EL DESARROLLO: VISI�N GLOBAL

Celso Furtado (1920-2004)


Este es el primer cap�tulo del libro "Breve introducci�n al desarrollo, un enfoque interdisciplinario" publicado por primera vez en portugu�s en 1980 y en espa�ol en 1983 por el Fondo de Cultura Econ�mica de M�xico.

LA IDEA DE PROGRESO

Las ra�ces de la idea de progreso pueden descubrirse en tres corrientes del pensamiento europeo que adoptan una visi�n optimista de la historia a partir del siglo XVIII. La primera de ellas se afilia al iluminismo, con la concepci�n de la historia como una marcha progresiva hacia lo racional. La segunda surge de la idea de acumulaci�n de riqueza, en la cual est� impl�cita la opci�n de un futuro que encierra una promesa de mayor bienestar. La tercera, por �ltimo, surge con la concepci�n de que la expansi�n geogr�fica de la influencia europea significa para los dem�s pueblos de la tierra, impl�citamente considerados como "retardados", el acceso a una forma superior de civilizaci�n.

El surgimiento en el siglo XVIII de una filosof�a de la historia -visi�n secularizada del devenir social---:. asume, principalmente en Alemania, la forma de la b�squeda de un "sujeto" cuya esencia se realizar�a mediante el propio proceso hist�rico. Las facultades, atribuidas por Kant a la con. ciencia del sujeto trascendente, son el punto de partida de una visi�n globalizante de la historia, concebida como transformaci�n del caos en orden racional. Con Hegel la humanidad asume el papel de sujeto: entidad que se reproduce seg�n una l�gica que apunta en direcci�n al progreso. Esa visi�n optimista del proceso hist�rico, que lleva a anticipar un futuro posible bajo la forma de una sociedad m�s productiva y menos alienante, en la cual las contradicciones del presente est�n superadas, induce a buscar un agente privilegiado, vector del progreso -la clase obrera, el empresario, la naci�n, el Estado-, "negatividad" capaz de profundizar las contradicciones y precipitar la eclosi�n del futuro.

Cinco a�os antes de la publicaci�n de la Cr�tica de la raz�n pura, hab�a circulado la Riqueza de las Naciones, donde se intenta demostrar que la b�squeda del inter�s individual es el resorte impulsor del bienestar colectivo. La armon�a que Kant pretende descubrir en las facultades heterog�neas del esp�ritu humano bajo la forma de sentido com�n, en Adam Smith aparece en el orden social como obra de una mano invisible. Pero esa armon�a social presupone cierto marco institucional. La riqueza de que se apropiaba el bar�n feudal, nos recuerda Smith, era de escaso valor para la colectividad, puesto que se gastaba con comensales o se hac�a est�ril. S�lo all� donde los hombres son libres para hacer transacciones entre s� en funci�n de sus propios intereses, donde son m�nimos los obst�culos a la circulaci�n de personas y bienes y al ejercicio de la iniciativa individual, emerge esa armon�a. El progreso, por lo tanto, no surge necesariamente de la "l�gica de la historia", sino que est� inscrito en el horizonte de posibilidades del hombre, y el camino para alcanzarlo es perceptible bas�ndose en el sentido com�n. Todo se resume en dotar a la sociedad de instituciones que posibiliten al individuo realizar plenamente sus potencialidades.

En el marco del mercantilismo y del Pacto Colonial, el comercio era considerado por los europeos como un acto de imperio, inseparable por 10 tanto del poder de las naciones que lo practicaban. Esa doctrina ser�a demolida a partir de mediados del siglo XVIII y sustituida progresivamente por las ideas liberales en la primera mitad del siglo XIX �C�mo no percibir, dicen los liberales, que la especializaci�n entre pa�ses permite llevar a�n m�s lejos la divisi�n social del trabajo, cuyos efectos positivos sobre la productividad son notorios en todos los pa�ses? El intercambio internacional conduce, seg�n esa doctrina, a una mejor utilizaci�n de 108 recursos productivos dentro de cada pa�s y pone en marcha un proceso gracias al cual todos los pa�ses participantes en �l tienen acceso a los frutos de los aumentos de productividad - que �l mismo genera. Uno de los corolarios de esa doctrina era que las econom�as de Europa, al forzar a otros pueblos a integrarse a sus l�neas de comercio, cumpl�an una misi�n civilizadora, contribuyendo a liberarlos del peso de tradiciones oscurantistas.

DIFUSI�N SOCIAL DE LA RACIONALIDAD INSTRUMENTAL

Si el pensamiento europeo lleg� por distintos caminos a producir una visi�n optimista de la historia -visi�n que encontraba su s�ntesis en la idea del progreso- la realidad social de la �poca estaba lejos de ser tranquilizadora. Es verdad que_ el ascenso del capitalismo comercial, que se ven�a prolongando por los siglos anteriores, no hab�a llegado a afectar en forma significativa la organizaci�n de la producci�n. Productos originarios de la agricultura se�orial, de manufacturas corporativas y, ocasionalmente, de econom�as coloniales penetraban en los circuitos comerciales y reforzaban el poder financiero de una clase burguesa cuya presencia en la esfera pol�tica iba haci�ndose cada vez m�s sensible. La apropiaci�n del excedente social continuaba. reflejando la relaci�n de fuerzas de la clase burguesa (controladora de los canales comerciales) con los terratenientes, con los dirigentes de las corporaciones gremiales y los subcontratistas de la producci�n. Pero, en la medida en que las estructuras tradicionales de dominaci�n son desmanteladas (caso de las corporaciones) o convertidas en elementos pasivos (caso de los se�ores de tierras transformados en rentistas), empiezan a producirse cada vez con mayor frecuencia transformaciones fundamentales, en la organizaci�n de la producci�n y en la estructura social.

El proceso de emergencia de nuevas estructuras de dominaci�n social surge cuando las relaciones mercantiles, antes circunscritas al intercambio de productos finales o semifinales, tienden a verticalizarse: a penetrar en la estructura de la producci�n, es decir, a transformar los ingredientes de la producci�n en mercader�as. Tanto la tierra como la capacidad del hombre para producir trabajo pasan a ser consideradas desde el punto de vista de su valor de cambio, como objetos de transacciones mercantiles. Las consecuencias de ese proceso que conduce del capitalismo comercial al industrial fueron principalmente de dos �rdenes. Por un lado, se abren nuevas y considerables posibilidades a la divisi�n social del trabajo, particularmente en el sector manufacturero: la especializaci�n a nivel del producto o de una fase importante de la producci�n -la presi�n de las corporaciones se ejerc�a en el sentido de la integraci�n vertical de la producci�n- ser� sustituida por la divisi�n del trabajo en tareas simples, lo cual ampli� la posibilidad del uso de instrumentos. Por otra parte, el principal interlocutor del capitalista deja de ser un miembro de la estructura de dominaci�n social, o una entidad con derechos inalienables, para ser un trabajador aislado, f�cilmente sustituible en raz�n de la simplicidad de la tarea que realiza.

La penetraci�n de los criterios mercantiles en la organizaci�n de la producci�n no es m�s que la ampliaci�n del espacio social sometido a la racionalidad instrumental. El capitalista, que antes trataba con los amos de las tierras, con corporaciones poseedoras de privilegios y entidades similares, pasa a tratar con "elementos de la producci�n", que pueden ser visualizados abstractamente, comparados, reducidos a un denominador com�n, sometidos al c�lculo. A partir de ese momento, la "esfera de las actividades econ�micas" podr� ser concebida aisladamente de las dem�s actividades sociales. La concepci�n de lo econ�mico como una esfera aut�noma refleja la visi�n que tiene el capitalista de la realidad social, que se contrapone a la visi�n jer�rquica tradicional, orientada hacia la perpetuaci�n de ciertos privilegios. Con todo, el avance de la "racionalidad" es inseparable de la ampliaci�n del �rea de las relaciones sociales sometida a los criterios de la organizaci�n mercantil.

Independientemente de otras consideraciones que puedan hacerse sobre este punto, cabe se�alar que la creciente subordinaci�n del proceso social a los criterios de la racionalidad instrumental acarre� modificaciones en profundidad en la organizaci�n social. En la agricultura eso llevar� al despoblamiento de zonas rurales y al desplazamiento de poblaciones hacia las ciudades o hacia nuevas zonas de colonizaci�n, incluso en otros continentes. La revoluci�n de los precios, provocada por la mayor eficiencia de la mecanofactura, apresurar�a el desmoronamiento de las organizaciones artesanales en regiones donde no exist�an condiciones para la creaci�n de formas alternativas de empleo.

As�, al acelerarse la acumulaci�n con la penetraci�n progresiva de las relaciones mercantiles en la organizaci�n de la producci�n, las estructuras sociales entran en r�pida transformaci�n. Algunas de las manifestaciones de esa transformaci�n -urbanizaci�n ca�tica, desorganizaci�n de la vida comunitaria, desempleo en masa, reducci�n del hombre, inclusive de menores, a simple fuerza de trabajo- causaron profundo malestar en los contempor�neos. As� se explica la visi�n pesimista de los economistas de la primera mitad del siglo XIX con respecto al devenir del capitalismo. Sin embargo esa visi�n pesimista se tradujo no en cr�ticas del capitalismo sino a aquellos que seg�n se imaginaba pod�an obstaculizar la aceleraci�n de la acumulaci�n: los obreros, que empezaban a organizarse para exigir mejores condiciones de vida, y los se�ores feudales, que canalizaban hacia un consumo conspicuo los beneficios que se derivaban de la presi�n engendrada por el crecimiento demogr�fico en el sentido de elevaci�n de la renta de la tierra. Frente al dinamismo demogr�fico que sigui� a la r�pida urbanizaci�n, el "principio de poblaci�n" formulado por Malthus parec�a incontestable a los economistas de la �poca: toda elevaci�n del salario real ser�a anulada por el crecimiento demogr�fico engendrado por ella misma. Por otro lado, la ley de los rendimientos decrecientes. que prevalec�a en la agricultura, y la presi�n para elevar la renta de la tierra que acompa�aba a la expansi�n agr�cola en tierras de calidad inferior, operaban en forma convergente para reducir el potencial de inversi�n, frenando la capacidad del sistema para crear empleo.

Esa idea de que el sistema capitalista estar�a permanentemente en peligro de zozobrar, causando el aumento de las fajas de miseria en la sociedad, por insuficiencia de la acumulaci�n, servir�a para justificar la fuerte concentraci�n del ingreso que entonces se produc�a y que llegar�a a caracterizarlo definitivamente. Es cierto que Marx, lejos de sacar conclusiones pesimistas de esa amenaza de crisis, descubre all� una clara indicaci�n de que las "contradicciones internas" del sistema capitalista tend�an necesariamente a agravarse. En la l�nea del pensamiento hegeliano, esas contradicciones eran vistas como se�ales anunciadoras de una forma superior de sociedad, m�s productiva y menos alienante, en estado de gestaci�n. Pero tambi�n es cierto que los propios cr�ticos del capitalismo contribuyeron a mantener, en la fase en que mayor fue el costo social del proceso de acumulaci�n, la visi�n heredada del siglo anterior que llevaba a identificar en ese esfuerzo de acumulaci�n el camino de acceso a formas superiores de vida. Los sacrificios impuestos a la poblaci�n eran apenas los "dolores de parto" de un mundo mejor.

LA TECNOLOG�A EN LA REPRODUCCI�N DE LA SOCIEDAD CAPITALISTA

Al identificar acumulaci�n con un fondo de salarios, es decir, con un stock de bienes de consumo corriente, y al pretender medida en unidades homog�neas de trabajo simple, los economistas cl�sicos hicieron a�n m�s dif�cil la comprensi�n del papel de la evoluci�n de la t�cnica en la sociedad capitalista. El avance de las t�cnicas tendi� a ser visto como un medio de superar la escasez de un factor de producci�n, a nivel de una unidad productiva. Esa visi�n microecon�mica de la t�cnica por el prisma de la obtenci�n de los ingredientes de la producci�n (recursos naturales, trabajo y capital) es el origen de muchas de las dificultades con que tropezar�n los economistas para adoptar un enfoque din�mico de losprocesosecon6micos y percibir en ellos algo m�s que una simple secuencia de situaciones est�ticas.

Muchas de las manifestaciones m�s significativas de lo que llamar posprogreso t�cnico -mayor eficiencia en el uso de recursos no renovables, efectos de escala, econom�as externas; -ciertas modificaciones de la posici�n competitiva exterior, modificaciones del comportamiento de la demanda resultantes de la introducci�n de nuevos productos, etc. s�lo pueden ser captadas plenamente a trav�s de una visi�n global del sistema social, que incluya la percepci�n de las relaciones de �ste con el medio f�sico que controla y con el exterior.

Progreso t�cnico es en realidad una expresi�n vaga que en su uso corriente cubre el conjunto de las transformaciones sociales que hacen posible la persistencia del proceso de acumulaci�n y por consiguiente la reproducci�n de la sociedad capitalista. A primera vista acumular es simplemente trasladar al futuro el uso final de recursos ya disponibles para el consumo. Pero sucede que en la sociedad capitalista a ese acto de "renuncia" corresponde una remuneraci�n, la cual solamente se hace efectiva si los recursos acumulados asumen la forma de capital. Proseguir con la acumulaci�n significa, por lo tanto, encontrar las condiciones para transformar recursos econ�micos en capital. Visto desde otro �ngulo: la sociedad capitalista, para preservar sus caracter�sticas esenciales, necesita unir a la capacidad de postergar el uso de una parte de los recursos de que dispone, esa otra capacidad de transformar lo que acumula en capital, es decir, en recursos remunerados. Eso solamente ocurre si, dentro del horizonte de posibilidades t�cnicas abierto a la aplicaci�n de los recursos que se est�n acumulando, surgen respuestas a los requerimientos de la sociedad con respecto al uso final del ingreso. No es suficiente con que exista progreso t�cnico: �ste debe crear nuevo espacio para que la acumulaci�n se haga bajo la forma de creaci�n de nuevo capital. Excluida la hip�tesis de una previa alteraci�n de la estructura del sistema (como una modificaci�n significativa de la distribuci�n de la riqueza y del ingreso) el proceso de acumulaci�n tiende a satisfacer el proyecto de utilizaci�n final del ingreso del conjunto de la colectividad, proyecto que refleja la relaci�n de fuerzas entre los grupos que componen esa colectividad. El progreso t�cnico, al posibilitar la acumulaci�n, est� al servicio de la realizaci�n de ese proyecto y por consiguiente de la reproducci�n de la sociedad, lo cual debe entenderse como desdoblamiento de sus potencialidades y por lo tanto en un sentido din�mico.

En ausencia de modificaciones de la disponibilidad de recursos naturales, de la tecnolog�a y de la composici�n de la demanda final, la acumulaci�n como formaci�n de capital tiende necesariamente a un punto de saturaci�n. Modificaciones en la distribuci�n del ingreso en sentido igualitario pueden abrirle nuevos canales, pero no evitan que tienda al referido punto de saturaci�n. Lo mismo puede decirse con respecto al descubrimiento de recursos naturales de mejor calidad o m�s abundantes, y tambi�n a los efectos positivos de la apertura de nuevas l�neas de comercio exterior. Nada de eso modifica el cuadro b�sico que es el de la tendencia a los rendimientos "decrecientes, en la medida en que la inversi�n se haga redundante. Llamamos progreso t�cnico al conjunto de factores que modifican ese cuadro b�sico. Se trata, evidentemente, de modificaciones que se refieran al conjunto del sistema, a su morfog�nesis. De ah� que no sea posible captar la naturaleza del problema si circunscribimos el progreso t�cnico al plano microecon�mico, vaci�ndolo de su car�cter social. En efecto, el progreso t�cnico concebido desde el punto de vista de la adopci�n de m�todos productivos m�s eficaces -en ausencia de la introducci�n de nuevos productos, es decir, de nuevos patrones de consumo-- no ser�a suficiente para fundar el proceso acumulativo tal como existe en la sociedad capitalista. A partir de cierto punto, la acumulaci�n solamente se mantendr�a mediante la disminuci�n de las desigualdades sociales o la reducci�n de la utilizaci�n de la fuerza de trabajo, lo que no ser�a posible sin amplias modificaciones sociales. Por otro lado, la acumulaci�n que se apoya en la simple introducci�n de nuevos productos (otra visi�n microecon�mica del proceso t�cnico), sin modificaci�n de la eficiencia de los procesos productivos, en los casos en que sea t�cnicamente posible exigir� desigualdades sociales crecientes. De este modo, por detr�s de lo que llamamos progreso t�cnico se alinean complejas modificaciones sociales, cuya l�gica debemos intentar comprender como paso previo a cualquier estudio del desarrollo.

La sociedad capitalista, a la cual debemos el tipo de civilizaci�n material que hoy predomina en casi todo el planeta, se reproduce poniendo en marcha un proceso de formaci�n de capital que hist�ricamente fue m�s r�pido que el crecimiento demogr�fico. No es el caso de indagar en este momento las razones hist�ricas que explican esa forma de dinamismo, siendo suficiente con recordar lo dicho sobre el desmantelamiento de las formas tradicionales de control social, ocurrido en el per�odo en que tuvo lugar la aceleraci�n de la acumulaci�n, y referir la posici�n hegem�nica de las econom�as en industrializaci�n en la fase de implantaci�n del sistema de divisi�n internacional del trabajo. Lo cierto es que, establecido cierto patr�n de apropiaci�n del producto social, el comportamiento de las clases dominantes se orient� en el sentido de preservarlo, lo que por su lado exigi� que se mantuviera un esfuerzo m�nimo de formaci�n de capital.

En efecto: quienes controlan las posiciones estrat�gicas en la sociedad capitalista se gu�an naturalmente por el prop�sito de conservar los privilegios de que disfrutan en la apropiaci�n del producto social. Al hacerlo, ponen en marcha un proceso intenso de acumulaci�n, dando origen a una demanda de mano de obra que tiende a superar al crecimiento demogr�fico. Si en la fase inicial --cuando se desmantelaron las estructuras artes anales- el proceso de acumulaci�n se realiz� en condiciones de oferta el�stica de mano de obra, con el tiempo tendr�a que enfrentarse a una creciente rigidez de esa oferta, necesitando traslados de poblaciones, activaci�n del potencial de trabajo femenino, etc�tera. La reproducci�n de la econom�a capitalista no es concebible, ni siquiera te�ricamente, sin modificaciones de las estructuras sociales. En efecto, si suponemos la hip�tesis de un crecimiento del producto similar al de la poblaci�n -la acumulaci�n apenas ser�a suficiente para absorber el aumento vegetativo de la fuerza de trabajo- tendr�amos consecuentemente que admitir la reducci�n de la participaci�n del lucro en el producto y/o el aumento relativo del consumo de los rentistas. Pero cualquiera de esas salidas ser�a incompatible con el car�cter competitivo. de la sociedad capitalista.

La salida que se ha encontrado para la superaci�n permanente de las tensiones sociales inherentes a la reproducci�n de la sociedad capitalista consisti� en la orientaci�n del progreso t�cnico en el sentido de compensar la potencial rigidez de la oferta de mano de obra. Quienes intentaron descubrir en la l�gica del capitalismo una tendencia inexorable al estado estacionario o a la agravaci�n de los antagonismos sociales -y por lo tanto una tendencia a autodestruirse-- subestimaron las posibilidades de la tecnolog�a como instrumento de poder. Los agentes que dirigen o controlan las actividades econ�micas en la sociedad capitalista raramente est�n articulados en funci�n de objetivos preestablecidos. En realidad, compiten y se disputan entre s� un espacio, alimentando as� el proceso de acumulaci�n que es responsable, en �ltima instancia, de la presi�n en el sentido del aumento de la participaci�n del trabajo, en la apropiaci�n del producto social. Por lo tanto, al competir entre s�, tales elementos desencadenan fuerzas que operan en el sentido de reducir el espacio que ellos mismos disputan. Esa situaci�n favorece extremadamente a los agentes que innovan en el sentido de economizar mano de obra, cuya acci�n provoca la obsolescencia de equipos en plena producci�n.

De las mencionadas tensiones y del permanente esfuerzo para superadas surgen las transformaciones sociales que caracterizan la evoluci�n de la sociedad capitalista. La fuerte acumulaci�n, por un lado, y, por otro, la concentraci�n industrial y financiera -causadas por la b�squeda de los efectos de escala y de conglomeraci�n- operan en el sentido de transformar al trabajador individual en elemento de agrupamientos sociales estructurados, dando origen a nuevas formas de poder, lo que facilita la transferencia al plano pol�tico del enfoque de los conflictos sociales. De este modo, el particular dinamismo de la sociedad capitalista tiene su causa primaria en el hecho de que la reproducci�n de la estructura de privilegios que le es inherente se apoya en la innovaci�n t�cnica. En otras palabras: porque asegura la reproducci�n de los privilegios, el avance de la t�cnica encuentra en ese tipo de sociedad todas las facilidades para efectuarse. Pero la absorci�n del progreso t�cnico en una sociedad competitiva implica una acumulaci�n fuerte, y �sta, per se, genera presiones sociales en el sentido de reducci�n de las desigualdades. As�, la acci�n conjugada de la innovaci�n t�cnica y de la" acumulaci�n' concilian la reproducci�n de los privilegios con la permanencia de las fuerzas sociales que los contestan.

Mientras la econom�a capitalista logre mantenerse en expansi�n, ser� posible satisfacer las expectativas de los agentes con intereses antag�nicos: los salarios reales aumentan y la participaci�n en el producto social de los capitalistas y otros grupos privilegiados tiende a mantenerse. Para el observador que se detiene al nivel de la apariencia, se presenta un cuadro de conflictos. de clase y de antagonismos entre elementos de una misma clase. Como la acumulaci�n y la penetraci�n del progreso t�cnico acarrean incesantes modificaciones en los precios relativos, precipitan la obsolescencia de instalaciones, eliminan continuamente productos de los mercados, alteran la distribuci�n del ingreso en el espacio y en el tiempo, concentran el poder econ�mico, etc., el cuadro es de extraordinaria mutabilidad y, visto desde cierto �ngulo, aparenta incluso ser ca�tico. Pero observ�ndolo desde una perspectiva amplia se comprueba inmediatamente que es gracias a esa mutabilidad (Marx crey� descubrir all� una "anarqu�a") que la sociedad capitalista se reproduce manteniendo lo esencial de su estructura de clases.

Esa ineluctabilidad de una intensa acumulaci�n est� en el origen de la inestabilidad caracter�stica de la econom�a capitalista. Es a la ausencia de una teor�a de la acumulaci�n que se debe atribuir el hecho de que la ciencia econ�mica, lejos de evolucionar hacia una explicaci�n de los procesos sociales globales, haya tendido a restringir su campo de observaci�n, limit�ndose a estudiar la racionalidad de agentes visualizados aisladamente. Los economistas neocl�sicos vieron en esa inestabilidad el reflejo de "ajustes", es decir, de oscilaciones en torno a una "posici�n de equilibrio". la cual, sin embargo, s�lo podr�a ser definida rigurosamente presuponiendo la ausencia de la acumulaci�n. En efecto: para abstraer el hecho econ�mico de su contexto social global es necesario circunscribirse a un an�lisis estrictamente sincr�nico, o a la hip�tesis de una acumulaci�n desvinculada de las estructuras sociales. Keynes, fiel a la tradici�n de una econom�a pura, adopt� un enfoque est�tico que lo fue solamente en apariencia. Sus disc�pulos percibieron inmediatamente que para obtener la congruencia del papel param�trico del stock de capital con un flujo de inversiones l�quido era imprescindible restringir el an�lisis a la consideraci�n de situaciones de subempleo. A nivel macroecon�mico, inversi�n l�quida significa necesariamente acumulaci�n.

Los modelos de crecimiento en que se tradujo gran parte del trabajo de construcci�n te�rica de los economistas en los �ltimos decenios son un subproducto de las tentativas de dinamizar el modelo keynesiano. En lo esencial, ese trae bajo se orient� en dos direcciones: por una parte reencontrar la tradici�n cl�sica, ligada a. un esquema de distribuci�n del ingreso de ra�ces institucionales, y por otra retomar la tradici�n neo cl�sica a partir del concepto de funci�n de producci�n de coeficientes variables, relacionando la remuneraci�n de los factores con sus respectivas productividades marginales. Ese esfuerzo de teorizaci�n result� ser de escasa significaci�n para el avance de las ideas sobre el desarrollo, pero sin embargo constituy� el punto de partida de importantes adelantos en el an�lisis macroecon�mico y permiti� fundar sobre bases m�s s�lidas la pol�tica econ�mica, cuando �sta no se propone transformaciones estructurales significativas. La incapacidad de los modelos de crecimiento para captar las transformaciones estructurales --es decir, la interacci�n de lo "econ�mico" con lo no econ�mico-, y para registrar las complejas reacciones que se producen en las fronteras del sistema econ�mico -relaciones con otros sistemas econ�micos y con el ecosistema-, deriva de la forma

misma como se aprehende la realidad econ�mica subyacente a ellos. Cuanto m�s sofisticados, m�s alejados se encuentran esos modelos de la multidimensionalidad de la realidad social.

A eso debe atribuirse el hecho de que en los �ltimos decenios, transformaciones importantes causadas por la aceleraci�n de la acumulaci�n -incluyendo la emergencia de las estructuras transnacionales, de creciente importancia en la orientaci�n de las inversiones, en la creaci�n de liquidez y en la distribuci�n geogr�fica del producto-, se hayan producido sin que los te�ricos del crecimiento hayan captado sus reflejos en el comportamiento de los sistemas econ�micos nacionales. La incapacidad que manifiestan actualmente los gobiernos de las grandes naciones capitalistas para conciliar sus respectivos objetivos de pol�tica econ�mica resulta, en parte no desde�able, de la orientaci�n asumida por la teor�a del crecimiento econ�mico y de su considerable influencia en la teor�a de la pol�tica econ�mica.

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