvidables, como “Love Me Tender”, “Jailhouse Rock”, “King Creole”, “Houng Dog”.
Era inevitable que tan gran éxito se extendiera también al cine. Hollywood le dio la bienvenida en 1956 y Elvis llegaría a rodar 32 películas. Pese a sus palabras, “la gente me preguntaba si iba a cantar en las películas, y yo les dije que no, que no tenía ningún interés en cantar en el cine”, Elvis no logró nunca separarse de su música y ser el actor dramático que deseaba. Su talento interpretativo, sin embargo, era considerable, pero, salvo excepciones, los productores le veían más con una guitarra que recitando a Shakespeare. Entre sus películas sobresalen: Ámame tiernamente (1956); El rock de la cárcel (1957), de Richard Thorpe; El barrio contra mí (1958), de Michael Curtiz; El trotamundos (1964), con la veterana Barbara Stanwyck; y Cita en Las Vegas (1964), dirigida por George Sidney y acompañado de Ann-Margret.
La vida de El Rey del Rock’n Roll se apagó en 1977, pero su existencia había hecho aguas ya en 1973, cuando se divorció de su mujer, Priscilla, tras sólo cinco años de matrimonio, un hecho del que nunca se repuso. Y es que en el escenario Elvis fue el rey, pero en su vida privada siguió siendo siempre un chico discreto, incluso tímido, que adoraba sobre todo a su madre. Fue él quien dio la mejor definición de sí mismo: “Me considero una persona normal que ha tenido mucha suerte en la vida. Pero soy simplemente humano, no soy sobrenatural ni mejor que los demás”.