La tiran�a de los controles

 

Milton y Rose Friedman

Al examinar los aranceles y otras restricciones al comercio internacional en su obra La riqueza de las naciones, Adam Smith escribi�:

Lo que en el gobierno de toda familia particular constituye prudencia, dif�cilmente puede ser insensatez en el gobierno de un gran reino. Si un pa�s extranjero puede suministrarnos un art�culo m�s barato de lo que nosotros mismos lo podemos fabricar, nos conviene m�s comprarlo con una parte del producto de nuestra propia actividad empleada de la manera en que llevamos alguna ventaja [...]. En cualquier pa�s, el inter�s del gran conjunto de la poblaci�n estriba siempre en comprar cuanto necesita a quienes m�s baratos se lo venden. Esta afirmaci�n es tan patente que parece rid�culo tomarse el trabajo de demostrarla; y tampoco habr�a sido puesta jam�s en tela de juicio si la ret�rica interesada de comerciantes y de industriales no hubiese enturbiado el buen sentido de la humanidad. En este punto, el inter�s de esos comerciantes e industriales se halla en oposici�n directa con el del gran cuerpo social.

Estas palabras son tan v�lidas hoy como eran entonces. Tanto en el comercio interior como en el exterior, es de inter�s para el �gran conjunto de la poblaci�n� comprar al que vende m�s barato y vender al que compre m�s caro. Con todo, la �ret�rica interesada� ha dado lugar a una asombrosa proliferaci�n de restricciones sobre lo que podemos comprar y vender, a qui�nes podemos comprar y a qui�nes podemos vender y en qu� condiciones, a qui�nes podemos dar empleo y para qui�nes podemos trabajar, d�nde podemos residir, y qu� podemos comer y beber.

Adam Smith culp� a la �ret�rica interesada de comerciantes y de industriales� Quiz� fueran ellos sin duda los principales culpables en su �poca. En la actualidad tienen mucha compa��a. En realidad, dif�cilmente alguno de nosotros escapa a la �ret�rica interesada�. Seg�n la inmortal frase de Pogo, el personaje de tebeo, �hemos descubierto al enemigo y �se somos nosotros�. Luchamos contra los �intereses especiales�, salvo cuando resulta que el �inter�s especial� somos nosotros mismos. cualquiera de nosotros sabe lo que es bueno para �l lo es para el pa�s, por lo que nuestro �inter�s especial� es diferente. El resultado final es un laberinto de restricciones y m�s restricciones que hacer que la mayor�a de nosotros seamos m�s pobres de lo que ser�amos si se eliminasen todas. Perdemos mucho m�s a consecuencia de las medidas que benefician a otros �intereses especiales� de lo que ganamos gracias a las medidas que benefician nuestro �inter�s especial�.

El ejemplo m�s claro se halla en el comercio internacional. Las ganancias que obtienen algunos productores gracias a los aranceles y otras restricciones quedan compensadas con creces por las p�rdidas que sufren otros productores y especialmente los consumidores en su conjunto. La libertad de comercio no s�lo procurar�a nuestro bienestar general, sino que tambi�n promover�a la paz y la armon�a entre las naciones y estimular�a la competencia interna.

Los controles sobre el comercio exterior se extienden al comercio interior. Se entrelazan con todos los aspectos de la actividad econ�mica. Estos controles han sido defendidos a menudo, en particular por los pa�ses menos desarrollados, por considerarlos muy importantes para la consecuci�n de su desarrollo y progreso. Una comparaci�n de la experiencia del Jap�n tras la Restauraci�n Meiji en 1867 y la de la India tras su independencia en 1947, sirve para contrastar esta opini�n. Dicha comparaci�n indica, al igual que otro ejemplos, que la libertad de comercio interior y exterior es el mejor medio que tiene un pa�s pobre para promover el bienestar de sus ciudadanos.

Los controles econ�micos que han proliferado en los Estados Unidos durante las pasadas d�cadas no s�lo han restringido la libertad para utilizar nuestros recursos econ�micos, sino que tambi�n han afectado la libertad de expresi�n, de prensa y de culto.

Comercio internacional

Se suele afirmar que la mala pol�tica econ�mica refleja el desacuerdo entre los expertos; que si todos los economistas fuesen la misma opini�n, la pol�tica econ�mica ser�a buena. Los economistas discrepan entre s� con frecuencia, pero no con respecto al comercio internacional. En todo momento, desde los tiempos de Adam Smith, ha habido una virtual unanimidad entre los economistas, cualquiera que fuese su posici�n ideol�gica en otros aspectos, sobre la afirmaci�n de que la libertad de comercio internacional redunda en beneficio de los pa�ses comerciales y del mundo. Pese a esto, los aranceles han constituido la regla. Las �nicas excepciones de importancia son casi un siglo de libertad de comercio en Gran Breta�a despu�s de la abrogaci�n de las Leyes de Cereales en 1846, los treinta a�os de libertad de comercio en Jap�n tras la Restauraci�n Meiji, y la actual libertad de comercio en Hong Kong. Los Estados Unidos aplicaron aranceles a lo largo de todo el siglo XIX, que incluso fueron incrementado en el siglo XX, sobre todo en virtud de la ley arancelaria de Smoot-Hawley de 1930, considerada por algunos entendido como responsable en parte de la dureza de la depresi�n en los a�os siguientes. Desde entonces, los aranceles han disminuido gracias a varios convenios internacionales, pero siguen siendo elevados, probablemente m�s que en el siglo XIX, si bien los profundos cambios experimentados por los productos objeto de comercio internacional hacen imposible una comparaci�n exacta.

Hoy en d�a, como siempre, se apoya mucho la existencia de aranceles, denominados eufem�sticamente �protecci�n�, un buen nombre para una mala causa. Los productores de acero y los sindicatos metal�rgicos presionan para que se apliquen restricciones a las importaciones de acero procedentes del Jap�n. Los fabricantes de televisores y sus obreros propugnan la adopci�n de �acuerdos voluntarios� para limitar las importaciones de esos aparatos y sus componentes procedentes del Jap�n, Taiwan y Hong Kong. Fabricantes de tejidos y calzados, ganaderos, productores de az�car y muchos otros se quejan de la competencia �desleal� que les hace el extranjero y exigen que el gobierno haga algo para �protegerles�. Como es l�gico, ning�n grupo se queja bas�ndose �nicamente en su inter�s particular. Todos los grupos hablan del �inter�s general�, de la necesidad de preservar los puestos de trabajo o de promover la seguridad nacional. La necesidad de reforzar el d�lar con respecto al marco o al yen se ha a�adido recientemente a las alegaciones tradicionales en favor de la aplicaci�n de restricciones a las importaciones.

Las razones econ�micas para la libertad de comercio

Una voz que casi nunca se ha hecho o�r es la de los consumidores. Los denominados grupos de defensa y protecci�n del consumidor han proliferado en los �ltimos a�os. Pero se buscar�a en vano en los peri�dicos o en las actas de las Comisiones del Congreso, para hallar alguna indicaci�n de que lanzasen un ataque concentrado sobre los aranceles u otras restricciones a las importaciones, pese a que los consumidores son las v�ctimas principales de tales medidas. Los sedicentes abogados del consumidor se interesan por otras cosas.

La voz del consumidor individual se pierde en la cacofon�a de la �ret�rica interesada de comerciantes y de industriales� y de sus empleados. Como resultado de ello, se produce una grave distorsi�n del problema. Por ejemplo, los partidarios de los aranceles consideran indiscutible que la creaci�n de puestos de trabajo es, de por si, un objetivo deseable, independientemente de en qu� se ocupen las personas empleadas. Se trata de una clara equivocaci�n. Si lo que queremos son puestos de trabajo, podemos crear los que queremos: por ejemplo, hacer que la gente cave hoyos y que luego los vuelva a llenar, o que efect�e otras tareas in�tiles. A veces, el trabajo queda compensado por las satisfacciones que produce. Casi siempre, empero, es el precio que pagamos por conseguir las cosas que deseamos. Nuestro verdadero objetivo no estriba s�lo en los puestos de trabajo, sino en los puestos de trabajo productivos, que se traducen en forma de m�s bienes y servicios para consumir.

Otra falacia rara vez puesta en tela de juicio es que las exportaciones son buenas y que las importaciones son malas. Sin embargo, la verdad se revela muy diferente. No podemos comer, vestir o gozar de los bienes que enviamos al extranjero. Comemos pl�tanos procedentes de Am�rica Central, calzamos zapatos italianos, conducimos autom�viles alemanes, y disfrutamos de programas a trav�s de televisores japoneses. Nuestra ganancia a causa del comercio exterior estriba en lo que importamos. Las exportaciones constituyen el precio que pagamos para obtener las importaciones. Como ya dijo claramente Adam Smith, los ciudadanos de un pa�s se benefician de la obtenci�n de un volumen de importaciones lo mayor posible a cambio de sus exportaciones o, lo que viene a ser los mismo, de exportar lo menos posible para pagar sus importaciones.

La enga�osa terminolog�a que empleamos refleja estas ideas err�neas. Protecci�n significa en realidad explotaci�n del consumidor. Una balanza comercial favorable significa en realidad exportar m�s de lo que importamos, enviando al exterior mercanc�as por un valor total que supera el de las mercanc�a que nos llegan del extranjero. En las cuentas de su casa, usted preferir�a seguramente pagar menos par obtener m�s, y no al rev�s; sin embargo, eso ser�a calificado de balanza de pagos desfavorable en el comercio exterior.

El argumento favorable a los aranceles que ha tenido mayor repercusi�n entre el p�blico en general es la supuesta necesidad de proteger el elevado nivel de vida de los trabajadores norteamericanos contra la competencia �desleal� de los trabajadores del Jap�n, Corea o Hong Kong, que est�n dispuestos a trabajar a cambio de un salario mucho m�s bajo.. �Qu� hay de falso en este argumento? �Acaso no queremos proteger el elevado nivel de nuestro pueblo?

La falacia de este argumento reside en el inexacto uso de los calificativos �elevados� y �bajo� aplicados al salario. �Qu� significan salarios elevados y bajos? Los trabajadores norteamericanos son pagados con d�lares; los trabajadores japoneses, con yens. �C�mo comparamos salarios expresados en d�lares con salarios expresados en yens? �Cu�ntos yens equivalen a un d�lar? �Qu� determina este tipo de cambio?

Tomemos un caso extremo. Supongamos que, para empezar, 360 yens equivalen a un d�lar. A este tipo de cambio, vigente durante varios a�os, suponga usted que los japoneses pueden producir y vender todo por menos d�lares de lo que podemos hacerlo en los Estados Unidos: televisores, autom�viles, acero e incluso brotes de soja, trigo, leche y helados. Si tuvi�semos libertad de comercio internacional, tratar�amos de adquirir todas nuestras mercanc�as en el Jap�n. Esto parecer�a confirmar los temores de quienes defienden los aranceles: nos ver�amos inundados de mercanc�as japonesas y no podr�amos vender nada en contrapartida.

Antes de que levanten sus manos horrorizados, prosigan con su an�lisis. �C�mo pagar�amos a los japoneses? �Les ofrecer�amos d�lares en billetes? �Qu� har�an con ellos? Hemos partido de que al cambio de 360 yens por un d�lar todo es m�s barato en el Jap�n, por lo que en el mercado norteamericano no habr�a nada que quisiesen comprar. Si los exportadores japoneses desearan quemar o enterrar los billetes, ser�a fant�stico para nosotros. Obtendr�amos toda clase de mercanc�as a cambio de trozos de papel verde que podemos producir en gran abundancia y a bajo costo. Dispondr�amos de la industria exportadora m�s maravillosa que se pudiese concebir.

Naturalmente, los japoneses no nos vender�an mercanc�as �tiles con el fin de obtener in�tiles trozos de papel para quemarlo o enterrarlos. Al igual que nosotros, quieren tener algo real a cambio de su trabajo. Si todas las mercanc�as fuesen m�s baratas en el Jap�n que en los Estados Unidos al cambio de 360 yens por un d�lar, los exportadores tratar�an de desembarazarse de sus d�lares, procurar�an venderlos al cambio de 360 yens por un d�lar al objeto de comprar las mercanc�as japonesas m�s baratas. Pero �qui�n querr�a comprar los d�lares? Lo que es cierto para el exportador japon�s lo es tambi�n para todos los habitantes del Jap�n. Nadie desear�a dar 360 yens a cambio de un d�lar si con 360 yens se pudiesen comprar m�s cosas en el Jap�n que con un d�lar en los Estados Unidos. Los exportadores, al descubrir que nadie querr�a comprar sus d�lares a 360 yens, estar�an dispuestos a cobrar menos yens por un d�lar. El precio de un d�lar expresado en yens disminuir�a: 300 yen por un d�lar, 250 yens o 200 yens. Enfoque las cosas al rev�s: necesitar�an un n�mero creciente de d�lares para adquirir un n�mero dado de yens japoneses. Las mercanc�as japonesas expresan su precio en yens, con lo que su precio en d�lares aumentar�a. A la inversa, las mercanc�as estadounidenses expresan su precio en d�lares, por lo que cuantos m�s d�lares obtuviesen los japoneses por un n�mero dado de yens, m�s baratas resultar�an las mercanc�as estadounidenses para los japoneses dispuestos a pagar en yens.

El precio del d�lar expresado en yens disminuir�a hasta que el promedio del valor en d�lares de las mercanc�as que los japoneses comprasen a los Estados Unidos fuese m�s o menos igual al valor en d�lares de las mercanc�as que los Estados Unidos comprasen al Jap�n. A este precio, todo el que quisiese comprar yens con d�lares encontrar�a a alguien que estar�a dispuesto a venderle yens a cambio de d�lares.

La situaci�n real, como es natural, se presenta m�s complicada que en este ejemplo hipot�tico. Varias naciones comercian entre s�, y solamente los Estados Unidos y el Jap�n, y el comercio suele seguir caminos indirectos. Los japoneses pueden gastar en el Brasil una parte de los d�lares que ganan; a su vez los brasile�os pueden gastar dichos d�lares en Alemania, y los alemanes pueden hacerlo en los Estados Unidos, y as� sucesivamente hasta una complejidad interminable. No obstante, el principio es el mismo. En cualquier pa�s la gente quiere d�lares sobre todo para comprarse art�culos �tiles, no para amontonar ese dinero o quemarlo.

Otra complicaci�n reside en que los d�lares y los yens no solo se utilizan para comprar bienes y servicios en otros pa�ses, sino tambi�n para invertir y hacer donaciones. A lo largo del siglo XIX los Estados Unidos tuvieron casi cada a�o una balanza de pagos deficitaria, una balanza comercial �desfavorable� que era buena para todos. Los extranjeros deseaban invertir capital en los Estados Unidos. Los brit�nicos, por ejemplo, produc�an mercanc�as y nos enviaban a cambio de trozos de papel: no billete de d�lar, sino obligaciones, con la promesa de pagar m�s adelante una suma de dinero m�s los intereses. Los brit�nicos deseaban enviarnos sus mercanc�as porque consideraban que esas obligaciones constitu�an una buena inversi�n. En general, estaban en lo cierto. Obten�an mayores ganancias por sus ahorros de las que pod�an lograr de cualquier otra manera. En cuanto a nosotros, nos beneficiamos de inversiones extranjeras que nos permit�an desarrollarnos con mayor rapidez que si nos hubi�semos visto obligados a contar �nicamente con nuestros propios ahorros.

En el siglo XX la situaci�n se invirti�. Los ciudadanos estadounidenses se percataron de que pod�an obtener mayores ganancias invirtiendo su capital en el extranjero, que haci�ndolo en su pa�s. Consecuentemente, los Estados unidos enviaron al exterior mercanc�as a cambio de compromisos de deuda, como bonos. Despu�s de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano concedi� pr�stamos al extranjero en el marco del Plan Marshall y otros programas de ayuda exterior. Enviamos bienes y servicios al extranjero como expresi�n de nuestra creencia de que con ello contribu�amos a un mundo m�s pac�fico. Estas ayudas gubernamentales complementaban donaciones privadas de grupos caritativos, iglesias que pagaban a misioneros, personas que contribu�an a la ayuda de parientes extranjeros, y as� sucesivamente.

Ninguna de estas complicaciones altera la conclusi�n sugerida por el caso extremo que hemos imaginado. En el mundo real, al igual que en el mundo hipot�tico, no puede haber problema de balanza de pagos mientras el precio del d�lar expresado en yens, en marcos o en francos, se determine en un mercado libre mediante transacciones voluntarias. Es sencillamente falso que los trabajadores norteamericanos que disfrutan de elevados salarios est�n, como grupo amenazados por la competencia �desleal� de trabajadores extranjeros que perciben salarios bajos. Como es l�gico, determinados trabajadores pueden verse perjudicados si aparece en el extranjero un producto nuevo o mejorado, o si los fabricantes extranjeros consiguen producirlo con menor costo. Pero esto no difiere de los efectos que se ejercen sobre un determinado grupo de trabajadores si otras firmas norteamericanas desarrollan nuevos productos, los mejoran o descubren la manera de producirlos m�s baratos. Esto es sencillamente competencia de mercado en la pr�ctica, la principal causa del elevado nivel de vida del trabajador norteamericano. Si queremos beneficiarnos de un sistema econ�mico vivo, din�mico e innovador, debemos aceptar la necesidad de la movilidad y de la transformaci�n. Puede ser aconsejable facilitar dichas transformaciones, y hemos adoptado varias medidas para que as� sea, tales como el seguro de desempleo, pero debemos tratar de alcanzar ese objetivo sin destruir la flexibilidad del sistema, lo que habr�a sido matar a la gallina de los huevos de oro. En cualquier caso, todo lo que hici�semos deber�a ser imparcial con respecto al comercio exterior e interior.

�Que determina los art�culos que nos interesa importar y exportar? Un trabajador estadounidense es en la actualidad m�s productivo que un trabajador japon�s. Es dif�cil precisar en qu� grado, pues las estimaciones difieren. Pero supongamos que es una vez y media m�s productiva. En ese caso, los salarios de los estadounidenses podr�n comprar por t�rmino medio una vez y media m�s cosas que los salarios de los trabajadores japoneses. Es antiecon�mico utilizar a trabajadores norteamericanos en algo en que sean menos de una vez y media m�s eficientes que sus colegas japoneses. En la jerga econ�mica acu�ada hace m�s de 150 a�os, se le llama a eso principio de la ventaja comparativa. Aunque fu�semos m�s eficientes que los japoneses en la producci�n de todo, no nos interesar�a producirlo todo. Deber�amos concentrarnos en las cosas que hici�semos mejor, aquellas en que nuestra superioridad no ofreciera dudas.

Un ejemplo: �acaso un abogado que escribiese a m�quina dos veces m�s de prisa que su secretar�a deber�a despedirla y escribir a m�quina �l mismo? Si el abogado es dos veces mejor mecan�grafo que su secretaria pero cinco veces mejor abogado que ella, tanto �l como su secretaria hacen bien practicando �l la abogac�a y escribiendo ella a m�quina.

Se dice que otra fuente de �competencia desleal� son las subvenciones que los gobiernos extranjeros conceden a sus industriales, lo cual les permite vender en los Estados Unidos por debajo de su costo. Suponga que un gobierno extranjero concede dichas subvenciones, como sin duda hacen algunos. �Qui�n resulta perjudicado y qui�n se beneficia? Para pagar las subvenciones el gobierno extranjero debe gravar con impuestos a sus ciudadanos. Estos son los que pagan las subvenciones, de las que se benefician los consumidores estadounidenses. Pueden comprar m�s barato lo receptores de televisi�n, los autom�viles o todo lo que est� subvencionado. �Deber�amos quejarnos contra este programa de ayuda extranjera? �Fue acaso un gesto de nobleza por parte de los Estados Unidos enviar mercanc�as y servicios como donaciones a otros pa�ses en el marco del Plan Marshall y, posteriormente, conceder ayuda al extranjero, y es en cambio un gesto vil el de esos pa�ses que nos conceden donaciones bajo la forma indirecta de bienes y servicios que nos venden a precio inferior a su costo? Los s�bditos de los gobiernos extranjeros tienen motivos de sobra para quejarse. Deben soportar un nivel de vida m�s bajo en beneficio de los consumidores estadounidenses y de algunos conciudadanos suyos que poseen las industrias subvencionadas o trabajan en ellas. No cabe duda de que, si dichas subvenciones se conceden de forma repentina o irregular, la medida afectar� negativamente a los propietarios y trabajadores estadounidenses de las industrias que produzcan los mismos art�culos. Sin embargo, �ste es uno de los riesgos ordinarios que corre el que est� metido en negocios. Las empresas nunca se quejan de los acontecimientos ins�litos o accidentales que les procuran ganancias inesperadas. El sistema de libertad de empresa es un sistema de beneficios y de p�rdidas. Tal como ya hemos indicado, cualquier medida tendente a facilitar la adaptaci�n a los cambios repentinos se deber�a aplicar de forma imparcial al comercio interior y exterior.

En cualquier caso, es probable que las perturbaciones sea temporales. Suponga que, por el motivo que sea, el Jap�n decidiese subvencionar fuertemente el acero. Si no se adoptasen nuevos aranceles o cupos, las importaciones de acero en los Estados Unidos aumentar�an vigorosamente. Esto provocar�a la ca�da del precio del acero en los Estados Unidos y los acereros norteamericanos parar�an la producci�n del mismo, con lo cual se producir�a desempleo en el sector. Por otra parte, los productos hechos con acero se podr�an adquirir a precio m�s barato. Los compradores de dichos art�culos dispondr�an de dinero sobrante para gastar en otras cosas. La demanda de otros art�culos aumentar�a, como tambi�n el n�mero de trabajadores empleados en las empresas que los fabricasen. Naturalmente, requerir�a tiempo absorber a los trabajadores del acero que se habr�an quedado sin empleo. No obstante, en compensaci�n, trabajadores de otros sectores que estaban parados dispondr�an ahora de puestos de trabajo. No tendr� por qu� haber una p�rdida neta de empleo, y se producir�a un aumento de la producci�n porque los obreros que ya no hiciesen falta para producir acero estar�an disponibles para producir cualquier otra cosa.

La misma falacia de mirar s�lo un aspecto de la cuesti�n se presenta cuando se solicitan aranceles con la finalidad de crear puestos de trabajo. Se dice que, si se aplican aranceles a las importaciones textiles, se fomentar� la producci�n y el empleo en la industria textil nacional. Sin embargo, los fabricantes extranjeros que no pueden vender ya sus tejidos en los Estados Unidos ganan menos d�lares y dispondr�n de menos dinero para gastar en los Estados Unidos. Las exportaciones disminuir�n para equilibrar la disminuci�n en las importaciones. El nivel de empleo aumentar� en la industrial textil y disminuir� en las industrias exportadoras. Y el traslado de empleo a actividades menos productivas reducir� la producci�n total.

El argumento de seguridad nacional de que una pr�spera industria nacional de producci�n de acero, por ejemplo, es necesaria para la defensa, no se apoya en bases m�s s�lidas. Las necesidades de la defensa nacional s�lo representan una peque�a fracci�n del volumen total de acero empleado en los Estados Unidos. Y no es probable que la libertad total en el comercio del acero acabase con la industria acerera estadounidense. Las ventajas de estar cerca de las fuentes de suministro y de combustible, y la proximidad del mercado garantizar�an la existencia de una industria acerera nacional garantizar�an la existencia de una industria acerera nacional relativamente grande. De hecho, la necesidad de hacer frente a la competencia exterior, en lugar de buscar refugio tras las barreras proteccionistas gubernamentales, habr�a podido dar perfectamente lugar a una industria del acero m�s fuerte y m�s eficaz que la actual.

Suponga que ocurriese lo improbable. Suponga que se revelase m�s barato comprar todo nuestro acero en el extranjero. Hay otras formas de garantizar la seguridad nacional. Podr�amos constituir un stock de acero. Esto es f�cil, puesto que el acero ocupa relativamente poco espacio y no es un bien perecedero. Podr�amos mantener alguna acerer�as en reserva, del modo que mantenemos barcos, que entrar�an en producci�n en caso de necesidad. Sin duda hay a�n otras alternativas. Antes de que una compa��a acerera decida la construcci�n de una nueva planta de producci�n, investiga las alternativas posibles y los emplazamientos adecuados, al objeto de elegir el m�s eficaz y econ�mico. Con todo, en sus solicitudes de subvenci�n alegando pretextos de seguridad nacional, la industria del acero jam�s ha presentado presupuestos para formas alternativas de garantizar la seguridad nacional. Mientras no lo haga, podemos estar seguros de que el argumento de seguridad nacional es una manifestaci�n del inter�s particular de la industria, no una raz�n v�lida para las subvenciones.

No cabe duda que los ejecutivos de la industria acerera y los dirigentes de los sindicatos metal�rgicos son sinceros cuando alegan argumentos de seguridad nacional. La sinceridad es una virtud cuyo valor se exagera. Todos somos capaces de persuadirnos de que lo que es bueno para nosotros lo es para el pa�s. No deber�amos quejarnos de que los productores de acero esgriman dichos argumentos, sino por dejarnos convencer.

�Qu� ocurre con el argumento de que debemos defender el d�lar y evitar que pierda valor frente a otras monedas (el yen japon�s, el marco alem�n o el franco suizo)? Se trata de un problema completamente artificial. Si los tipos de cambio de las monedas se establecen en un mercado libre, quedar�n fijados al nivel que determine el mercado. El precio resultante del d�lar expresado en yens, por ejemplo, puede situarse provisionalmente por debajo del nivel justificado por el costo respectivo en d�lares y en yens de las mercanc�as norteamericanas y japonesas. Si es as�, se dar� a las personas involucradas en esta situaci�n en incentivo para adquirir d�lares y conservarlos durante un tiempo con el fin de realizar un beneficio cuando el precio suba. Al disminuir el precio de yens de las exportaciones norteamericanas al Jap�n, se estimular�n dichas exportaciones; al aumentar el precio en d�lares de las mercanc�as japonesas se desalentar�n las importaciones procedentes del Jap�n. Estos fen�menos har�n aumentar la demanda de d�lares corrigiendo de ese modo su bajo precio inicial. El precio del d�lar, si se determina libremente, cumple la misma funci�n que todos los dem�s precios: transmite informaci�n y procura un incentivo para actuar con arreglo a la misma, porque afecta las rentas que perciben los que participan en el mercado.

Entonces, �a qu� viene tanto furor a causa de la �debilidad� del d�lar? �Por qu� se suceden las crisis del comercio internacional? La raz�n inmediata es que los tipos de cambio internacional no los ha fijado un mercado libres. Las autoridades de los bancos centrales intervienen en gran escala con la finalidad de influir en la cotizaci�n de sus monedas. Al hacerlo pierden enormes sumas de dinero de sus ciudadanos (para los Estados Unidos, cerca de dos mil millones de d�lares desde 1973 hasta principios de 1979), y lo que es m�s importante, impiden que este grupo de precios realice la funci�n que le es propia. No logran en cambio impedir que las fuerzas econ�micas b�sicas hagan sentir finalmente sus efectos sobre los tipos de cambio, pero son capaces de mantener tipos de cambio artificiales durante largos intervalos. El efecto ha consistido en impedir su gradual ajuste a las fuerzas subyacentes. Las peque�as perturbaciones se han sumado a las grandes, dando lugar a una importante �crisis> de los cambios internacionales.

�Por qu� intervienen los gobiernos en los mercados de cambios internacionales? Porque los tipos de cambio exteriores reflejan las pol�ticas econ�micas interiores. El d�lar estadounidense se ha mostrado d�bil en comparaci�n con el yen japon�s, el marco alem�n y el franco suizo, principalmente debido a que la inflaci�n ha sido mucho mayor en los Estados Unidos que en dichos pa�ses. Inflaci�n significa que el d�lar ten�a un poder adquisitivo cada vez menor en el mercado interior. �Deber�amos sorprendernos de que su poder adquisitivo se reduzca tambi�n en el exterior? �O de que los japoneses, alemanes o suizos se nieguen a intercambiar la misma cantidad de su moneda nacional por un d�lar? Pero los gobiernos, como todos nosotros, tratan por todos los medios de ocultar o compensar las consecuencias indeseables de su propia pol�tica. Un gobierno que provoca inflaci�n se ve conducido a tratar de manipular el tipo de cambio exterior. Si fracasa, culpa de la inflaci�n interna a la baja experimentada por el tipo de cambio exterior, en vez de reconocer que causa y efecto siguen el camino inverso.

En todo la voluminosa literatura escrita durante los �ltimos siglos sobre la libertad de comercio y proteccionismo, s�lo se exponen tres argumentos en favor de los aranceles que, en principio, pueden tener cierta validez.

El primero es el argumento de seguridad nacional ya mencionado. Aunque este argumento suele ser con mucha frecuencia m�s una manifestaci�n en favor de aranceles particulares que una raz�n v�lida para los mismos, no se puede negar que a veces puede justificar el mantenimiento de medios de producci�n antiecon�micos. Para profundizar este reconocimiento de posibilidad y establecer que en un caso espec�fico un arancel u otra restricci�n comercial se justifican en aras de la seguridad nacional, ser�a necesario comparar el costo de consecuci�n del objetivo de seguridad espec�fico que distintas pol�ticas alternativas y presentar argumentos que mostrasen claramente que el arancel es la alternativa menos costosa. Estas evaluaciones rara vez se dan en la pr�ctica.

El segundo es el argumento de �industria naciente� esgrimido, entre otros autores, por Alexander Hamilton en su Report on Manufactures. Se denomina as� la actividad potencial que, una vez establecida y apoyada durante sus crisis de crecimiento, es capaz de competir en igualdad de condiciones en el mercado mundial. Se dice que en arancel provisional se justifica el objeto de proteger a la industria potencial durante su infancia y permitirle crecer hasta alcanzar su madurez, momento en que es capaz de desenvolverse por s� sola. Aunque la industria pudiese competir con �xito una vez enraizada, esto no justificar�a un arancel inicial. S�lo es �til para los consumidores subvencionar la industria inicialmente -lo cual es lo que en realidad hacen exigiendo un arancel- si luego pueden volver a recibir como m�nimo el importe de dicha subvenci�n de alguna otra manera, a trav�s de precios futuros m�s bajos que el precio mundial, o por medio de otras ventajas que les procure el hecho de tener esa industria. Pero, en este caso, �se necesita una subvenci�n? �No compensar� entonces a los distintos inversores en al industria soportar las p�rdidas iniciales mientras esperan hallarse en condiciones de recuperarlas m�s tarde �Despu�s de todo, la mayor�a de las empresas sufren p�rdidas en los primeros a�os, mientras se est�n estableciendo. Esto es cierto tanto si las empresas se crean en un sector nuevo como en uno tradicional. Puede que exista alguna raz�n concreta por la que los participantes originales no puedan recuperar sus p�rdidas iniciales, a�n siendo �til para la comunidad en general efectuar la inversi�n inicial. Pero la carga de la prueba recae sobre quienes alegan esto.

El argumento de la industria naciente es una cortina de humo. Este tipo de industrias nunca se desarrollan. Una vez establecidos, los aranceles son rara vez eliminados. Adem�s, el argumento casi nunca se utiliza en nombre de verdaderas industrias nacientes a�n no establecidas de las que hubiese motivos para pensar que, s� se estableciesen, podr�an sobrevivir recibiendo una protecci�n provisional. Estas empresas no tienen propagandistas. El argumento citado se emplea para justificar aranceles en favor de industrias m�s bien veteranas que pueden ejercer presiones pol�ticas.

El tercer argumento en favor de los aranceles que no se pude dejar de lado es el denominado �de la explotaci�n�, que justifica la protecci�n contra posturas de fuerza. Un pa�s productor importante de algo, o que se pueda unir a otros pocos productores que controlen una gran parte de la producci�n, est� en condiciones de aprovecharse de su posici�n de monopolio aumentando el precio del producto (la OPEP es el ejemplo actual m�s claro). En vez de aumentar directamente el precio, el pa�s puede hacerlo indirectamente imponiendo una tasa a la exportaci�n del producto (gravamen a la exportaci�n). El beneficio para s� mismo ser� inferior al costo para los dem�s, pero puede haber una ganancia desde el punto de vista nacional. De forma parecida, un pa�s que sea el principal comprador de un producto -en t�rminos econ�micos, un monopsonio- puede beneficiarse entablando duras negociaciones con los vendedores e imponi�ndoles un precio excesivamente bajo. Un modo de hacerlo es aplicar un arancel a la importaci�n del producto. La ganancia neta para el vendedor es el precio menos el arancel, raz�n por la cual esto puede equivaler a comprar a precio inferior. En este caso, el arancel es satisfecho por los extranjeros (podemos pensar en ejemplos imaginarios). En la pr�ctica, esta medida nacionalista tiene grandes probabilidades de suscita represalias en otros pa�ses. Adem�s, como en el caso del argumento de la industria naciente, las presiones pol�ticas reales tienden a establecer estructuras arancelarias que en realidad no sacan partido de ninguna posici�n de monopolio o de monopsonio.

Un cuarto argumento, que ya fue esgrimido por Alexander Hamilton y que se sigue repitiendo en la actualidad, es que la libertad de comercio estar�a muy bien si la practicasen todos los pa�ses, pero como no lo hacen, los Estados Unidos no pueden implantarla por su cuenta. Este argumento no tiene validez en ning�n caso, ni a nivel de principios ni a nivel pr�ctico. Otros pa�ses que imponen restricciones al comercio internacional nos perjudican, pero tambi�n se perjudican a s� mismos. Aparte de los tres casos ya mencionados, si por nuestra parte imponemos restricciones, lo �nico que conseguimos en contribuir a nuestro perjuicio perjudicando asimismo a los dem�s. �Dif�cilmente cabe mayor sadismo y masoquismo en la sensible pol�tica econ�mica internacional! Lejos de suscitar una reducci�n de las restricciones aplicadas por los dem�s pa�ses, esta clase de actos de represalia lo �nico que hacen es provocar m�s restricciones indiscriminadamente.

Somos una gran naci�n, los l�deres del mundo libre. Mal podemos permitirnos exigir a Hong Kong y Taiwan la imposici�n de cupos a la exportaci�n textiles para �proteger� nuestra industria textil a expensas de los consumidores norteamericanos y de los trabajadores chinos de Hong Kong y Taiwan. Hablamos entusi�sticamente de las virtudes de la libertad de comercio, mientras utilizamos nuestro poder pol�tico y econ�mico para inducir al Jap�n a que reduzca sus exportaciones de acero y de televisores. Deber�amos adoptar unilateralmente la libertad de comercio, no de forma instant�nea, sino a lo largo de un per�odo de, pongamos por caso, cinco a�os, a un ritmo anunciado de antemano.

Pocas medidas que pudi�semos tomar lograr�an hacer m�s para promover la causa de la libertad en nuestro pa�s y en el exterior, que la libertad total de comercio. En lugar de conceder subvenciones a los gobiernos extranjeros en nombre de la ayuda econ�mica -promoviendo con ello el socialismo-, imponiendo al mismo tiempo restricciones a los art�culos que producen -entorpeciendo con ello la libertad de comercio-, podr�amos adoptar una postura s�lida y basada en principios. Podr�amos decir al resto del mundo: creemos en la libertad y tratamos de ponerla en pr�ctica. No podemos forzarles a que sean libres, pero s� ofrecerles nuestra total cooperaci�n en igualdad de condiciones. Nuestro mercado les est� abierto sin aranceles u otras restricciones. Vendan en �l lo que puedan y quieran. Comprenden lo que puedan y quieran. De esta manera, la cooperaci�n entre individuos podr� hacerse a escala mundial y libremente.

Las razones pol�ticas para la libertad de comercio

La interdependencia es una caracter�stica omnipresente en el mundo moderno: en la propia esfera econ�mica, entre un grupo de precios y otro, entre una industria y otra, entre un pa�s y otro: en la sociedad en general entre la actividad econ�mica y las actividades culturales, sociales y asistenciales; en la organizaci�n de la sociedad, entre la disposiciones econ�micas y las pol�ticas, entre la libertad econ�mica y la libertad pol�tica.

Tambi�n en la esfera econ�mica, las disposiciones econ�micas se entrelazan con las pol�ticas. La libertad de comercio internacional favorece las relaciones armoniosas entre naciones de distintas culturas e instituciones, de igual modo que la libertad de comercio interior favorece las relaciones armoniosas entre individuos de distintas creencias, actitudes e intereses.

En un mundo que practique a libertad de comercio, como en una econom�a libre en cualquier pa�s, se efect�an transacciones entre entidades privadas: individuos, empresas comerciales, instituciones ben�ficas. Las condiciones en que se realiza cualquier transacci�n son aceptadas por todas las partes que intervienen en la misma. La transacci�n no se producir� mientras las partes no crean que van a resultar beneficiadas con su realizaci�n. Como consecuencia de ello, los intereses de las diversas partes se armonizan. La cooperaci�n, y no el conflicto, es la regla.

Cuando intervienen los gobiernos, la situaci�n es muy distinta. Dentro de un pa�s, las empresas buscan la concesi�n de subvenciones por parte de su gobierno, ya se directamente o bien en forma de aranceles u otras restricciones al comercio. Tratar�n de escapar a las presiones econ�micas de los competidores que amenazan su capacidad de obtenci�n de beneficios, o su misma existencia, recurriendo a la adopci�n de presiones pol�ticas que impongan costes a los dem�s. La intervenci�n de un gobierno en favor de las empresas de su pa�s hace que las empresas de los dem�s pa�ses busquen la ayuda de sus propios gobiernos para contrarrestar las medidas tomadas por aquel gobierno. Las disputas privadas generan las disputas entre gobiernos. Cualquier negociaci�n comercial se convierte en una cuesti�n pol�tica. Altos funcionarios del gobierno asisten en todo el mundo a conferencias comerciales. Las fricciones se multiplican. Varios ciudadanos de todos los pa�ses resultan insatisfechos al final de las negociaciones y terminan creyendo que han sido los que se han llevado la peor parte. El conflicto, y no la cooperaci�n, es la regla.

Los cien a�os que van desde la batalla de Waterloo hasta la Primera Guerra Mundial ofrecen un notable ejemplo de los beneficiosos efectos del librecambismo sobre las relaciones entre las naciones. Gran Breta�a era la primera naci�n del mundo, y en el transcurso de dicho siglo desarroll� una libertad de comercio completa. Otras naciones, especialmente las occidentales, entre las que se encontraban los Estados Unidos, adoptaron una pol�tica econ�mica similar, si bien en forma menos decidida. En lo esencial, la gente era libre de comprar y vender mercanc�as de quien y a quien quisiese dondequiera que viviese, tanto si habitaba el mismo o distinto pa�s, y en las condiciones que acordaban mutuamente. A�n hay algo que nos puede sorprender m�s en la actualidad, y es que la gente era libre de viajar por toda Europa y por gran parte del mundo sin pasaporte y sin demasiadas inspecciones de aduana. Ten�a libertad para emigrar y pod�a entrar y hacerse residente y ciudadana en casi todos los pa�ses, especialmente en los Estados Unidos.

Como consecuencia de ello, el siglo que va de Waterloo a la Primera Guerra Mundial fue uno de los m�s pac�ficos de la historia humana entre las naciones occidentales, y se vio sacudido �nicamente por algunas guerras secundarias: la de Crimea y las franco-prusianas fueron las m�s destacadas, y, naturalmente, una importante contienda civil en los Estados Unidos, consecuencia de la cuesti�n capital de la esclavitud, que hab�a apartado al pa�s de la libertad pol�tica y econ�mica.

En el mundo moderno, los aranceles y restricciones similares al comercio han sido una fuente de fricciones entre los pa�ses. Pero una fuente mucho mayor de perturbaciones ha sido el trascendental intervencionismo en la econom�a de estados tan colectivistas como la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y la Espa�a de Franco, y especialmente en los pa�ses comunistas, desde Rusia y sus sat�lites hasta China. Los aranceles y las restricciones similares perturban las se�ales trasmitidas por el sistema de precios, pero al menos da libertad a los individuos para responder a dichas se�ales perturbadas. Los pa�ses colectivistas han introducido elementos autoritarios de mucho mayor alcance.

Las transiciones completamente privadas son imposibles entre ciudadanos de una econom�a predominantemente de mercado y de un Estado colectivista. Una parte est� representada necesariamente por funcionarios gubernamentales. Las consideraciones pol�ticas son ineludibles, pero las fricciones se minimizar�an si los gobiernos de las econom�as de mercado diesen a sus ciudadanos la m�xima libertad posible de acci�n para hacer sus propios negocios con los gobiernos colectivistas. Tratando de emplear el comercio como arma pol�tica, o las medidas pol�ticas como un medio para incrementar el comercio con los pa�ses colectivistas, s�lo se consigue empeorar las inevitables fricciones pol�ticas.

Libertad de comercio internacional y competencia interior

El grado de competencia en un pa�s est� �ntimamente relacionado con las disposiciones comerciales internacionales. La protesta p�blica contra los �trusts� y los �monopolios� a finales del siglo pasado, provoc� la creaci�n de la Interstate Commerce Commission (Comisi�n de Comercio Interestatal) y la promulgaci�n de la Ley Sherman Anti-Trust, completada posteriormente con otras disposiciones legales encaminadas a promover la competencia. Estas medidas han tenido efectos muy ambiguos. En algunos aspectos, han incrementado la competencia, pero en otros han tenido efectos negativos.

Aunque semejantes medidas respondiesen a las esperanzas de los que las patrocinaron, no se pod�a hacer tanto para asegurar la competencia efectiva como con la eliminaci�n de todas las barreras al comercio internacional. La existencia de s�lo tres fabricantes importantes de autom�viles en los Estados Unidos. -uno de los cuales al borde de la bancarrota- constituye una amenaza de precios monopol�sticos. Pero d�jese a los fabricantes de autom�viles del mundo competir con General Motors, Ford y Chrysler para hacerse con la clientela norteamericana, y el espectro de los precios monopol�sticos se esfumar�.

Eso ocurre en todas las actividades. Pocas veces se puede establecer un monopolio en un pa�s que no practique la ayuda gubernamental a las claras o encubiertamente, en forma de un arancel o de otro dispositivo. Lo que resulta casi imposible a escala mundial. El monopolio en diamantes de De Beers es el �nico que conocemos que parece haberlo conseguido. No tenemos noticia de ning�n otro caso de monopolio que haya logrado existir durante largo tiempo sin la ayuda de los gobiernos: la OPEP y las primeras agrupaciones de empresas dedicadas a la explotaci�n del caucho y del caf� ofrecen, sin duda, los ejemplos m�s notorios. Y la mayor�a de estas agrupaciones patrocinadas por los gobiernos no duraron demasiado. Se deshicieron bajo la presi�n de la competencia internacional, suerte que creemos espera tambi�n a la OPEP. En un mundo de libre comercio, los c�rtels internacionales desaparecer�an incluso m�s de prisa. Aun en un mundo de restricciones comerciales, los Estados Unidos, mediante el libre comercio, unilateral si fuera necesario, podr�an llegar a la pr�ctica eliminaci�n de cualquier peligro significativo de monopolios internos.

Planificaci�n econ�mica central

Viajando por pa�ses subdesarrollados, nos hemos sentido una y otra vez profundamente impresionados por el asombroso contraste entre las ideas que sobre la realidad sostienen los intelectuales de estos pa�ses y muchos especialistas occidentales, por una parte, y los hechos escuetos, por otra.

En todas, partes, aqu�llos dan por sentado que el capitalismo de libre empresa y el sistema de mercado son instrumentos para explotar a las masas, mientras que la planificaci�n econ�mica central es la tendencia del futuro que colocar� a sus pa�ses en la senda del progreso econ�mico r�pido. Tardaremos en olvidar la censura que uno de nosotros recibi� por parte de un importante empresario hind�, extremadamente culto y muy pr�spero -f�sicamente, el �modelo� de la caricatura marxista de un obeso capitalista-, como respuesta a unas observaciones que correctamente interpret� como cr�tica a la detallada planificaci�n central de la India. Nos dijo en t�rminos precisos que el gobierno de un pa�s pobre como la India simplemente ten�a que controlar las importaciones, la producci�n interna y la asignaci�n de la inversi�n -y, por deducci�n, garantizar privilegios especiales en todas estas �reas que son la fuente de su propia prosperidad- a fin de asegurar las prioridades sociales por encima de las demandas ego�stas de los individuos. Este empresario estaba expresando, sencillamente, los puntos de vista de los profesores y de otros intelectuales de la India y de otras partes.

La realidad misma es muy diferente. En todos los sitios en que encontramos alg�n elemento importante de libertad individual, alguna medida de progreso por lo que respecta a las comodidades materiales al alcance de los ciudadano ordinarios, y una esperanza extendida de un mayor progreso en el futuro, descubrimos tambi�n que la actividad econ�mica se halla organizada principalmente a trav�s del mercado libre. En todos los sitios en que el estado se encarga de controlar minuciosamente las actividades econ�micas de sus ciudadanos, es decir, en todos los pa�ses en que rige una planificaci�n central pormenorizada, los ciudadanos ordinarios est� pol�ticamente encadenados, tienen un nivel de vida bajo y escaso poder para controlar su propio destino. El estado puede prosperar y construir monumentos impresionantes. Las clases privilegiadas pueden gozar de todas las comodidades materiales, pero el com�n de la poblaci�n no es m�s que un instrumento utilizable para conseguir los fines del estado, y no recibe m�s de lo necesario para mantenerla d�cil y razonablemente productiva.

El ejemplo m�s obvio radica en el contraste entre la Alemania del Este y del Oeste, inicialmente partes de un �nico pa�s, roto en dos como consecuencia de las vicisitudes de la guerra. Gentes de un mismo origen, con una misma civilizaci�n, un mismo nivel de desarrollo t�cnico y conocimiento, habitan las dos partes. �Qu� parte ha prosperado? �Qu� parte debi� construir un muro para encerrar a sus habitantes? �Qu� parte lo protege hoy d�a con guardias armados, acompa�ados de perros fieros, campos de minas e instrumentos fruto del ingenio diab�lico, a fin de impedir que unos valientes y desesperados ciudadanos, dispuestos a arriesgar sus vidas, intenten abandonar su para�so comunista por el infierno capitalista al otro lado del mundo?

A un lado de este muro, las calles y las tiendas brillantemente iluminadas son frecuentadas por una poblaci�n alegre y bulliciosa. Algunos compran productos procedentes de todo el mundo. Otros se dirigen a los numerosos cines o a otros lugares de diversi�n. Pueden comprar libremente peri�dicos y revistas que expresen toda la variedad de opiniones. Hablan entre s� o con extranjeros sobre cualquier tema y expresan una amplia variedad de opiniones sin echar una sola mirada hacia atr�s por encima del hombro. Una pasarela de menos de cien metros, despu�s de esperar una hora en cola, rellenando formularios y esperando la devoluci�n de los pasaportes, les llevar� como nos llev� a nosotros, al otro lado de este muro. All�, las calles parecen vac�as: la ciudad es gris y descolorida; los escaparates de las tiendas est�n apagados; los edificios, sucios. La destrucci�n que la guerra provoc� no ha sido reparada a�n al cabo de m�s de tres d�cadas. El �nico signo de animaci�n o actividad que encontramos durante nuestra breve visita a Berl�n Este fue el centro de acogida. Una hora en Berl�n Este es suficiente para entender por qu� las autoridades levantaron el muro.

Parec�a un milagro cuando Alemania Occidental, un pa�s devastado y derrotado, se convirti� en una de las econom�as m�s fuertes de Europa en menos de una d�cada. Fue el milagro de un sistema de mercado libre. Ludwig Erhard, un economistas, era el ministro alem�n de econom�a. El domingo 20 de junio de 1948, introdujo una nueva moneda, el marco alem�n, y aboli� casi todos los controles sobre precios y salarios. Actu� un domingo, le gustaba decir, porque las oficinas de las autoridades de ocupaci�n francesas, americanas e inglesas estaban cerradas. Dada su actitud favorable hacia los controles, estaba seguro de que si hubiera introducido la nueva moneda y abolido los controles cuando las oficinas estaban abiertas, las autoridades de ocupaci�n habr�an revocado sus �rdenes. Sus medidas operaron como por ensalmo. Al cabo de varios d�as las tiendas estaban llenas de bienes. Al cabo de varios meses, la econom�a alem�n progresaba a toda velocidad.

Incluso dos pa�ses comunistas, Rusia y Yugoslavia, ofrecen un contraste similar aunque menos extremado. Rusia es un pa�s estrechamente controlado desde el centro. Ha sido incapaz de impedir completamente la existencia de la propiedad privada y los mercados libres, pero ha intentado limitar su alcance tanto como ha sido posible. Yugoslavia empez� por el mismo camino. Sin embargo, despu�s de que, bajo la direcci�n de Tiro, rompiera con la Rusia de Stalin, el rumbo cambi� dr�sticamente. Sigue siendo comunista, pero se promueven de forma deliberada la descentralizaci�n y el empleo de las fuerzas del mercado. La mayor parte de la tierra cultivable est� en manos privadas, y sus productos se venden en mercados relativamente libres. Las empresas peque�as -aquellas que tienen menos de cinco trabajadores- pueden estar en manos de empresarios privados. Este tipo de empresas est� floreciendo, particularmente en el sector de la artesan�a y del turismo. Las cooperativas formadas por trabajadores son mayores, y constituyen una forma ineficaz de organizaci�n, pero al menos proporcionan algunas oportunidades a la responsabilidad e iniciativa personales. Los habitantes de Yugoslavia no son libres. Tienen un nivel de vida mucho m�s bajo que el de la vecina Austria u otros pa�ses occidentales similares. Sin embargo, Yugoslavia sorprende al viajero observador que viene de Rusia, como en nuestro caso: en comparaci�n, es un para�so.

En Oriente Medio, Israel, pese a proclamar una pol�tica y una filosof�a socialistas, y aun interviniendo ampliamente el estado en la econom�a, tiene un importante sector de mercado, sobre todo como consecuencia indirecta de la importancia del comercio exterior. La pol�tica socialista ha retrasado el crecimiento econ�mico, pero los ciudadanos gozan de una mayor libertad pol�tica y de un nivel de vida mucho m�s alto que los egipcios, que han sufrido una centralizaci�n del poder pol�tico mucho m�s extensa y a cuya actividad econ�mica se han impuesto controles mucho m�s r�gidos.

En el Lejano Oriente, Malasia, Singapur, Corea Taiwan, Hong Kong y Jap�n -pa�ses todos ellos que se apoyan extensamente en mercados libres- est�n prosperando.

Sus habitantes conf�an en el futuro. En estos sitios se est� produciendo una explosi�n econ�mica. Aplicando el mejor criterio para medir estas actividades, la renta anual per capita en estos pa�ses a finales de los a�os setenta oscilaba entre 700 d�lares aproximadamente en Malasia, y alrededor de 5.000 en el Jap�n. En contraste con lo anterior, la India, Indonesia y China comunista, pa�ses dirigidos principalmente mediante sistemas de planificaci�n central, han experimentado un estancamiento econ�mico y una represi�n pol�tica. En el mismo momento, la renta per capita anual en esos pa�ses era de menos 250 d�lares.

Los apologistas de la planificaci�n econ�mica centralizada cantaban las alabanzas de la China de Mao hasta que los sucesores de �ste pregonaron el atraso de China y lamentaron la falta de progreso durante los �ltimos veinticinco a�os. Una parte del plan para modernizar el pa�s consiste en permitir que los precios y los mercados desempe�en un papel m�s importante. Esta t�ctica puede producir considerables beneficios a partir del bajo nivel econ�mico del pa�s, tal como los produjo en Yugoslavia. Sin embargo, los beneficios se ver�n seriamente limitados mientras exista un estrecho control pol�tico de la actividad econ�mica y la propiedad privada sea contenida. Adem�s, si se deja salir al genio de la iniciativa privada fuera de la botella, incluso en este reducido campo, se plantear�n problemas pol�ticos que, antes o despu�s, pueden provocar una reacci�n hacia un mayor autoritarismo. El resultado opuesto, el colapso del comunismo y su sustituci�n por un sistema de mercado, parece mucho menos probable, a pesar de que, como optimistas incurable, no lo desechamos completamente. De modo similar, ahora que el anciano mariscal. Tito ha muerto, Yugoslavia puede experimentar un per�odo de inestabilidad pol�tica que quiz� provoque una reacci�n hacia un autoritarismo mayor o, lo que es mucho menos probable, un colapso de la presente organizaci�n colectivista.

Un ejemplo especialmente iluminador, que vale la pena que examinemos con mayor detalle, es el contraste entre las experiencias de la India y el Jap�n; la experiencia hind� en los primeros treinta a�os tras la consecuci�n de la independencia, en 1947, y la japonesa durante los primeros treinta a�os tras la Restauraci�n Meiji en 1867. Los economistas y los especialistas en ciencias sociales en general rara vez pueden llevar a cabo experimentos controlados, tan importantes para comprobar las hip�tesis en las ciencias de la naturaleza. Sin embargo se ha conseguido en este caso algo bastante cercano a un experimento controlado que podemos utilizar para comprobar la importancia de la diferencia entre los m�todos de organizaci�n econ�mica.

Los dos experimentos est�n separados por 80 a�os. En todos los dem�s aspectos los dos pa�ses se encontraban en circunstancias muy similares al comienzo de los peri�dicos que comparamos. Los dos eran pa�ses con civilizaciones antiguas y una cultura refinada. Cada uno de ellos ten�a una poblaci�n muy estructurada. El Jap�n manten�a una organizaci�n feudal formada por daimyos (se�ores feudales) y siervos. La india esta organizada en un r�gido sistema de castas, con los brahmanes situados en la cima y los �intocables� llamados por los brit�nicos las �castas registradas�, en la base.

Los dos pa�ses experimentaron un profundo cambio pol�tico que trajo consigo una dr�stica alteraci�n de las organizaciones pol�ticas, econ�micas y sociales. En ambos lugares un grupo de dirigentes capaces y entregados alcanzaron el poder. Estaban llenos de orgullo nacional y determinados a convertir el estancamiento econ�mico en r�pido crecimiento, a transformar sus pa�ses en grandes potencias.

Casi todas las diferencias favorec�an a la India y no al Jap�n. Los antiguos dirigentes japoneses hab�an impuesto un aislamiento casi completo con el resto del mundo. El comercio internacional y el contacto se limitaban a una visita de un barco holand�s al a�o. Los pocos occidentales a los que se permit�a permanecer en el pa�s eran confinados en un peque�o enclave, en una isla situada en el puerto de Osaka. Tres o m�s siglos de aislamiento obligado hab�an dejado al Jap�n ignorante del mundo exterior, muy por detr�s de Occidente en ciencia y tecnolog�a; casi nadie sab�a leer o hablar lenguas extranjera a excepci�n del chino.

La india era mucho m�s afortunada. Hab�a disfrutado de un crecimiento econ�mico substancial antes de la Primera Guerra Mundial. La lucha para conseguir la independencia de Gran Breta�a convirti� ese crecimiento en estancamiento durante el per�odo entre las dos guerras mundiales, pero no condujo a la regresi�n. Las mejoras en el sistema de transporte hab�a acabado con las caracter�sticas localizadas que anteriormente constituyeron un azote peri�dico. La mayor parte de sus dirigentes se educaron en pa�ses avanzados de Occidente, sobre todo en Gran Breta�a. Los gobernantes brit�nicos dejaron una administraci�n muy experta e instruida, f�bricas modernas y un sistema excelente de comunicaciones por ferrocarril. Nada de esto exist�a en el Jap�n en 1867. La India se encontraba tecnol�gicamente atrasada en comparaci�n con el mundo occidental, pero la diferencia era menor que la que separaba al Jap�n en 1867 de los pa�ses avanzados de la �poca.

Los recursos f�sicos de la India eran, tambi�n muy superiores a los del Jap�n. Pr�cticamente, la �nica ventaja f�sica que el Jap�n ten�a era el mar, que le ofrec�a un medio de transporte sencillo y pesca abundante. Con respecto al resto, la India era casi nueve veces mayor, y un porcentaje muy superior de su superficie estaba formado por terrenos llanos y accesibles. El Jap�n era en gran parte monta�oso. Pose�a s�lo una estrecha franja de tierra cultivable y habitada a lo largo de la costa.

Finalmente, el Jap�n carec�a de ayuda exterior. No se invirti� capital for�neo y ning�n gobierno o fundaci�n extranjera en los pa�ses capitalistas cre� consorcio alguno que realizara donaciones u ofreciera pr�stamos a bajo inter�s al Jap�n. Deb�a depender de s� mismo para obtener capital con el que financiar su desarrollo econ�mico. Tuvo una afortunado comienzo. En los primeros a�os tras la Restauraci�n Meiji, las cosechas europeas de seda fueron desastrosas, lo que permiti� al Jap�n exportar ese producto y conseguir m�s divisas de las que otra modo habr�a podido obtener.

Aparte de esta corriente de divisas, no exist�a otras fuentes importantes de capital, organizadas o fortuitas.

La India se hallaba en una situaci�n mucho mejor. Desde que consigui� la independencia en 1947, ha recibido una enorme cantidad de recursos del resto del mundo, en su mayor�a sin contrapartida. Este flujo contin�a hoy.

A pesar de la existencia de circunstancias similares en el Jap�n de 1867 y en la India de 1947, los resultados fueron completamente distintos. El Jap�n desmantel� su estructura feudal y extendi� las oportunidades econ�micas y sociales a todos sus ciudadanos. La situaci�n de la mayor�a de la poblaci�n mejor� r�pidamente, aun cuando �sta aument� en medida considerable. el Jap�n se convirti� en una potencia con la que se deb�a contar en la esfera pol�tica internacional. No alcanz� una libertad pol�tica y humana completa, pero consigui� grandes progresos en esta direcci�n.

La India se entreg�, en teor�a, a la eliminaci�n de las barreras de casta, aunque en la pr�ctica hizo escasos progresos. Las diferencias de ingresos y de riqueza entre unos pocos y la mayor�a se hicieron m�s amplias en vez de reducirse. Se produjo una explosi�n demogr�fica como hab�a ocurrido en el Jap�n ochenta a�os antes, pero la producci�n econ�mica no creci�. Permaneci� pr�cticamente estacionaria. De hecho, el nivel de vida del tercio m�s pobre de la poblaci�n es probable que haya descendido. Tras el fin de la dominaci�n brit�nica, la India se preciaba de ser la mayor democracia del mundo, pero durante una �poca cay� en una dictadura que restringi� la libertad de expresi�n y de prensa. Est� en peligro de caer en la misma situaci�n otra vez.

�Qu� puede explicar la diferencia de resultados? Muchos observadores apuntan a caracter�sticas humanas y a instituciones sociales diferentes. Los tab�es religiosos, el sistema de castas, una filosof�a fatalista: se dice que todas estas caracter�sticas e instituciones encierran a los hind�es en la camisa de fuerza de la tradici�n se afirma tambi�n que son poco emprendedores y perezosos. Por el contrario, se elogia a los japoneses por su car�cter trabajador, en�rgico, deseosos de responder a las influencias procedentes del exterior, e incre�blemente ingeniosos para adaptar a sus propias necesidades lo que aprenden de fuera.

Esta descripci�n de los japoneses puede ser correcta hoy en d�a. Pero en 1867 no lo era. Un antiguo residente extranjero en el Jap�n escribi�. �No pensamos que el Jap�n se llegue a convertir en un pa�s rico. Las ventajas con que le ha dotado la naturaleza, a excepci�n del clima, y la devoci�n por la indolencia y el placer que la misma gente tiene, lo impiden. Los japoneses son un pueblo feliz, y como est�n contentos con poco, no es probable que consigan mucho�. Otro escribi�: �En esta parte del mundo, los principios establecidos y reconocidos en Occidente parecen perder la virtud y la vitalidad que originariamente pudieran poseer, y tienden fatalmente a convertirse en ciza�a y corrupci�n�.

Igualmente, la descripci�n de los hind�es puede ser adecuada hoy para algunos de ellos que residen en la India, incluso quiz� para la mayor parte, pero ciertamente este contrato no corresponde a los que han emigrado. En muchos pa�ses africanos, en Malaya, Hong Kong, las islas Fiji, Panam� y, en per�odos mucho m�s recientes, en Gran Breta�a, los hind�es han sido empresarios pr�speros, y en ciertos casos constituyen la capa m�s importantes de la clase empresarial. Han actuado a menudo como impulsores, iniciando y promoviendo el progreso econ�mico. En la misma India existen personas emprendedoras, llenas de energ�as e iniciativa en los lugares en que ha sido posible escapar a la influencia desvirtuadora que se ejerce desde el control gubernamental.

En cualquier caso, el progreso econ�mico y social no depende de las caracter�sticas o de la conducta de las masas. En cada pa�s una peque�a minor�a se�ala el ritmo, determina el curso de los acontecimientos. En las naciones que se han desarrollado m�s r�pida y pr�speramente, una minor�a de individuos emprendedores y arriesgados ha avanzado constantemente, creando oportunidades para que las sigan quienes les imiten, y ha hecho posible que la mayor parte de la poblaci�n aumente su productividad.

Las caracter�sticas de los hind�es que tantos observadores extranjeros deploran son un reflejo, m�s que una causa, de la falta de progreso. La pereza y la falta de esp�ritu emprendedor florecen cuando el trabajo duro y la asunci�n de riesgos no reciben recompensa. Una filosof�a fatalista es una adaptaci�n al estancamiento. La India no carece de individuos con las cualidades que pudieran iniciar y alimentar el mismo tipo de desarrollo econ�mico que el Jap�n experimento a partir de 1867, o incluso el que se produjo en Alemania Occidental y el Jap�n despu�s de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la verdadera tragedia de la India es que sigue siendo un subcontinente lleno de individuos sumidos en la pobreza m�s desesperada, cuando creemos que podr�a ser un pa�s floreciente, vigoroso, cada vez m�s pr�spero y libre.

Encontramos recientemente un ejemplo fascinante que muestra el modo en que un sistema econ�mico puede influir en las caracter�sticas de los individuos. Los refugiados chinos que se establecieron en Hong Kong una vez que los comunistas llegaron al poder, animaron el notable desarrollo econ�mico de la colonia y alcanzaron una merecida reputaci�n por su iniciativa, esp�ritu emprendedor, sobriedad y trabajo duro. La reciente liberalizaci�n de la emigraci�n en la China Popular ha provocado una nueva corriente, con el mismo origen racial y las mismas tradiciones culturales b�sicas, pero con individuos educados y formados por treinta a�os de dominio comunista. Los empresarios que dieron trabajo a algunos de estos refugiados hablan de que son muy diferentes de los anteriores chinos que entraron en Hong Kong. Los nuevos inmigrantes tienen poco esp�ritu de iniciativa y quieren que se les diga con toda exactitud lo que tienen que hacer. Son indolentes y poco cooperativos. Sin duda, una estancia de varios a�os en el mercado libre de Hong Kong cambiar� toda esta situaci�n.

�Qu� explica entonces las diferentes experiencias del Jap�n desde 1867 a 1897 y de la India desde 1947 hasta nuestros d�as? Creemos que puede afirmarse lo mismo que en los casos de las dos Alemanias, Israel y Egipto, y Taiwan y China Popular. El Jap�n se apoy� principalmente en la cooperaci�n voluntaria y en el sistema de mercado libre, en el modelo de la Inglaterra de su �poca. La India se bas� en la planificaci�n econ�mica central, es decir, en el ejemplo de la Inglaterra de su �poca.

El gobierno Meiji intervino en muchos aspectos y represent� un papel clave en el proceso de desarrollo. Envi� a muchos japoneses al extranjero para que recibieran una formaci�n t�cnica e import� expertos del exterior. Cre� plantas piloto en muchas industrias y concedi� numerosos subsidios a otras. Pero en ning�n momento intent� controlar la cantidad total, la direcci�n de la inversi�n o la estructura de la producci�n. El Estado mantuvo un inter�s importante s�lo en las industrias de construcci�n naval y del hierro y el acero, al considerarlas necesarias para su poder�o militar. Se qued� con estas industrias porque carec�an de atractiva para la empresa privada y necesitaban considerables subvenciones gubernamentales. Estas ayudas representaban un drenaje de recursos. Impidieron m�s que estimularon el progreso econ�mico japon�s. Finalmente, un tratado internacional prohibi� la imposici�n por parte del Jap�n de aranceles superiores el cinco por ciento durante las tres primeras d�cadas tras la Restauraci�n Meiji. Esta restricci�n se convirti� en un verdadero regalo para el Jap�n, a pesar de que en la �poca de su imposici�n el pa�s se sinti� afectado, y una vez que las prohibiciones del tratado finalizaron, el Jap�n aument� los aranceles.

La India est� siguiendo una pol�tica muy distinta. Sus dirigentes consideran el capitalismo un sin�nimo del imperialismo, que debe evitarse a toda costa. Se embarcaron en una serie de planes quinquenales al estilo ruso que preve�an programas detallados de inversi�n. Algunas �reas de producci�n est�n reservadas al estado; en otras se permite a las empresas privadas que operen, pero s�lo de conformidad con el plan. Un sistema a base de aranceles y cupos controla las importaciones, mientras que las subvenciones regulan las exportaciones. El ideal es la autarqu�a. Ni que decir tiene, estas medidas provocan escasez de divisas, que se soluciona mediante un minucioso y amplio control de cambios, lo que es una fuente muy importante tanto de ineficacia como de privilegio especial. Los precios y los salarios est�n controlados. Para construir una f�brica o para realizar cualquier otra inversi�n se necesita una autorizaci�n gubernamental. Los impuestos afectan a todas las �reas de actividad y son muy altos en teor�a, pero en la pr�ctica se evaden. El contrabando, los mercados negros, las transacciones ilegales de todo tipo est�n tan extendidos como los impuestos, y minan todo respeto hacia la ley, aunque llevan a cabo un valioso servicio social al compensar en alguna medida la rigidez de la planificaci�n central, y hacen posible la satisfacci�n de necesidades urgentes.

La confianza en el mercado liber� en el Jap�n recursos escondidos e insospechados de energ�a e ingenio. Impidi� que unos intereses siniestros bloquearan el cambio. Oblig� al desarrollo a ajustarse a la ingrata verificaci�n de la eficiencia. El apoyo en los controles gubernamentales en la India impide la iniciativa privada o la desv�a hacia el derroche. Protege los intereses ocultos de las fuerzas del cambio. Substituye la eficacia del mercado por la autorizaci�n burocr�tica como criterio de supervivencia.

La experiencia obtenida en los dos pa�ses con los productos textiles hechos a mano y a m�quina, sirve para ilustrar la diferencia de pol�tica. Tanto el Jap�n en 1867 como la India en 1947 ten�an una amplia producci�n textil interna. En el Jap�n, la competencia extranjera no ejerc�a un efecto demasiado pronunciado sobre la producci�n dom�stica de seda, quiz� debido ala ventaja nipona con respecto a la seda en bruto, reforzada por el fracaso de la cosecha europea, pero destruy� la hilatura nacional de algod�n y posteriormente el tejido a mano de tela. Se desarroll� una industria textil japonesa basada en f�bricas. Al principio manufacturaba s�lo los tejidos m�s bastos y de inferior calidad, pero posteriormente se dedic� a calidades cada vez superiores, y final se ha convertido en una de las principales industrias de exportaci�n.

En la India se subvencion� y se garantiz� un mercado a los tejidos a mano, al parecer para facilitar la transici�n a la producci�n fabril. Esta crece gradualmente, pero este crecimiento ha sido controlado a fin de proteger la industria del tejido a mano. La producci�n ha significado expansi�n. El n�mero de telares manuales se ha doblado pr�cticamente de 1948 a 1978. En la realidad se puede o�r el sonido de los telares manuales desde las primeras horas de la ma�ana hasta las �ltimas de la noche en millares de aldeas a lo largo de toda la India. No hay nada malo en la existencia de una industria de tejido a mano si puede competir con otras en los mismos t�rminos. En el Jap�n todav�a existe una industria de tejido a mano pr�spera, aunque extremadamente peque�a. Teje sedas de lujo y otros art�culos. En la India, la industria de tejido a mano prospera porque est� subvencionada por el gobierno. En efecto, se imponen cargas a individuos que no est�n en una posici�n m�s acomodada que los que mueven los telares, a fin de garantizar a �stos unos ingresos mayores de los que podr�an alcanzar en un mercado libre.

A principios del siglo XIX, Gran Breta�a se enfrentaba precisamente con el mismo problema que Jap�n tuvo varias d�cadas m�s tarde y la India m�s de cien a�os despu�s. El telar mec�nico amenazaba con destruir una industria de tejido a mano pr�spera. Se nombr� entonces una Comisi�n Real para investigar la industria. Esta consider� expl�citamente la pol�tica seguida por la India: subvencionar el tejido a mano y garantizar un mercado a la industria. La comisi�n rechaz� esa pol�tica desenfrenada sobre la base de que s�lo empeorar�a el problema b�sico (un exceso de tejedores manuales), es decir, precisamente lo que ha ocurrido en la India. Gran Breta�a adopt� la misma soluci�n que el Jap�n: la pol�tica, a corto plazo ingrata pero a la larga beneficiosa, de permitir que las fuerzas del mercado actuaran por s� mismas.

Las experiencias opuestas de la India y del Jap�n son interesantes porque ponen de relieve de manera muy clara no s�lo los diferentes resultados de los dos m�todos de organizaci�n, sino tambi�n la falta de relaci�n entre los objetivos perseguidos y las medidas que se adoptaron. Las metas de los nuevos dirigentes Meiji -que se dedicaron a aumentar el poder y la gloria de su pa�s y concedieron poco valor a la libertad individual- eran m�s acordes con las medidas hind�es que las que ellos mismos adoptaron. Los objetivos de los nuevos gobernantes hind�es -que defend�an ardientemente la libertad individual- se acomodaban m�s a las medidas japonesas que las que ellos mismos pusieron en pr�ctica.

Los controles y la libertad

A pesar de que los Estados Unidos no han adoptado la planificaci�n econ�mica central, el aumento del papel del estado en la econom�a ha ido muy lejos durante los �ltimos cincuenta a�os. Esta intervenci�n ha significado un costo en t�rminos econ�micos. Las limitaciones que esta actuaci�n impone a nuestra libertad econ�mica amenazan con liquidar dos siglos de progreso econ�mico. La intervenci�n ha tenido tambi�n un costo pol�tico: ha limitado considerablemente nuestra libertad humana.

Los Estado Unidos de Am�rica siguen siendo un pa�s predominantemente libre, uno de los pa�ses m�s libres del mundo. Sin embargo, con palabras del famoso discurso de Abraham Lincoln, House Divided [El pa�s dividido], �un pa�s dividido no puede durar [...] Tengo la esperanza de que esta naci�n no se hunda, sino que deje de estar dividida. Se convertir� toda ella en una cosa u otra�. Estaba hablando sobre la esclavitud. Sus prof�ticas palabras se pueden aplicar igualmente a la intervenci�n gubernamental en la econom�a. Si continu�ramos mucho m�s all� por este camino, nuestro dividido pa�s se encontrar�a en el colectivismo. Afortunadamente, es cada vez m�s manifiesto que los ciudadanos se dan cuenta del peligro y est�n decididos a parar e intervenir la tendencia a una actividad gubernamental cada vez mayor.

A todos nosotros nos afecta el statu quo. Tendemos a aceptar la situaci�n tal como es, a considerarla el estado natural de las cosas, especialmente cuando se ha formado mediante una serie de peque�os cambios graduales. Es dif�cil darse cuenta de cu�l es la importancia de este efecto acumulativo. Exige un esfuerzo de imaginaci�n liberarse de la situaci�n actual y mirarla con nuevos ojos. Sin embargo, el esfuerzo vale la pena. Es probable que el resultado sea una sorpresa, por no decir una sacudida.

La libertad econ�mica

Una parte esencial de la libertad econ�mica consiste en la facultad de escoger la manera en que vamos a utilizar nuestros ingresos: qu� parte vamos a destinar para nuestros gastos y que art�culos vamos a comprar; qu� cantidad vamos a ahorrar y en qu� forma; qu� monto vamos a regalar y a qui�n. En la actualidad, el gobierno, a nivel federal, estatal y local, utiliza en nuestro nombre m�s del 40 por ciento de nuestros ingresos. Una vez uno de nosotros sugiri� una nueva fiesta nacional, el �d�a de la independencia personal, el d�a del a�o en que dejamos de trabajar para pagar los gatos del gobierno [...] y empezamos a producir para pagar los art�culos que separada e individualmente escogemos a la luz de nuestras propias necesidades y deseos�. En 1929 esta fiesta habr�a coincidido con la fecha en que se conmemora el nacimiento de Abraham Lincoln, el 12 de febrero; hoy d�a se celebrar�a hacia el 30 de mayo; y si las tendencias actuales continuaran, coincidir�a con el otro D�a de la Independencia, el 4 de julio, hacia 1988.

Por supuesto, nosotros tenemos algo que decir sobre la cantidad de nuestros ingresos que el gobierno gasta en nuestro nombre. Participamos en el proceso pol�tico que ha conducido al gobierno a gastar m�s del 40 por ciento de nuestros ingresos. El gobierno de la mayor�a es un arbitrio necesario y deseable. Sin embargo, es muy diferente al tipo de libertad que un individuo tiene cuando va a comprar a un supermercado. Cuando votamos una vez cada a�o, apoyamos ideales generales m�s que propuestas espec�ficas. Si formamos parte de la mayor�a, en el mejor de los casos obtendremos las propuestas que apoyamos y aquellas a las que nos opusimos, pero que consideramos, en conjunto, menos importantes. En general, al final nos encontramos con algo diferente de lo que pens�bamos que est�bamos votando. Si formamos parte de la minor�a, debemos someternos al voto de la mayor�a y esperar que llegue nuestro turno. Cuando votamos cada d�a en el supermercado, conseguimos exactamente lo que hemos votado, y lo mismo ocurre con todas las dem�s personas. La urna de las votaciones da lugar a un sometimiento sin unanimidad; el supermercado, por el contrario, a una unanimidad sin sometimiento. Por esta raz�n es importante utilizar las urnas, en tanto sea posible, s�lo para las decisiones en que el sometimiento es esencial.

Como consumidores, ni siquiera somos libres para escoger el modo de gastar la parte de nuestros ingresos despu�s de deducidos los impuestos. No somos libres de comprar ciclamatos o laetril, y pronto, quiz�, sacarina. Nuestro m�dico de cabecera no es libre para recetarnos muchos f�rmacos que puede considerar como los m�s adecuados para nuestras dolencias, aun cuando estos f�rmacos puedan comprarse f�cilmente en el exterior. Carecemos de libertad para comprar un coche sin cinturones de seguridad, a pesar de que, por ahora, somos todav�a libres para escoger si los utilizamos o no.

Otra parte esencial de la libertad econ�mica es la de utilizar los recursos que poseemos de acuerdo con nuestros propios valores: libertad para aceptar un empleo, para comprometerse en un negocio, para comprar y vender, a cualquier otra persona, mientras actuemos sobre una base estrictamente voluntaria y no acudamos a la fuerza para coaccionar a los otros.

Hoy d�a no somos libres para ofrecer nuestros servicios como abogados, m�dico, dentistas, fontaneros, barberos, enterradores, o para empezar a trabajar en muchas otras ocupaciones, sin antes conseguir un permiso o una autorizaci�n de un funcionario gubernamental. No podemos trabajar horas extras en condiciones acordadas previamente con nuestro empresario, a menos que �stas est�n de acuerdo con las normas y las reglamentaciones establecidas por un funcionario gubernamental.

No somos libres de abrir un banco, entrar en la industria del taxi, o en la venta de electricidad o de servicio telef�nico, o explotar una l�nea de ferrocarril, autob�s o a�rea, sin antes recibir una autorizaci�n de un funcionario gubernamental.

No somos libres de participar en los mercados de capitales a menos que cumplimentemos muchas p�ginas de formularios que exige la SEC (Securities and Exchange Commission: Comisi�n de Valores y Bolsas), y a menos que convenzamos a ese organismo de que el programa que pretendemos emitir presenta una imagen tan descolorida de nuestras posibilidades que ning�n inverso en su sano juicio se interesar�a por nuestro proyecto si tomara el anuncio al pie de la letra. Y conseguir la autorizaci�n del SEC puede costar m�s de 100.000 d�lares de los Estados Unidos, lo que ciertamente desanima a las peque�as empresas.

La libertad para ser due�o de propiedades constituye otra parte esencial de la liberta econ�mica. Y nuestro �mbito de propiedad es muy amplio. Bastante m�s de la mitad de nosotros somos propietarios de las casas en que vivimos. Pero si nos referimos a maquinaria, f�bricas y medios similares de producci�n, la situaci�n es muy diferente. Hablamos de nosotros mismos como una sociedad formada por empresas privadas libres, es decir, como una sociedad capitalista. Sin embargo, con respecto a la propiedad de las empresas an�nimas, somos, alrededor de 46 por ciento, socialistas. La posesi�n de un uno por ciento de la sociedad da derecho a recibir un uno por ciento de beneficios y obliga a compartir un uno por ciento de sus p�rdidas hasta el importe total de las acciones que se poseen. En 1979 el impuesto federal sobre la renta de las sociedades ascendi� al 46 por ciento de todos los ingresos por encima de 100.000 d�lares, cuando en a�os anteriores era el 48 por ciento. El gobierno federal tiene derecho a 46 centavos de cada d�lar de beneficio, y se hace cargo de esos 46 centavos de cada d�lar de p�rdida (a condici�n de que existan beneficios anteriores para compensar estas p�rdidas). La administraci�n de Washington es due�a del 46 por ciento de cada sociedad an�nima, a pesar de que no en una forma que la autorice a votar directamente en los asuntos de la sociedad.

Exigir�a un libro mucho mayor que �ste citar todas las restricciones que afectan a nuestra libertad econ�mica, sin comentarlas en detalle. Estos ejemplos pretenden sugerir, simplemente, el grado de penetraci�n que estas restricciones han alcanzado.

La libertad humana

Las restricciones a la libertad econ�mica afectan inevitablemente a la libertad en general, incluso en aspectos tales como la libertad de prensa y de expresi�n.

Consideremos los siguientes p�rrafos de la carta que envi� en 1977 Lee Grace, en aquel momento vicepresidente de una asociaci�n de productores de petr�leo y gas, a los miembros de �sta. Con respecto a la legislaci�n sobre energ�a escribi�:

Como ustedes saben, el verdadero problema no es tanto el precio por metro c�bico sino el mantenimiento de la Primera Enmienda de la Constituci�n, la garant�a de la libertad de expresi�n. Con una reglamentaci�n cada vez mayor, mientras el Estado omnipotente nos mira fijamente por encima del hombro, tenemos miedo de expresar la verdad y nuestras creencias acerca de los que es falso y est� mal hecho. El temor a las revisiones del IRS (Internal Revenue Service: Servicio de Inspecci�n Fiscal), la estrangulaci�n burocr�tica o el hostigamiento gubernamental constituyen armas poderosas contra la libertad de expresi�n.

En el n�mero publicado el 31 de octubre de 1977 de la revista U. S. News e World Report, y dentro de la secci�n �Washington Whispers� [Los rumores de Washington] se observaba que �los dirigentes de la industria petrol�fera manifiestan que han recibido este ultim�tum del secretario de Energ�a, James Schelesinger: Apoyen el impuesto que la administraci�n ha propuesto sobre el crudo o, de lo contrario, enfr�ntense a una reglamentaci�n m�s dura y a una posible presi�n para deshacer las "holding" petroleras�.

Su juicio aparece ampliamente confirmado por la conducta exterior de dichos ejecutivos. Desarmados por las denuncias del senador Henry Jackson que les acusaba de estar obteniendo �beneficios obscenos�, ni uno solo miembro de un grupo de directivos pertenecientes a la industria petrol�fera contest�. o incluso abandon� la habitaci�n y se neg� a someterse a un insulto personal mayor. Los ejecutivos de las compa��as petroleras, que en privado muestran una fuerte oposici�n a la compleja estructura actual de controles federales bajo los cuales act�an, o al considerable aumento de la intervenci�n gubernamental propuesta del presidente Carter, hacen blandas declaraciones p�blicas en las que aprueban los objetivos de los controles. Pocos hombres de negocios consideran que los llamados controles voluntarios precios y salarios vayan a representar un camino efectivo o deseable para combatir la inflaci�n. Sin embargo, un ejecutivo tras otro, una organizaci�n empresarial tras otra, han alabado el programa, han dicho cosas bonitas de �ste, y han prometido cooperar. S�lo unos pocos, como Donald Rumsfeld, antiguo congresista, funcionario de la Casa Blanca, tuvieron el valor para denunciarlos p�blicamente. A ellos se les uni� George Meany, rudo, octogenario y antiguo jefe de la AFL-CIO (American Federation of Labor-Congress of Industrial Organizations: Federaci�n Norteamericana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales).

Es absolutamente l�gica que los individuos deben soportar un costo -aunque solo sea el de la impopularidad y la cr�tica- por el hecho de hablar con libertad. Sin embargo, el costo debiera ser razonable y no desproporcionado. En palabras de una famosa sentencia del Tribunal Supremo, no deber�a �inducir al des�nimo� sobre la libertad de expresi�n. Sin embargo, no hay duda de que en la actualidad este resultado se produce en los ejecutivos de las sociedades an�nimas.

Esta inducci�n al des�nimo no se restringe a estos ejecutivos. Nos afecta a todos. Nosotros conocemos profundamente la comunidad acad�mica. Muchos de nuestros colegas de los departamentos de econom�a y ciencias naturales reciben ayudas del National Science Foundation; los que pertenecen al departamento de humanidades, del National Foundation for the Humanities; aquellos que dan clases en Foundation for the Humanities; aquellos que dan clases en universidades estatales reciben su salario en parte del legislativo del estado. Creemos que el National Science Foundation, el National Foundation for the Humanities y las subvenciones fiscales a la educaci�n superior son indeseables y deber�an desaparecer. Indudablemente, este punto de vista es minoritario dentro de la comunidad acad�mica, pero dicha minor�a es mucho mayor de la que cualquier persona pudiera reunir a partir de declaraciones p�blicas sobre este punto.

La prensa depende en gran medida del gobierno, no s�lo como una de las fuentes principales de noticias, sino en otras numerosas cuestiones que afectan a su funcionamiento diario. Consideremos un curioso ejemplo proveniente de Gran Breta�a. Uno de los sindicatos del Times de Londres, un gran peri�dico, impidi� su publicaci�n un d�a hace varios a�os debido a un art�culo que el rotativo pensaba publicar sobre el intento de dicho sindicato de influir en su l�nea editorial. Posteriormente, las disputas laborales condujeron al cierre patronal. Los sindicatos pueden ejercer este poder porque el gobierno les ha concedido inmensidades especiales. Un sindicato de Periodistas a escala nacional en Gran Breta�a est� ejerciendo presi�n para lograr una asociaci�n cerrada, y est� amenazando con boicotear los peri�dicos que den empleo a trabajadores no afiliados. Todo esto en el pa�s que fue el origen de tantas de nuestras libertades.

Con respecto a la libertad religiosa, los granjeros de la comunidad amish (que vive en los estados de Pennsylvania, Ohio e Indiana, cultivan la tierra con �speros antiguos y se oponen a los avances de la civilizaci�n) vieron sus casas y otras propiedades embargadas porque se hab�an negado, por razones religiosas, a pagar las cargas de seguridad social (pero tambi�n a aceptar sus prestaciones). Los alumnos que iban a las escuelas de la iglesia fueron denunciados por hacer novillo, violando las leyes de asistencia obligatoria, porque sus profesores no ten�an las papeletas obligatorias que certificaban que hab�an cumplido las exigencias del estado.

A pesar de que estos ejemplos s�lo constituyen una muestra, ilustran la proposici�n fundamental de que la libertad es todo, que cualquier cosa que la reduce en una parte de nuestras vidas puede afectarla en otras partes.

La libertad no puede ser absoluta. Vivimos en una sociedad interdependiente. Algunas limitaciones a nuestra libertad son necesarias para evitar otras restricciones todav�a peores. Sin embargo, hemos ido mucho m�s lejos de ese punto. Hoy la necesidad urgente estriba en eliminar barreras, no en aumentarlas.

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