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Caso GAL: una incómoda verdad frente al terrorismo de Estado

Gracias a las publicaciones de EL MUNDO se consiguió esta estampa: el ex presidente Felipe González abandonando el Salón de Plenos del Tribunal Supremo tras declarar en la vista del caso Marey, dentro de los GAL. FERNANDO QUINTELA

Para el reportero de guerra, escritor y académico Arturo Pérez-Reverte, territorio comanche es el lugar donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta. Es allí donde oyes crujir los cristales bajo tus botas y, aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando. Durante los 14 años que dediqué a investigar, primero en Diario 16 y después en EL MUNDO, el terrorismo de Estado practicado por los gobiernos de Felipe González, sentí que sobrevivía en territorio comanche. Y aprendí cum laude la necesidad en democracia de una prensa libre, las maravillas y las miserias del periodismo, la infinita capacidad de un gobierno para cometer graves delitos y facilitar su encubrimiento y lo importante de entender que no hay que creer a los gobernantes. Lo escribió Lord Tyrrel: «Ustedes los periodistas piensan que el Gobierno les miente. Pero no mentimos, realmente no. Sin embargo, cuando ustedes descubren esto, cometen un error aún mayor. Piensan que decimos la verdad».

Dejé Diario 16 por incompatibilidad moral y ética con un editor (admirable tantas veces) que sucumbió a las presiones de Felipe González y despidió al director, Pedro J. Ramírez, esencialmente por la investigación sobre los GAL de la que yo era responsable. Desde el paro me sumé junto a Ramírez al proyecto de fundar un periódico, junto a un reducido equipo de colegas, y antes de los 25 años dejé este MUNDO ejemplar en tantas cosas. Ahora cumple 10.000 números y lo celebro. Estas páginas albergaron la denuncia tenaz, incomprendida por tantos, de una espantosa trama de terrorismo de Estado que hizo enorme daño moral a España, que perjudicó severamente la lucha contra el horror de ETA y que marcó para siempre a esta casa -a la que regreso por un día, en el ejercicio ejemplar del periodismo- y retrató a González en la ignominia y la indecencia.

Desde 1983 a 1987, el Gobierno español, con González como presidente y Barrionuevo como ministro de Interior, transformó la guerra sucia contra ETA -que existía aisladamente- con los aparatos del Estado mirando hacia otro lado mientras algunos funcionarios colaboraban con asesinos a sueldo, en una organización estructurada, financiada y dirigida por el Gobierno que asesinó a 30 personas, secuestró a un anciano viajante de comercio y a dos etarras de poca monta a los que liquidaron tras torturarles salvajemente, dejó decenas de heridos, no evitó que la máquina de matar que era ETA aflojara en su terror indiscriminado y malversó ingentes cantidades de dinero del erario amparado en los fondos reservados. En los despachos oficiales se otorgaban o denegaban licencias para matar, funcionarios públicos se convirtieron en justicieros y la sociedad, mayoritariamente, aplaudía.

Solo unos pocos periodistas de Diario 16 y después EL MUNDO, Interviú y poco más cumplimos con nuestra obligación de buscar la verdad, contrastarla y ponerla en conocimiento de la opinión pública. El trabajo lo hicimos en soledad, bajo fuertes presiones, amenazas de ambos bandos, ETA y los GAL, y soportando las críticas y las difamaciones incluso de buena parte de los medios y colegas de profesión.

La tarea era ardua. Y la hemeroteca queda como escritura notarial de un trabajo digno, largo y escabroso de investigación periodística, con escrupuloso respeto a las normas deontológicas de la profesión, en la que no cedimos a los ataques desmedidos. Gracias a nuestro esfuerzo y nuestras fuentes de información, pusimos negro sobre blanco una verdad incómoda, el único caso conocido de terrorismo de Estado en el que, en varias causas judiciales, fueron finalmente condenados el ministro de Interior, el secretario de Estado de Seguridad, los directores generales de la Policía y la Guardia Civil, varios gobernadores civiles y numerosos funcionarios a sus órdenes.

Buceamos en las cloacas del Estado, rastreamos pistas y encontramos pruebas en Europa, América y África, descubrimos zulos, entrevistamos a testigos de cargo esenciales, reconstruimos los hechos, aportamos nombres y apellidos de los responsables y los mercenarios a sueldo, trabajamos horas y horas sin descanso y, sólo a partir de nuestro trabajo, algunos fiscales y jueces abrieron sumarios que posibilitaron que se hiciera algo de justicia. Las sentencias de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo acreditaron que, pese a tantas acusaciones gubernamentales de estar mintiendo, todo lo esencial de lo que publicamos era cierto.

Felipe González, aún hoy presente en la vida del Partido Socialista Obrero Español como personaje influyente, no ha perdido esa asombrosa, conmovedora, inquietante y turbadora franqueza para mentir que tantas veces ha exhibido. Sigue reuniendo esas cualidades tan necesarias para gobernar a las que se refirió Aristófanes: una voz terrible, un carácter perverso y un rostro increíblemente descarado. Pero la realidad, los hechos objetivos y la verdad no están de su parte. Claro que él no asesinó a nadie. Pero fue él quien levantó el dedo cesariano que dio vida a una maquinaria de muerte con cargo al erario.

Desde el Gobierno sólo hubo desmentidos inconcebibles y una labor tenaz de encubrimiento. Liquidaron fiscales y amedrentaron jueces. En el colmo de los colmos, convencieron al instructor más laborioso para que dejara la toga y se incorporara a la política como segundo de González, pero le engañaron, se cabreó, regreso a la Audienciay la lió parda.

Sin el trabajo que algunos hicimos en EL MUNDO no se habría conocido la verdad. Fuimos construyendo el relato de lo sucedido día a día, con una investigación minuciosa. Fueron años de viajes incesantes. Citas con medidas de seguridad formidables para cubrir a las fuentes. En lugares insólitos. Mercenarios, policías, amigos y enemigos, amigas, novias, mucho despecho, jueces, políticos, delincuentes, palacios, tugurios, de día, de noche, en Madrid, Bilbao, San Sebastián, París, Biarritz, Bayona, San Juan de Luz, Pau, Marsella, Roma, Ginebra, Lisboa, Oporto, Argel, Santo Tomé, Caracas, Bogotá... Comisarías, hoteles, bares de carretera, pensiones, prisiones, descampados... Recopilando testimonios, entrevistas, copias de sumarios, facturas, documentos, actas... Titulares que invitaban a quienes deseaban hablar a dirigirse a nosotros, los únicos que buscábamos la verdad de lo sucedido. A veces pasó hasta más de un año hasta poder publicar una noticia por las dificultades para contrastarlas. Horas y horas de espera, de vigilancias. Y algunos hechos, de los que no tengo duda respecto a su veracidad, que no contamos porque no dispongo de ninguna prueba para acreditarlos.

Recuerdo de modo indeleble las 27 horas encerrado en una habitación del Hotel Eurobuilding con José Amedo y Michel Domínguez. Diciembre de 1994. Cuando decidieron tirar de la manta. La entrevista más importante y con más consecuencias jamás publicada en la democracia española. Efectuada antes de que los dos policías, que fueron los paganos del caso, declararan ante el juez Garzón lo mismo que me habían contado a mí y se desatara el vendaval. Catorce portadas consecutivas con una semana de descanso entre las siete primeras y las siete últimas. El tsunami que terminó por llevarse por delante judicial, política y socialmente a ese verdadero sindicato del crimen que tanto daño hizo a las instituciones y al PSOE, un partido centenario que no se merecía un líder capaz de incurrir en hechos tan denigrantes.

Cometimos errores. Seguro. Pero en EL MUNDO cumplimos con nuestra obligación y no fue sencillo. Nos enteramos de lo sucedido, nos informamos, verificamos los datos, escribimos y publicamos. Le hicimos la misma pregunta a decenas de personas y preguntamos a una misma persona lo mismo 50 veces hasta llegar a la verdad. Un homenaje al periodismo de investigación que posibilitó destapar el Caso GAL y, conocida la verdad, vacunar a la sociedad española para siempre y que el terrorismo de Estado sea un mal sueño. Pero sucedió, había que contarlo y en EL MUNDO lo hicimos.

1 Comentario

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A diferencia de Pujol, este (presunto) responsable máximo sí que podía (presuntamente) hacer caer todas las ramas del árbol si le imputaban. ... Y el bosque entero. .... Por eso (presuntamente) se fue de rositas hasta que todo prescribió. ... Todo presuntamente. .. Por consiguiente.