TEXTOS SELECTOS

 

EL SUBSIDIO UNIVERSAL

Andr� Gorz (1923-2007)

Ep�grafe de su libro Capitalismo, Socialismo, Ecolog�a. (1995)


Para citar este texto puede utilizar el siguiente formato:

Andr� Gorz: "El Subsidio Universal" en Textos Selectos de EUMEDNET. http://www.eumed.net/textos/07/gorz-subsidio.htm


En particular, los disc�pulos de Hannah Arendt ven en el salario del ciudadano el medio de quitar al trabajo su hegemon�a sobre el espacio p�blico, reestableciendo en �l la pol�tica en una posici�n preponderante como la que ocupaba en el seno de la polis griega. La idea de unos ingresos sociales garantizados a todo ciudadano y a todo residente recorre toda Europa, en particular los Pa�ses Bajos donde es defendida por todas las izquierdas y gran cantidad de personajes influyentes. Es debatida en Alemania e Italia y aparece en Francia en el RMI (Renta M�nima de Inserci�n).

No obstante, esta idea de unos ingresos de ciudadano -dicho de otro modo un subsidio universales, a mi juicio, un mal menor. Implica dos defectos fundamentales.

El primero es que tal subsidio, al dispensar a la gente del trabajo retribuido, no crea por ello un espacio p�blico para actividades no econ�micas. Hoy, la actividad econ�mica ocupa de manera desmesurada el espacio p�blico y Arendt ten�a raz�n al rechazarla en beneficio de actividades interesadas por el �bien com�n�, pol�tico. Pero, �no se estar� discriminando mediante el subsidio a aquellos que permanezcan alejados de la esfera econ�mica, que es, por ahora, la dimensi�n m�s importante de la esfera p�blica? Pues un subsidio que dispense de todo trabajo en la esfera econ�mica profundizar� la grieta de la sociedad. La esfera econ�mica se transforma en el dominio de los man�acos del rendimiento y los apasionados del beneficio. Son ellos los que tender�n a acaparar el espacio p�blico y a marginar a los subsidiados inactivos, dedicados a las actividades privadas y a la nada social. Si se quiere que otras actividades substituyan al trabajo en la esfera p�blica, habr� que reinventar el trabajo para una acci�n p�blica y organizada, que abra simult�neamente el espacio p�blico a actividades sin finalidad econ�mica y las ayude a ocupar un lugar. Esto es por lo que, a mi juicio, hay que abordar el problema �por bajo�, por la reducci�n de la duraci�n del trabajo concebida no como una medida concreta, sino como una pol�tica a largo plazo y de conjunto, a la vez sindical y gubernamental, concebida como un proyecto de civilizaci�n. La acci�n sindical -la de sindicatos que tengan de su mandato una concepci�n m�s amplia y tambi�n una estructura diferente, como la desean Negt en Alemania y Trentin en Italia es indispensable para este fin. Pues �nicamente el sindicato, renovado, puede organizar la poblaci�n en el espacio p�blico del trabajo y abrir a esta hacia las actividades p�blicas fuera del trabajo. Adem�s, porque la reducci�n de la duraci�n del trabajo tiene necesidad de ser definida en sus modalidades concretas y aplicada por una acci�n y una negociaci�n colectivas, a todos los niveles. Ya he hablado a menudo de esto. Es un �contrato de sociedad�, que trata de situarse para transformar las relaciones sociales. El subsidio universal, instituido por una ley, pagado por una administraci�n, no tiene este alcance.

El derecho al trabajo debe ser entendido en este contexto: como un derecho pol�tico de acceder a lo que actualmente es la actividad principal de la esfera p�blica y a los poderes que proporciona este acceso, en particular el poder de participar en las decisiones que conciernen a la organizaci�n de la actividad econ�mica y su lugar en la sociedad. Es completamente imaginable, que los parados participen con pleno derecho con sus asociaciones propias en la elaboraci�n de la pol�tica sindical. Pero entonces, es preciso entender el desempleo como una interrupci�n temporal y parcial de la participaci�n en la actividad econ�mica y no como la alternativa de no

participar del todo. Al abrir este derecho a la no-participaci�n, el subsidio universal ha creado, de hecho, dos categor�as de ciudadanos y ha dado a la sociedad el derecho a perpetuar formas de exclusi�n social.

El segundo defecto de la idea de subsidio universal aparece si se considera el problema desde el otro extremo. Cierta cantidad de trabajo es indispensable para la existencia de la sociedad y de individuos sociales. Esta necesidad est� impuesta por la naturaleza de las cosas, y no por una obligaci�n social. En la antigua polis el trabajo econ�micamente necesario estaba confinado a la esfera privada y reservado a las mujeres y a los esclavos. La esfera privada era la de la represi�n autoritaria. La esfera p�blica, por el contrario, era la de los ciudadanos libres, exentos del peso de la necesidad. La emancipaci�n ha acabado con este tipo de orden pol�tico, pues la libertad y la igualdad de los individuos exigen la organizaci�n social del trabajo necesario en la esfera p�blica, con la participaci�n de todos. Nadie debe cargar por otros con el peso de la necesidad y por tanto nadie debe estar dispensado de cargar su parte. Ahora bien, el subsidio universal da paso al derecho de dispensa. Permite a la sociedad no ocuparse de la distribuci�n equilibrada del peso. En esto, sigue el juego a la ideolog�a del trabajo, que parece considerar �ste como una actividad elegida, facultativa, que puede estarles reservada a ellos y a los que les gusta el trabajo. Sin embargo, originariamente el trabajo hay que hacerla, guste o no, y tan s�lo partiendo de su necesidad se puede buscar transformarlo en algo tan placentero y agradable como sea posible, aligerando su peso y su duraci�n.

Entend�moslo bien, no todo el trabajo necesario puede ser organizado en la esfera p�blica y tampoco debe serlo. Hay un dominio en el que el individuo debe pertenecer se y producir soberanamente, al resguardo de todo control y toda norma social. Es el dominio privado. El trabajo necesario en dicho dominio no puede poseer el mismo estatuto que el de la esfera p�blica. Llamo a �ste �trabajo para s�. Es ambivalente, a un tiempo peso y alegr�a del movimiento de la vida, en la que tan pronto es una cosa como otra, seg�n las circunstancias. Descargarse de �l es cargar a los servidores. Comprende espec�ficamente las actividades de auto-conservaci�n. Ser� menos pesado, m�s gratificante, cuanto m�s abundante sea el tiempo disponible durante la jornada, la semana o el a�o.

En lugar de hacer las ganancias independientes de cualquier trabajo, ser�a preferible hacerla s dependientes de la duraci�n del trabajo. De este modo, se tendr�a en cuenta, adem�s de la necesidad social del trabajo, el sentimiento de pertenencia y utilidad social que proporciona a los individuos el cumplimiento de las tareas socialmente determinadas. Un subsidio garantizado a todo residente no puede fundar tal sentimiento de pertenencia: de igual modo que el derecho a la jubilaci�n o a los subsidios familiares, no protege contra el aislamiento y la exclusi�n. No me siento pertenecer a una sociedad m�s que si tengo la certidumbre de que los otros tienen necesidad de m� y que yo soy tan capaz como ellos de contribuir a la realizaci�n de las tareas colectivas. Es esta capacidad la que funda mi derecho ante la sociedad, comprendiendo por �ste el derecho a criticar las tareas para las que se pide mi cooperaci�n. El trabajo realizado en la esfera privada, incluso el socialmente remunerado (por subsidios familiares o un salario dom�stico, por ejemplo), no puede fundar mis derechos y mi pertenencia de manera tan incontestablemente evidente.

El trabajo socialmente determinado y remunerado no tiene, por tanto, necesidad de seguir siendo la ocupaci�n fundamental de cada persona. La disminuci�n continua de su volumen excluye, por lo dem�s, esta posibilidad. Si queremos que la reducci�n del volumen de trabajo no entra�e la exclusi�n, el sentimiento de inutilidad y de impotencia sociales de una parte creciente de la poblaci�n, habr� que aprender a redistribuir el trabajo socialmente necesario de manera que cada uno y cada una puedan trabajar, pero trabajar cada vez menos y con un dominio creciente del tiempo propio. La renta individual (sobre esto volver� en el siguiente cap�tulo) no tiene por qu� disminuir por ello. Al contrario, es realista prever para el futuro un sistema que garantice a todo el mundo, durante toda su vida, una renta �ntegra, a cambio de un cierto n�mero de horas de trabajo a realizar en el transcurso de una vida y que ser� muy inferior al n�mero actual. De hecho, nos encaminamos ya hacia tal sistema pero sin atrevernos a reconocerlo y a darle una forma sensata.

Las objeciones contra tal sistema frecuentemente hacen pensar en aquellas con las que ha chocado la reivindicaci�n obrera del derecho al descanso dominical o a la jornada de ocho horas. Tales reivindicaciones estaban consideradas como ruinosas a fin de siglo. El actual sistema de seguridad social habr�a parecido completamente irreal hace sesenta a�os. A comienzos de siglo un empleo a jornada completa era de m�s 3.000 horas al a�o. En 1960 eran 2.100 horas. En 1985, 1.600. Por tanto el volumen de trabajo disminuido en un 25 por ciento creaba una RDT (Reducci�n Duraci�n del Trabajo) 2,5 veces m�s alta que veinticinco a�os antes. Jacques Delors se�ala en su �ltimo libro que en 1946 un asalariado de veinticinco a�1os deb�a esperar pasar trabajando un tercio de su vida despierta; en 1975 tan s�lo un cuarto; hoy, menos de un quinto. A�ade que esta evoluci�n no acabar�, y que �debe conducir a otras l�gicas de producci�n e intercambios�. De hecho, si se consideran los diferentes tipos de sueldo o indemnizaciones el trabajo de jornada completa es ya un trabajo intermitente. No hay raz�n para no dirigirse progresivamente hacia una duraci�n media del trabajo de 1.000 horas por a�o -como era normal al principio del siglo XVIII de 20.000 a 30.000 horas por vida, que permita a cada persona adoptar sucesivamente diferentes estilos de vida, profesiones, carreras, tipos de actividad, sin dejar jam�s de recibir un salario completo.

Es preciso que nos acostumbremos a querer que el tiempo disponible sea un tiempo importante en la vida, y no el tiempo subalterno que queda tras el trabajo. Es el tiempo del trabajo retribuido el que debe adquirir, el que de hecho ya ha adquirido, una importancia secundaria, incluso para la mayor�a de aquellos que ejercen una actividad interesante en s� misma. Cuanto m�s elevado sea el nivel de formaci�n, m�s elevada ser� tambi�n la proporci�n de personas que deseen trabajar s�lo a tiempo parcial; es decir, que deseen una vida variada, con centros de inter�s diversificados, la buena realizaci�n de una diversidad e incluso de una totalidad de las capacidades humanas.

Los partidarios del subsidio universal objetan continuamente que si se funda el derecho a renta plena de por vida sobre el cumplimiento de una cierta cantidad de trabajo en el curso de la vida entera, se estar� obligado a �terribles controles burocr�ticos�. Pues una duraci�n del trabajo anual de 1.000 horas podr�a corresponder no s�lo a 20 horas de trabajo semanal, sino tambi�n a cinco meses de 200 horas que ofrecer�an el derecho a siete u ocho meses de vacaciones pagadas. O incluso, una duraci�n del trabajo de 20.000 a 30.000 horas por vida podr�a suponer largas interrupciones de la actividad profesional durante las cuales se seguir�a percibiendo el sueldo habitual: por ejemplo, tres a�os de vacaciones pagadas para atender a un ni�o hasta los tres a�os, varias veces a lo largo de la vida, para aprender una nueva profesi�n, construir su casa, hacerse cargo de un amigo o un familiar enfermo o discapacitado, formar parte de una orquesta, etc. �C�mo se podr�a obligar a la gente' a retomar un trabajo, tras varios meses o a�os de interrupci�n? �No habr�a pesados controles y molestias burocr�ticas?

Pues bien, no. El sistema de control y contabilidad del trabajo variado, con numerosas interrupciones a lo largo de una vida, ya existe. Nuestros fondos de pensiones llevan la cuenta exacta del n�mero de semanas y meses que hemos trabajado y de lo que hemos ganado durante nuestra vida. En lugar de ser pagados a partir de 55 e incluso de 50 a�os por un per�odo de inactividad que durar� hasta nuestra muerte, �por qu� no podr�amos tener derecho a este per�odo econ�micamente -aunque no socialmente inactivo a lo largo de toda nuestra vida? Esto ya no es dif�cil de gestionar por un ordenador. Cada per�odo de trabajo es contabilizado por cierto n�mero de puntos y se da el derecho a cierto per�odo de vacaciones pagadas sobre la base media de lo ganado en los empleos precedentes. Si se est� largo tiempo sin trabajar, el ordenador env�a una carta advirtiendo que se dan, pongamos que tres meses, para encontrar de nuevo un empleo. Se podr�a, por otra parte, combinar este sistema con incentivos reguladores. Si, por la raz�n que sea, falta continuamente m�s personal enfermero o alba�il, el derecho a los permisos puede ser suspendido y las personas con vacaciones podr�an ser incentivadas para que se reincorporasen al trabajo: se les puede ofrecer un mayor n�mero de puntos por ello. La economista sueca Gosta Rehn ha sido la primera en proponer tal sistema de incentivos, que permitan a la gente tener un cierto anticipo de su jubilaci�n. Se pueden imaginar media docena de sistemas diferentes y solventar las objeciones contra cada uno de ellos. Yo no defiendo tal sistema o tal otro, sino la necesidad de imaginar una salida de la �sociedad del trabajo� hacia una sociedad en la que las actividades sin finalidad econ�mica, p�blicas y privadas, sociales y personales, ser�n preponderantes.


 

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